LA REINA
QUE REINÓ DOS VECES
Aquella
sala, aunque pequeña, resultaba acogedora; los primeros rayos de sol de la
mañana se colaban entre las gruesas cortinas color vino del gran ventanal que
coronaba la estancia.
Leonor
había madrugado y se encontraba sentada en una silla de respaldo alto ricamente
ornamentado en marfil al lado de la ventana, sus ojos parecían perderse entre
los árboles del jardín.
—¡Quizás
debí decírselo! Pensaba.
El hecho
de haber solicitado la anulación de su matrimonio con el rey Luis VII de
Francia la intranquilizaba porque temía la reacción del monarca. Él siempre se
había mostrado totalmente enamorado de ella, a pesar de que fue el suyo un
matrimonio impuesto y motivado por la muerte de su padre, Guillermo X.
Sabía Leonor
del dolor que se siente al perder a seres tan queridos porque su único hermano
varón y su madre habían muerto en la primavera de 1130, siendo ella aún una
niña.
En 1137
cuando Guillermo X, último conde de Poitiers y duque de Aquitania, partió en
peregrinación a Santiago de Compostela dejando a ella y a su hermana Petronila
al cuidado del arzobispo de Burdeos; no pensó ni por un momento que era su
último viaje, que jamás volvería a verlas.
Tornó Leonor,
con tan sólo quince años, en la heredera de Poitou y Aquitania, dominios
franceses más grandes incluso que los del propio rey, y este hecho la convertía
en una de las mujeres más poderosas de Europa, pero también en una tan
indefensa como deseada presa a los ojos de cualquier noble depredador sediento de
poder, capaz de cualquier cosa por alcanzar estatus, título y propiedades.
Su padre
que había previsto que esto pudiera suceder, la dejó bajo la tutela del rey Luís
VI de Francia, conocido como Luis “el Gordo”, hasta que encontrara el
marido adecuado.
No quiso
el monarca desaprovechar la oportunidad, pues sabía que el encontrarse ya
postrado permanentemente en el lecho debido a su obesidad lo abocaba sin piedad
a una muerte cercana, y casó a la recién estrenada duquesa de Aquitania con su
hijo el príncipe Luís, pasando con ello los vastos dominios de la joven a la
Corona francesa.
No contó
el soberano francés con que Leonor lejos de ser sumisa y callada era una joven
rebelde, inteligente y segura que dominaba la historia y la aritmética, hablaba
latín perfectamente y cabalgaba y cazaba como un varón. Había sido educada para
mandar y por tanto iba a necesitar a su lado un marido fuerte y con criterio.
Quedo
perdidamente enamorado el piadoso príncipe Luís desde el mismo momento en que
Leonor irrumpió en su vida, quizás supo ver desde el principio que ella iba a
ser fuerte donde él era débil y segura cuando él sintiera inseguridad, y esta
circunstancia hizo que le consintiera todos sus caprichos y la dejara hacer y
deshacer a su conveniencia.
Murió el obeso monarca poco después de
celebrado el matrimonio convirtiéndose con ello el príncipe en Luís VII de
Francia y Leonor en la reina de los francos, pero su energía y entusiasmo no
fueron bien recibidos en la Corte francesa siendo la primera detractora de la nueva
reina su suegra, la madre del rey, que pensaba que ejercía demasiada influencia
sobre su hijo.
Leonor
paseaba inquieta por la habitación, sus faldas de grueso brocado de seda
crujían levemente al rozar a su paso con los muebles de la estancia. Sentía las
manos frías, a pesar de lo soleado de la mañana, y buscó abrigarlas al calor del
manto de lana que cubría la “chemise” corta de manga acampanada que
había cosido para ella la más anciana de sus damas.
Estaba
nerviosa, el proporcionar consuelo a su hermana la había ocasionado problemas y
había despertado las iras de la Corte francesa. Quizás fue tomado por osadía el
hecho de haber convencido a su marido para que apoyase a su hermana Petronila
en sus amores con Raúl I “el Valiente”, casado con la hija del poderoso
Esteban II de Blois, sin prever las consecuencias de este amparo.
— ¡Quién
podía pensar que el apoyo a mi hermana iba a generar un conflicto de tal
magnitud! murmuró en voz baja mientras se asomaba levemente al ventanal.
El hecho
de que el soberano respaldase a Petronila y a Raúl, influido por Leonor, en
unas relaciones ilícitas ocasionó un tumulto en la ciudad de Vitry que propició
que la muchedumbre buscara refugio en una iglesia que acabó ardiendo; se
perdieron más de mil vidas en el terrible incendio.
Sabía que
el rey se sentía profundamente culpable por lo sucedido y que había buscado una
manera solvente de expiar sus culpas. Quería limpiar su conciencia y nada mejor
para ello que aceptar la proposición que le había hecho el papa Eugenio III de dirigir
una Segunda Cruzada a Tierra Santa para recuperar el reino de Jerusalén.
Había decidido
acompañarlo en la aventura cruz en mano, pero esta determinación no había hecho
sino incomodar a la rígida moral de los miembros de la Iglesia de la época que
empezaron desde entonces a considerarla una mujer libertina incapaz de acatar
el papel de sumisión a su marido para el que, entendían, estaba destinada.
Tras un
largo viaje el matrimonio decidió parar y alojarse en Antioquía, y allí empezó
a forjarse una leyenda negra sobre ella debido a las frecuentes entrevistas que
mantenía con su bien parecido tío Raimundo, príncipe de esta ciudad, que
hicieron pensar a las intransigentes cabezas de la Corte que entre ellos
existía una incestuosa relación, más allá de lo meramente familiar.
Llegados
los rumores a oídos del rey, este se dispuso a abandonar con premura la ciudad
turca, sin embargo la reina se negó a acompañar a su esposo por no entender lo
apresurado de tal decisión incrementando y consolidando con ello su fama de
mujer libertina y lujuriosa.
De
regreso a Francia en el año 1152 la relación de la pareja estaba herida de
muerte, reinaba el desconcierto y los reproches entre ellos, y no contribuía a mejorarla el hecho de que
hubieran tenido sólo hijas, dos; pero ningún hijo varón que pudiera heredar el
trono.
La
situación se volvió tan insostenible que Leonor solicitó la nulidad
matrimonial, aun a riesgo de ser excomulgada.
— Tengo
treinta años y vuelvo a ser una de las mujeres más codiciadas de Europa,
no debo permanecer mucho tiempo sola, mascullaba mientras miraba
distraídamente el trasegar de la servidumbre en el patio colindante al jardín.
— Necesito
encontrar un marido acorde a mi linaje y mi posición y he de apresurarme en
encontrarlo.
Y dicho y
hecho; A los dos meses de su nulidad matrimonial contraía segundas nupcias en
Poitiers con Enrique Plantagenet, duque de Normandía, futuro rey de Inglaterra
y miembro de la familia rival de la monarquía francesa.
La unión
era poderosa y Leonor lo sabía; con ella pasaba de ser reina de Francia a
futura reina de Inglaterra en la misma primavera.
Hubo de
esperar poco nuestra aspirante a soberana porque en 1154 Enrique se convirtió
en Enrique II de Inglaterra, a la muerte de su padre.
Pronto
empezaron las desavenencias entre los reyes porque eran dos personas de
formidable carácter con el agravante de que la reina tenía once años más que su
nuevo marido y no estaba dispuesta a obedecer las órdenes de un rey colérico y
dominante, pero a pesar de sus frecuentes desencuentros Enrique era un hombre
apasionado y tuvieron cinco hijos y tres hijas, y aun así todavía tuvo tiempo
el monarca para mantener relaciones con numerosas amantes a las que alternaba
con su mujer.
No
aguantó la reina la última y cacareada relación de su marido con Rosamund
Clifford y decidió marchar a Aquitania con algunos de sus hijos, los que habían
heredado el carácter de su madre y no estaban dispuestos a permitir que su
padre con sus continuas infidelidades la humillase ni un minuto más; también la
acompañó en este viaje para apoyarla su hijo preferido, Ricardo.
Pronto
vio el rey Enrique II cómo sus hijos se sublevaban contra él y empezó a sospechar
que Leonor tenía un papel determinante en estas rebeliones por lo que, una vez sofocada
la última de ellas, mandó encarcelar a su mujer en la Torre de Salisbury, en
Old Sarum donde permaneció en cautiverio casi diez y seis años.
Durante
su encierro forzoso se enteró de la muerte de dos de sus hijos; la del
primogénito Enrique y también la de su amado Godofredo, el tercero de ellos.
Con estas muertes se convierte en heredero a la Corona su predilecto hijo
Ricardo que asciende al trono en 1189 a la muerte de su padre.
Empieza
con ello la epopeya de Ricardo Corazón de León, rey guerrero que prefirió el campo
de batalla a la afabilidad del trono.
Próximamente:
RICARDO
CORAZÓN DE LEÓN Y JUAN SIN TIERRA.
LOS DOS
BRAVOS HIJOS DE LEONOR DE AQUITANIA ENFRENTADOS POR EL TRONO DE INGLATERRA.
