martes, 15 de julio de 2025

MARIA ANTONIETA Y EL ESCÁNDALO DEL COLLAR

 

UN ASUNTO QUE ARRUINÓ SU YA DETERIORADA REPUTACIÓN PARA SIEMPRE

La mañana del 15 de agosto el Palacio de Versalles estaba atestado de gente, se celebraba la festividad de la Virgen de la Asunción motivo por el cual los allí presentes habían acudido temprano para poder escuchar la liturgia. Todos esperaban la aparición de los reyes Luís XVI y María Antonieta, uno de los más impacientes era el cardenal de Rohan que vestía las prendas litúrgicas para la celebración.


Con el rostro tenso y la mirada fija se acercó al religioso el limosnero mayor que ese día sustituía al oficial de limosnas, ¡en mala hora!, y plantado ante él le dijo con voz solemne,

Por el poder que me viene conferido por S.M. el rey Luís XVI me veo en la obligación de comunicar a usía que queda usted arrestado, le pido por favor que no se resista.

Hacía mucho tiempo que la nobleza francesa no asistía a una humillación semejante, el rostro del cardenal se había tornado de un tono céreo y miraba fijamente al limosnero sin alcanzar a articular palabra.

No lograba comprender el porqué de tan desafortunado apresamiento cuando era él el primer ultrajado. Intuía que con este gesto el rey pretendía defender de cualquier sospecha el más que cuestionado honor de la soberana.

París ya no quería a Maria Antonieta; lo que empezó siendo un idilio acabó por convertirse en hostilidad. Los franceses sabían del sentimiento de preminencia de la delfina que vivía bajo la convicción de la superioridad de los Habsburgo, su familia, sobre los Borbones.

Cuando en mayo de 1774 su marido ascendió al trono tras la repentina muerte de Luís XV, quiso hacer valer su voluntad por encima de la obediencia y sumisión conyugal que de ella se esperaba, empezando a hacer caso omiso a los deberes que la Corona francesa le imponía. El rey se mostraba indulgente ante la conducta de su díscola y caprichosa pero bella mujer, a pesar de las críticas que por ello recibía. No ayudaba la falta de medida de la reina a la hora de gastar en vestidos y joyas. La ostentación de María Antonieta a la hora de vestirse, peinarse y adornarse empezaba a provocar el escándalo del pueblo francés, y sin embargo esta vez era totalmente ajena al escándalo.

¿Puedo saber de qué se me acusa? Preguntó el prelado.

¡De estafa! exclamó, no sin cierta indignación, el limosnero mayor.

¡Por favor no me detengáis aquí, dejadme hablar con su majestad! Suplicó el purpurado ante la poca clemencia del canciller.

Una semana después de la detención del cardenal María Antonieta escribió a su hermano, el emperador José II, para darle cuenta de lo acaecido.

En 1772 Bohemer y Bassenge, dos orfebres parisinos, elaboraron un magnífico collar de esplendor y grandeza nunca antes contemplados. La fastuosa joya de 2.800 kilates llevaba engarzados casi 700 diamantes y había sido concebida por los joyeros con la intención de vendérsela al rey Luís XV para que pudiera agasajar a su nueva amante Madame du Barry, pero la inesperada muerte del monarca desembocó en la expulsión de la cortesana por el nuevo rey Luís XVI, a petición de su esposa María Antonieta, lo que sumió en la más absoluta desolación a los orfebres ante la posibilidad de encontrarse con un costosísimo collar de más de dos millones de libras y ningún interesado en adquirirlo.

La candidata perfecta para lucirlo era la nueva reina, sin embargo no mostró ningún interés por él ante la sospecha de que pudiera haber sido concebido para resplandecer en el escote de Madame du Barry. Alegó que la Corona francesa tenía más necesidad de navíos que de collares, provocando con ello la sorpresa y satisfacción de los franceses, y recomendó a los joyeros que lo desmontasen y lo vendieran por piezas; creyó que con esta solución ponía fin al asunto.

No fue así, Bohemer y Bassenge no estaban dispuestos a desmontar su sublime joya porque entendían que iban a perder mucho tiempo vendiéndola por partes y además nunca estas alcanzarían el precio que iba a pagarse por el collar como pieza única. Tomada esta decisión buscaron una salida airosa que no deteriorara más sus ya maltrechas economías, habían invertido demasiado dinero en su obra.

En este orden de cosas entra en escena el cardenal de Rohan, antiguo embajador en la corte austríaca en Viena, hombre sin escrúpulos, depravado y libertino a quien María Teresa de Austria, madre de María Antonieta, no dudó en definir como “un tipo espantoso y sin moral”, opinión que probablemente influyera en la decisión de su hija de mantenerlo lejos de Versalles.

Para un hombre como el cardenal este destierro suponía un descrédito que lo sumía en una humillación insoportable y se propuso ganarse el favor de la reina para recuperar su sitio en la corte.

Para pergeñar su acercamiento a la soberana no dudó en forzar una simulada amistad con Jeanne de la Motte perteneciente a una estirpe ilegítima de la dinastía de Valois y esposa de Nicolás de la Motte, oficial de gendarmes que supo aprovechar la descendencia noble de su mujer para ascender socialmente y alcanzar un condado, el de la Motte,  al que habría de añadírsele el prestigioso apellido Valois que tantos privilegios reportó a la pareja.

Para cuando Rohan conoció a Jeanne esta alternaba su matrimonio con una relación clandestina con un proxeneta y falsificador llamado Retaux de Villete, que intuyó desde el principio la intención del cardenal de ganarse el beneplácito de la reina a través de Jeanette y quiso sacarle partido a su desmesurada ambición. Para ello sería necesario que Jeanette se hiciese amante del prelado y lo convenciera de la estrecha cercanía que mantenía con María Antonieta, aunque realmente ni siquiera la conocía personalmente.

No fue difícil persuadirlo y Villete y Jeanette urdieron un plan para estafarlo a él, a la Corona y a los orfebres que consistía en hacer creer al religioso que la reina había mostrado interés por el collar pero no quería ser vista gastando los fondos de los franceses.

“Picó el anzuelo” con facilidad el cardenal que accedió con satisfacción a encontrarse clandestinamente con la que creyó que era la soberana pero que realmente era una prostituta, Nicole d´Oliva, de gran parecido con María Antonieta que acudió esa noche a la Arboleda de Venus, en los Jardines de Versalles, con un traje de muselina blanco muy parecido a los usados por la soberana. Consiguió Nicole, ayudada por la penumbra, engañar a Rohan que quedó totalmente convencido de que se había reunido con la reina.

A partir de ese momento Jeanette y Villete empezaron a pedir periódicamente cantidades de dinero al cardenal que accedía gustoso a pagarlas en el convencimiento de que con ello estaba cada vez más cerca de ganarse las simpatías de la reina, y para que no flaqueara en su creencia le hicieron llegar una falsa carta de la soberana con el encargo de que fuera él quien comprara personalmente el collar a los orfebres y lo mandara a palacio. La carta estaba firmada con un “María Antonieta de Francia” que fascinó al cardenal pero que puso de manifiesto la falsedad de la misma; cualquiera que supiera de los protocolos de palacio y de las costumbres de la reina sabría que jamás habría acabado una carta con esa firma.

Bohemer y Bassenge estaban pletóricos ante la nueva de que por fin iban a poder vender el collar y negociaron con Rohan un descuento. Acordaron que el cardenal pagara por él un millón seiscientas mil libras en cuatro plazos de acuerdo con las instrucciones de la monarca.

Poco después Villete haciéndose pasar por correo de la reina pasó a recoger la joya al taller de los orfebres, la desmontó y se la entregó a Nicolás, el esposo de Jeanette, que la vendió por piezas a joyeros de Londres obteniendo con ello sustanciosos beneficios de los que repartió una parte entre sus cómplices.

Rohan ajeno a la estafa esperaba ansioso el día de la Candelaria en el que la reina luciría el collar, pero el día pasó y la reina no lo lució. Pasaron meses y ni a la reina le llegó la joya a palacio ni los orfebres recibieron pago alguno por su magistral obra.

Bohemer desesperado mandó carta a palacio preguntando a la reina si el collar había sido de su agrado, la soberana que no entendió a qué se refería el joyero simplemente la quemó.

Al no recibir respuesta de su majestad cundió el pánico; los orfebres empezaron a ser conscientes de que habían sido víctimas de un engaño y mandaron nueva misiva a palacio por medio de madame Campan, una allegada a María Antonieta, afirmando que la reina sabía que les debía dinero. La soberana desconcertada pidió explicaciones de lo que allí pasaba y madame Campan le enseñó unas cartas con su firma falsificada, en las que quedaba de manifiesto que los joyeros habían estado tratando con el cardenal la compra del collar por petición suya. Enterado el rey pidió a Rohan que acudiera al Palacio de Versalles el 15 de agosto con motivo de las celebraciones de la Virgen, y allí mando detenerlo.

De poco valieron las torpes explicaciones que el cardenal dio a Luís XVI, el soberano estaba enfurecido y las infamias que corrían por todo París sobre la reina no contribuían a apaciguarlo. No acababa de entender que Rohan no se hubiera dado cuenta de que la reina no firmaba como “María Antonieta de Francia”, su carrera diplomática le obligaba a conocer este tipo de detalles protocolarios. ¿Cómo era posible que alguien con una carrera diplomática tan extensa y exitosa, hubiera pasado por alto un detalle tan obvio? Todo lo acontecido le llevó a pensar que el cardenal estaba detrás de las falsificaciones y por ello lo mandó detener y lo envió a la Bastilla donde permaneció casi un año a la espera de juicio.

Jeanette y su marido fueron apresados poco después al despertar sospechas por las ingentes cantidades de dinero que gastaban y ellos entregaron a la prostituta y al estafador Villete, ideólogo de la trama.

Todos fueron juzgados en el Parlamento de París y condenados menos Rohan cuya defensa consiguió demostrar que su único error había sido el de ser un hombre confiado. Pero la mayor condena la sufrió la reina María Antonieta a la que acusaron de haber sido infiel al rey con el cardenal. Aprovecharon los franceses para hacer pagar a la soberana su fama de promiscua y manirrota.

Nunca volvió a levantar cabeza la reina,

¡ni siquiera para que se la cortaran!