jueves, 14 de septiembre de 2023

LEONOR DE PIMENTEL Y ZÚÑIGA, PRIMERA DUQUESA DE PLASENCIA. EL DIFÍCIL ENTRETEJIDO ENTRE MUJER Y PODER EN LA BAJA EDAD MEDIA



Si hemos de situar históricamente a esta ambiciosa, intrigante e inteligente mujer de la baja Edad Media, hemos de hacerlo primero bajo el reinado de Enrique IV, y después bajo el de los Reyes Católicos y en ambos casos influyendo de manera determinante en las decisiones de su apocado marido y también tío Álvaro de Zúñiga y Guzmán, primer duque de Plasencia y de Béjar, cabeza del linaje de los Zúñiga.

Ella también pertenecía a este linaje, y como hemos visto lo hacía doblemente, por sangre y por matrimonio. Leonor Pimentel fue la única hija de Juan Alonso Pimentel, conde de Mayorga y III conde de Benavente, y de Elvira de Zúñiga, hermana de su marido.

Este matrimonio no fue sino producto de una estrategia familiar por ambas partes, en una sociedad medieval donde la endogamia era práctica habitual, y aun así para su celebración fue necesaria una dispensa del papa Pío II y una provisión real de Enrique IV, debido a que un enlace con semejante vínculo de parentesco provocó el escándalo en Castilla.

Pero el perfil humano de Leonor hemos de trazarlo desde su infancia, porque los sucesos en esta acontecidos forjaron su fuerte carácter.

Nacida aproximadamente en 1430, no se conoce la fecha exacta, queda huérfana de padre siendo una niña al morir este en 1437, y transcurridos unos años también de madre por lo que se hacen cargo de su tutela su abuelo materno, que después sería su suegro, y su tío, que posteriormente se convertiría en su marido.

Aunque no existe mucha bibliografía al respecto, si es sabido que desde muy joven, casi adolescente, se ocupó con soltura de sus propios asuntos y negocios.

Mujer culta para su época, amante de los libros, guardaba una colección de ellos en latín y en romance lujosamente encuadernados en cuero y terciopelo negro, rojo y morado, de letras iluminadas con finas guardas y elaborada técnica en el dorado que cuidó y aumentó como heredera su hija María. Además era profundamente religiosa de lo que dan fe su testamento e inventario.

Su tío, tutor y después marido Álvaro de Zúñiga y Guzmán se había casado en primeras nupcias con Leonor Manrique de Lara y Castilla, hija del adelantado de León Pedro Manrique de Lara, señor de Treviño y Amusco, y de dicho matrimonio nacieron nueve hijos, siendo el primogénito Pedro. Enviuda el cabeza de linaje de los Zúñiga de esta primera Leonor para casarse con otra, su sobrina Leonor de Pimentel.

A raíz del enlace con su viudo tío en 1458, ella contaba con veinte y pocos años y el sobrepasaba la cuarentena, Leonor se convierte en duquesa consorte de Arévalo y primera condesa de Plasencia y empieza a tejer una tupida red clientelar en torno a la monarquía, aprovechando los contactos de su marido y los suyos propios. El fin de esta red no sería otro que deshacer el mayorazgo de los Zúñiga del que iba ser único heredero el hijo primogénito de su marido Pedro de Zúñiga y Manrique, con el que mantuvo una lógica y manifiesta enemistad, y aprovechar la ocasión para situar a sus tres hijos Juan, María e Isabel en un plano social privilegiado.

Y entretejiendo esta red con cautela alcanzó su anhelado objetivo, para su hijo Juan obtuvo en 1473 el último maestrazgo de la Orden de Alcántara, al que accedió con tan sólo catorce años, antes de que los Reyes Católicos incorporasen estos a la Corona y los unificasen en la figura del rey Fernando.

Al ceder el maestrazgo fue investido arzobispo de Sevilla y después cardenal lo que le reportó mayores rentas y superior prestigio personal si cabe. Consiguió casar a su hija Isabel con Fadrique de Toledo, segundo duque de Alba, uno de sus mayores logros que además la acercaba estratégicamente a la causa isabelina. Su hija María contrajo matrimonio endogámico con Álvaro II de Zúñiga, nieto de su padre y por tanto su sobrino, para mantener el linaje familiar siguiendo el ejemplo de su madre. Obtuvo Leonor con estos hechos su codiciado deseo de elevar el linaje de los Zúñiga a su máximo esplendor.

En el plano económico, se encargó personalmente del mantenimiento de todas las villas obtenidas de su marido, sibilina y audaz manera de acabar con el mayorazgo de los Zúñiga, institución de patrimonio indiviso que consiguió fragmentar en pleno siglo XV al dividirlo por cesión patrimonial. Con ello además conseguía que sus hijos pudieran heredar por vía materna un patrimonio que estaba destinado al primogénito Pedro. También negoció personal y fructíferamente con el duque de Alba el casamiento de su hija Isabel y convenció a su marido para que la hiciera donataria como esposa de los señoríos de Burguillos y Capillas, también “desprendidos” desde ese momento del mayorazgo de los Zúñiga, que administró ella personalmente pagando para ello a su propio contador.

Obtuvo también de su sumiso consorte un privilegio por el cual Trujillo quedaría para el hijo mayor del matrimonio y en caso de que muriese primero don Álvaro, quedaría la ciudad como propia para ella.

En el plano religioso fundó el convento de Santo Domingo, reconvertido actualmente en el Mirador de Plasencia, para agradecer la sanación de su hijo Juan que estuvo muy enfermo, y también el de San Vicente Ferrer que donaría a los dominicos y donde quería ser enterrada a su muerte, además de favorecer ampliamente la catedral y las iglesias parroquiales de sus dos ciudades, Béjar y Plasencia.

Su carácter definidamente religioso quedó también patente en su testamento donde se recoge entre otros legados, el hecho a su criada la beata Juana Gundiel.

Es conocido también que uno de sus confesores fray Juan López de Salamanca, le dedicó tres de sus obras, donde además la introdujo como uno de sus personajes y la retrató como mujer pía y gran lectora.

Sin embargo políticamente, y a pesar de su astucia, cometió el error de apoyar la causa lusa en la guerra por la sucesión al trono mantenida entre la futura Isabel I de Castilla y su sobrina “la Beltraneja”. Rectificó Leonor hacia la causa isabelina, o tal vez la hizo doblegar la reina Isabel, conocedora de su desmedida ambición, ofreciéndole el maestrazgo de la Orden alcantarina para su hijo, que por supuesto aceptó.

No le salió gratis esta inicial traición a la reina, pues esta solicitó la renuncia de su marido al marquesado de Arévalo y también al condado de Plasencia, que pasaron a formar parte del patrimonio real, ofreciéndole a cambio el ducado de Béjar.

No consiguió olvidar Isabel, ya reina, el desacato de Leonor, y así se lo recordó en varios documentos epistolares dirigidos a los duques, y a tal tenor escribió:

“Don Fernando y doña Isabel etcétera (…) por causa que el duque vuestro marido y vos estauades relenados en nuestro deseruicio en la compañía del aduersario de Portugal, cerca de lo cual nos suplicasteis e pedisteis por merced que pues el dicho duque y vos estades redusidos a nuestro seruicio y obediencia y nos hauiades dado o prestado aquella fidelidad que nos deuiades y herades obligados como vuestro rey y reyna e señores naturales (…)

Sin embargo, supo recomponer Leonor su relación con la reina y establecer nuevas ligas y alianzas nobiliarias en su propio beneficio y en el de su linaje, hasta su muerte que se produjo en Béjar el 31 de mayo de 1486.

Es este en fin, un humilde esbozo de la figura de una enigmática y muñidora mujer del bajo medievo, que vio ascender al trono a varios monarcas castellanos y que supo beneficiarse convenientemente de ello y de un estatus social privilegiado adquirido por cuna y por matrimonio.

Dama poderosa y adelantada a su tiempo, que influyó constante y perentoriamente en las decisiones de su marido y después en las de sus hijos, en un momento de la Historia en que la mujer estaba relegada al plano doméstico y a la crianza de los hijos.

Mujer objeto de extremos tanto en la adoración y en la alabanza, como en el odio y en el desdén pero que demostró con su inteligencia y sagacidad que, desde la atemporalidad estas dos cualidades han colocado a la mujer en un plano de igualdad que no ha sido necesario defender en parlamento o cámara alguna.