"EL TRÁNSITO DEL CLAUSTRO A LAS AULAS"
Una cuestión de vital importancia para la Corona fue la formación de los miembros de las órdenes militares, y de entre ellos especialmente la de sus freires.
Pusieron especial interés en esta formación los Austrias Mayores y qué mejor fórmula para ello que establecer colegios específicos en las más representativas y prestigiosas universidades del país.
Tras una breve experiencia en Alcalá de Henares como colegios menores, será el Estudio salmantino el que acoja a los colegios mayores de las cuatro órdenes militares y de entre ellos el de Alcántara, uno de los menos estudiados, será fundado por real decisión de Carlos V el 4 de marzo de 1552 siendo su primera residencia la Casa de los Abades, en la plazuela de San Ciprián sobre cuyo solar se construiría más tarde el Seminario de Carvajal y Colegio de Los Irlandeses, y posteriormente la Casa de los Albarca frente al Convento de San Agustín, ambas alquiladas por la orden en la ciudad salmantina.
Bajo la supervisión, el gobierno y la financiación del Real Consejo de Órdenes y del Sacro Convento de San Benito, este colegio desarrolló su actividad académica en la ciudad castellana hasta 1835, sufriendo como cualquier institución colegial las vicisitudes y conflictos de la propia Universidad como la obtención de cátedras, estancamiento de los planes de estudio o las guerras y entre de ellas tuvo especial relevancia la de la Independencia porque dio al traste con un proyecto de edificación del que, según Jovellanos, pudiera haber sido el mejor edificio neoclásico de la ciudad.
Durante los Capítulos Generales del S. XVI se fueron estableciendo las capitulaciones de lo que posteriormente sería el reglamento y ceremonial del colegio, y todas ellas estructuraron este compendio de las veinte definiciones de 1663, en las que queda establecido que:
1. Esta institución colegial deberá contar con un rector y seis colegiales residentes hasta un límite de ocho años.
2. El cargo de rector tendrá una duración máxima de tres años no prorrogables.
3. El rector deberá ser también estudiante y por tanto acudir a las lecciones con los otros colegiales.
4. Durante el tiempo de permanencia en el colegio los estudiantes deberán vivir bajo la obediencia y supervisión del rector que quedará obligado a informar anualmente al Consejo de Órdenes, en el día de Navidad, de las costumbres y aprovechamientos de los educandos.
5. Se establece la posibilidad de la incorporación de dos colegiales pasantes para enseñar a los colegiales oyentes.
6. Del mantenimiento de los colegiales se encargarán un cocinero y tres sirvientes que tendrán que ser también estudiantes, y uno o dos estudiantes porcionistas que se encargarán de barrer y limpiar.
7. Una lavandera externa tendrá cargo de limpiar las ropas y cuidar de la salud e higiene de los colegiales.
8. Las arcas de la enfermería del Convento de Alcántara asumirán el gasto de 3.000 maravedís para el pago de un médico, 1.000 para el pago de un cirujano y 2.000 para el pago de un barbero para el cuidado de la salud e higiene de los residentes.
9. El rector quedará encargado del nombramiento de dos consiliarios de entre los colegiales más antiguos que llevarán el libro de ingresos y gastos.
10. El dinero del colegio se guardará en un arca con tres llaves custodiadas por el rector y los dos consiliarios.
11. El Capítulo General pertinente tendrá competencia para designar al rector y al visitador del colegio, esta competencia podrá ser delegada en el prior del Conventual de la orden alcantarina.
12. La Mesa Conventual quedará encargada de asignar anualmente 50.000 maravedís al rector y 30.000 maravedís a cada estudiante pagaderos por mitades el día de Reyes y el de la Virgen de Agosto, más 10.000 a cada uno de los residentes del colegio, procedentes de la renta de la Capellanía de Casillas, que serán destinados a pan y otros alimentos.
13. El estudiante al llegar al colegio cada año deberá hacer inventario de sus ropas, libros y enseres y entregarlos al rector el día de Jueves Santo.
14. En el colegio estarán obligados todos sus residentes a utilizar como única lengua el latín.
15. Los estudiantes podrán salir de la ciudad de Salamanca para esparcimiento dos veces al año: en Carnestolendas, conocidos por ese nombre los días de carnaval dos días antes de Cuaresma, y en vacaciones.
16. Las puertas del colegio se abrirán a las siete de la mañana en invierno y a las seis en verano.
17. Las comidas las harán todos los colegiales juntos a las once de la mañana y las cenas a las nueve de la noche, en el tiempo que media entre San Lucas y el primer día de Pascua.
18. De seis a nueve de la tarde en invierno y de ocho a diez en verano, los estudiantes estudiarán en sus cámaras.
19. Antes de la puesta de sol los estudiantes deberán estar recogidos en la casa del colegio, y en sus paseos por la ciudad y para ir a clase deberán vestir con lobas cerradas y capirotes.
20. La mitad de los estudiantes deberán cursar estudios de Arte y Teología y la otra mitad Cánones, cubriéndose por otros profesos las becas que quedaren vacantes.
Ni que decir tiene que además de estos veinte preceptos el rector quedaba obligado a velar por la honestidad de los colegiales y por el cumplimiento de la obligación de oír misa y comulgar, y de la del rezo diario en la capilla del colegio. También de la existencia de cámaras individuales, del uso del preceptivo hábito de colegial de paño negro, de la clausura de las puertas desde “la campana de Ave María” hasta el día siguiente a las siete de la mañana en invierno y a las seis en verano, o de la de prohibir la entrada a las mujeres, salvo a la lavandera.
Todas estas normas de conducta quedaban cobijadas bajo el siguiente principio:
“Las Casas de Religión no sólo son Escuelas de virtud, más también de política christiana, que estas dos cosas no son contrarias antes sí en muchas ocasiones se dan la mano, i con esta consideración ha habido siempre en este Colegio, ultra de las Constitucionadas por el Capítulo General de la orden, algunas reglas que comúnmente llaman Ceremonias, por las que el Señor Rector i Colegiales se han gobernado para saber como se han de portar dentro i fuera del Colegio, entre sí i con otras personas de manera que no falten a lo que pide el buen término de cortesía i gravedad de su estado.”
El sistema de becas se realizaba a elección del Consejo de Órdenes evaluando el informe previo y la proposición del prior del Convento de Alcántara. Estas solicitudes solamente podrían realizarse después del año de noviciado, y tras la profesión habría de producirse una baja, bien por renuncia bien por malos resultados, para poder ser incorporado al colegio como residente.
Dentro de la obligación de estudio quedaba establecido el siguiente mandato:
“Que todos los jueves y sábados en la noche, después de haber estudiado sus horas debidas, antes que vayan a dormir, se junten y así juntos, por vía de conclusiones y breve relación, repitan las lecciones que han oído y se corrijan y enmienden los unos a los otros con toda caridad, humildad y honestidad, de manera que entre ellos nos haya más alteración de palabra que aquella que fuere necesaria para la verdad de la materia de que hablare.”
Para cumplimentar y desarrollar este obligado estudio, los colegiales alcantarinos contaron con su propia Biblioteca dentro del colegio, que atesoraba en su fondo bibliográfico las mejoras obras de Derecho, numerosas crónicas civiles y religiosas y las Constituciones de los Colegios Mayores. Se vio notablemente ampliado y beneficiado este fondo por una donación testamentaria, en 1635, del freire Juan Roco Campofrío religioso de la Orden de Alcántara que fue obispo de Zamora, Badajoz y Coria, inquisidor de Córdoba y Valladolid además de presidente del Consejo de Hacienda. En agradecimiento a esta generosa donación, el rector y los residentes se obligaron a celebrar perpetuamente el 24 de junio de cada año una misa por el alma del desprendido frey.
En este orden de cosas la decisión del rey Felipe V de autorizar la construcción de un colegio a la Orden de Calatrava, azuzó los celos de los alcantarinos que reclamaron el mismo trato utilizando como argumento, no sin razón, el estado ruinoso en el que se encontraba su colegio y por ende la dificultad para conseguir los 1800 reales necesarios para pagar de alquiler.
Debieron transcurrir casi ocho décadas y producirse la intercesión del caballero de Alcántara Melchor de Jovellanos, aislado de la corte por el fulgurante ascenso de Godoy, para que el 27 de junio de 1790 se colocara la primera piedra, en un terreno cedido por el ayuntamiento salmantino en el Campo de San Francisco, de lo que iba a ser el nuevo colegio de la orden extremeña. Había existido un primer intento de compra de la casa que se tenía alquilada, para ello iban a utilizarse las rentas generadas por la encomienda de Esparragal durante diez años, pero al pertenecer este inmueble al mayorazgo del conde de Perelada no pudo hacerse la transacción.
El fabuloso proyecto de edificación del nuevo colegio había sido realizado por el propio Jovellanos y la dirección de este había recaído en un discípulo de Ventura Rodríguez, a tales efectos se había destinado doscientos mil reales.
Así quedó reflejado el acontecimiento en las crónicas salmantinas:
“Se colocó en el campo de San Francisco de esta ciudad la primera piedra del nuevo colegio de la Orden de Alcántara por el señor don Gaspar Melchor de Jovellanos del Consejo de SM en el Real de las Órdenes … la bendijo el doctor frey Francisco Valdivia prior de Rollán … en esta primera piedra se incluyó una caxa de plomo y dentro de ella un exemplar de todas las monedas de oro, plata y cobre conocidas y corrientes en el día y de los más recientes cuños cada una en su diferente seno, un libro de definiciones de la Orden de Alcántara, una guía de forasteros, una de eclesiásticos y una lista de los individuos que componen actualmente el Colegio de Alcántara.”
En 1798 el colegio aún seguía en construcción y tenía serios problemas de financiación pues lo fondos no acababan de llegar, y los que lo hacían eran escasos, debido a la quiebra en la que ya empezaba a encontrarse la orden. Tan crítica llegó a ser la situación que se vendieron en pública subasta los materiales comprados para la finalización de la obra para poder pagar los alquileres de las habitaciones y los libros de los alumnos, que se habían visto obligados a trasladarse al Colegio salmantino de San Salvador de Oviedo.
El golpe final a tan noble proyecto se lo dio la invasión francesa que se encargó despiadadamente de terminar con el sueño de los colegiales de la orden extremeña que desde ese momento pasaron al colegio de los calatravos, acabando el proceso desamortizador de 1835 con casi trescientos años de vida estudiantil de los alcantarinos en Salamanca.