jueves, 12 de septiembre de 2024

«LA BELTRANEJA» Y «LA LOCA», DOS JUANAS A LAS QUE LA HISTORIA NO PERMITIÓ REINAR.

 

«DONDE HAY POCA JUSTICIA ES UN PELIGRO TENER RAZÓN» 

(Quevedo)



De mis lectores asiduos es conocida mi predilección por esos personajes a los que la Historia no les ha hecho justicia. Es este el caso de dos regias Juanas maltratadas por su entorno más cercano y humilladas por unos hechos históricos que tal vez hayan llegado tergiversados hasta nuestros días.

Juana “La Beltraneja”, hija del rey Enrique IV y de su esposa Juana de Portugal y por tanto, sobrina de Isabel I de Castilla, fue una infanta castellana que tuvo la desdicha de nacer bajo la sospecha alentada por el “bando Isabelino” de no ser hija del rey sino de su valido y privilegiado Beltrán de la Cueva, de ahí su apodo, por lo que aún proclamada reina de Castilla hubo de renunciar por tratado, el de Alcazobas, a todos sus títulos y posesiones y exiliarse en Portugal con dos posibles y humillantes alternativas: casarse con su primo el infante Juan, tras la anulación del matrimonio con su tío el rey Alfonso V acordada en “Las Tercerías de Moura”, o retirarse a un convento. Optó por el de Santa Clara en Coimbra en el que permaneció hasta su muerte, que se produjo en 1530, pero durante todo ese tiempo siguió firmando como “Yo, la reina”.

No hemos de olvidar tampoco que llegó a ser reina consorte de Portugal por su matrimonio con Alfonso V, hermano de su madre, cuando ella contaba tan sólo con doce años. Este matrimonio fue celebrado en Plasencia ciudad donde además fueron proclamados los contrayentes reyes de Castilla y León, proclamación que duraría poco gracias a su padre, el rey Enrique, que dudada “a ratos” de su paternidad debido a su manifiesta impotencia, por lo que firma el “Tratado de los Toros de Guisando” en septiembre de 1468 y su hermana Isabel es proclamada princesa de Asturias y por ello heredera legítima del trono de Castilla.

Debió sentirse muy traicionada “La Beltraneja”, más por venir esta traición de su propio padre. Tanto o más debió sentirla su prima hermana Juana apodada “La Loca”, que lo fue primero por su marido Felipe de Habsburgo, después por su padre el rey Fernando y posteriormente por su hijo el emperador Carlos V.

El “desequilibrio emocional” de Juana I de Castilla se atribuye a los devaneos amorosos de su esposo, que parece ser que provocaron en ella unos celos irracionales que la llevaron a la locura. Sin embargo, analizado el perfil de la reina a lo largo de la Historia, más pudiera deberse esta conducta de abstraimiento a una fuerte depresión ante la impotencia de ver como su marido se alejaba irremediablemente de ella, que a una enajenación mental. Todo ello convenientemente aderezado con el afán de su padre por recuperar el trono de Castilla muerto su yerno el rey Felipe I. Sobrevoló sobre esa muerte la sospecha de que fue el rey Fernando quien la encargó.

Pero los celos de Juana no eran algo nuevo en tan regia familia. Su madre Isabel “la Católica” también los había sufrido ante las infidelidades de su marido y estos provocaron fuertes ataques de ira en ella; sin embargo su fama de mujer contenida y profundamente misericordiosa atenuó el relato consiguiendo que su estabilidad emocional no fuera puesta en duda. De todos es conocido el refrán castellano de “Cría buena fama y échate a dormir, críala mala y échate a morir.”

Hubo quien en ningún momento cuestionó la capacidad para reinar de Juana, así el obispo de Córdoba enviado en 1501 por los Reyes Católicos como embajador a Flandes la definió como “muy cuerda y bien asentada, aunque con arranques temperamentales como su imponente madre, que también era propensa a sufrir accesos de melancolía”.

Cabe pensar que ese interés por incapacitarla pudiera tener más que ver con una conspiración política masculina que con una presunta enajenación mental, y que ese comportamiento calificado como “extravagante” pudiera responder a un intento de reafirmación en un mundo dominado por hombres a los que no les temblaba el pulso a la hora de usurpar los legítimos derechos de sucesión al trono, aunque fueran los de su propia hija, los de su madre o los de su esposa.

Fuera por una razón o por otra, lo históricamente constatado es que se la privó de reinar encerrándola cuarenta y siete años en el Castillo de Tordesillas.

¿Quién puede sobrevivir a casi cinco décadas de total aislamiento desposeído de todos sus derechos incluidos los dinásticos y permanecer cuerdo?

Hemos de concluir después de lo leído que existe cierta similitud en el destino de estas dos mujeres pertenecientes ambas al linaje de los Trastámara, en el que fueron víctimas de no pocas intrigas políticas y familiares. Ambas fueron utilizadas como `peones en un “juego de tronos” donde sus deseos y capacidades fueron ignorados perseguidas por despectivos apodos, “la Beltraneja” y “la Loca”, que les hicieron poca justicia y marcaron sus parejos destinos de destierro y encierro.

Es probable que el error de ambas fuera desear que permaneciesen respetados sus legítimos derechos dinásticos en una época donde ser mujer y aspirar al poder era un desafío monumental. Quizás lo siga siendo.