LOS DOS BRAVOS HIJOS DE LEONOR DE AQUITANIA ENFRENTADOS POR EL TRONO DE INGLATERRA
A los
cincuenta años Leonor seguía encerrada en Salisbury y aun así no había perdido
la esperanza de volver a reinar. Su hijo Ricardo acababa de convertirse en rey,
muerto su padre en 1189, bajo el nombre de Ricardo I y ella sabía que la
primera orden de su reinado sería la de excarcelar a su madre. Así fue,
—¡Por fin voy a poder desempeñar el papel para el que he estado esperando tantos años!, ¡espero con ansiedad que mi hijo me lo pida!
le dijo esa mañana al
monje confesor que la visitaba dos veces por semana.
Mandó
también Ricardo organizar su coronación como rey de Inglaterra con grandes
fastos en la Abadía de Westminster y pidió que quedara prohibida la entrada a
esta solemne ceremonia a judíos y mujeres; sus detractores quisieron ver en
este gesto una muestra de su ocultada homosexualidad.
Coronado
ya como Ricardo I, embarcó inmediatamente en una Tercera Cruzada, pero no sin
antes dejar a alguien de absoluta confianza como regente de Inglaterra, no dudó
un momento. Nadie mejor que su madre para hacerlo.
No se
equivocaba el nuevo soberano, Leonor de Aquitania supo
hacerse con las riendas de Inglaterra, casi con maestría, ganándose el
beneplácito de los ingleses con facilidad en un tiempo en los que la mujer no
gozaba de autoridad alguna.
Defendió
sus tierras y consolidó el reinado de su hijo hasta el punto de negociar su
liberación con inteligencia y audacia cuando, en su objetivo por liberar
Jerusalén de las manos musulmanas en la Tercera Cruzada, este fue hecho
prisionero por el soberano del Sacro Imperio Germánico Enrique VI, pidiendo
para su liberación un cuantioso rescate que Leonor, removiendo cielo y tierra,
logró obtener.
No pudo
evitar sin embargo, a pesar de su ingente y acertada labor diplomática para
mantener la fidelidad de los nobles, que su hijo pequeño Juan, apodado “sin
Tierra”, destronase a su hermano mientras este se encontraba en cautiverio;
estuvo apoyado en esta contienda por el rey de Francia Felipe II Augusto.
Tras su
liberación Ricardo volvió a ocupar el trono inglés, por lo que fue coronado por
segunda vez, pero Leonor no cesó en su empeño de reconciliar a sus hijos.
Después de obtener la ansiada paz entre ellos se retiró a la Abadía de
Fontevraud donde recibió la noticia de que el rey había sido herido por un flechazo
en un hombro al tomar el Castillo de Châlus, y reclamaba su presencia.
No dudó
un momento Leonor en abandonar su retiro, a pesar de haber cumplido ya los
setenta y cinco años, para acudir a la presencia de su hijo. Se temía lo peor.
Se
tornaron ciertas las terribles sospechas de la duquesa de Aquitania y sus
peores presagios se cumplieron porque su hijo murió el 6 de abril de 1199,
apenas llegó a socorrerlo, dejándola en la más absoluta de las desolaciones, pero siendo consciente de que debía posponer su dolor porque, a pesar de que el
rey Ricardo había muerto sin descendencia, su hijo Juan no tenía asegurado ni
el trono de Inglaterra ni los dominios de la familia,
—¡Qué
terrible desgarro el de mi alma! No me siento capaz de sobreponerme a la muerte
de otro de mis hijos, mascullaba Leonor entre sollozos.
—Ninguna
madre debería pasar por tal desdicha y sin embargo debo postergar mi dolor, mi
hijo Juan me necesita.
—Partiré
en su auxilio una vez haya dado tierra a mi otro hijo, el rey Arturo.
—Es mi
voluntad que sus entrañas sean enterradas en Aquitania, su cuerpo reciba
sepultura en la Abadía de Fontevrault, a mi lado y en mi compañía, y su
inconmensurable y valiente corazón de león repose eternamente en la Catedral de
Rouen.
Y arrodillándose con esfuerzo frente a su cadáver, acarició lentamente con el dedo la divisa de su escudo de monarca en la que podía leerse:
“Dieu et
mon droit”
“Dios y
mi voluntad”
que pasaría
a ser la leyenda heráldica de los escudos de los monarcas ingleses desde este
fallecimiento.
Volvió
Leonor a la Abadía de Fontevrault terriblemente triste pero tranquila por ver
que su hijo había sido coronado como Juan I de Inglaterra.
Contra
todo pronóstico, porque nadie esperaba que Juan fuese a heredar nada y menos la
Corona siendo el menor de los hijos de Leonor y Enrique II, se hallaba sentado,
y esta vez por derecho, en el trono inglés a pesar de que el mítico, y quizás
inexistente, personaje de Robin Hood hubiera desprestigiado sin piedad ni
mesura su reputación en favor de la de su hermano; o al menos eso era lo que
contaba el pueblo llano al abrigo y bajo el espíritu de unas cervezas calientes
en las tabernas locales.
Lo cierto
y verdad es que el nuevo rey no destacó por su buen hacer y su reinado estuvo plagado
de conflictos, tanto internos como externos, que lo llevaron a perder algunos territorios
franceses, incluido Normandía, y esto debilitó su posición y provocó un
terrible descontento entre sus nobles.
Juan era
conocido por tener un carácter autoritario, probablemente heredado de su padre,
y una tendencia a imponer su voluntad por encima de cualquier consejo que
provocaba continuas tensiones en su reinado sobre todo con la Iglesia, llegando
a ser excomulgado por el papa Inocencio III.
Estas tiranteces
y su predisposición a sobrecargar de impuestos a los ingleses culminaron en la
rebelión de un grupo de nobles que le obligaron a firmar una Carta Magna en
Runnymede, el 15 de junio de 1215, que limitaba su poder y reconocía una serie
de derechos fundamentales para “los hombres libres” de Inglaterra.
Lo
paradójico de esta firma fue que, a pesar de que le fuera impuesta, rubricaba
un documento que fue uno de los logros más significativos de su reinado pues
sentó precedentes importantes para el desarrollo del Estado de Derecho y las
libertades individuales en Inglaterra.
Incapaz
de reconocer las bondades de esta Carta, el rey Juan I intentó desacreditarla,
llegando a repudiarla, lo que provocó la “Primera Guerra de los Barones”
y un descontento generalizado que acabó pasándole factura deteriorando gravemente
su salud hasta llevarlo a la muerte, que se produjo el 19 de octubre de 1216.
Le sucedió en el trono su hijo que fue coronado como Enrique III.
Hacía ya
catorce años que había fallecido su longeva madre a la edad de ochenta y dos
años y había pedido ser enterrada al lado de su hijo predilecto.
Él sin
embargo quiso que se le diera sepultura en la Catedral de Worcester, junto al
río Severn, alejado de los honores que se le dedicaron, incluso después de
muertos, a los Plantagenet, su familia.
Quizás lo
hizo en un último y consciente deseo de no volver a ser comparado con su
hermano “lionheart”.

