sábado, 17 de junio de 2023

QUEVEDO, EL CABALLERO QUE VELÓ ARMAS EN NOMBRE DE SANTIAGO. CONFLICTO ENTRE SANTA TERESA Y EL APÓSTOL POR EL PATRONAZGO DE ESPAÑA.



Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos nació en Madrid el 14 de septiembre de 1580, en el seno de una familia de hidalgos oriundos de Cantabria. Hijo de Pedro Gómez de Quevedo, secretario de la reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, y de María de Santibáñez dama al servicio de la regente consorte.

A pesar de estar dotado de una enorme inteligencia, tuvo una infancia difícil debido a una fuerte miopía y a un defecto congénito en ambos pies que lo llevaron a padecer cojera. Estos hechos forjaron un carácter agrio, sarcástico y solitario sólo subsanado por el bálsamo de una lectura, casi compulsiva, que le ayudó a sobrellevar una angustia emocional que marcaría su vida, y fundamentaría el proceder satírico y burlesco de su producción literaria en la que destacó por ser cultivador del esperpento.

Es ejemplo de ello su obra más conocida, “Historia de la vida del Buscón Don Pablos”, novela picaresca que enfoca la vida de un pobre desclasado que busca ascender socialmente y termina teniendo que emigrar a América, o su obra “Sueños” definida como una serie de visiones satíricas sobre la sociedad española de la época.

No es asunto baladí el perfil humano de Quevedo, porque nos hará concienciarnos y entender de manera más consciente las innumerables empresas, en algunos casos quijotescas, que acometió nuestro personaje y algunas celebérrimas enemistades que cosechó al filo de una agudísima pluma, como la cultivada con Luis de Góngora al que “adornó” con ingeniosos insultos y descalificaciones, siendo ampliamente correspondido por este, que siempre pensó que Quevedo quería encontrar fama a su costa pero que hicieron las delicias del lector del Siglo de Oro español.

A tan punto llegó la enemistad entre ambos, que nuestro autor no tuvo compasión al enterarse de la muerte, en 1627, de su íntimo enemigo, y le dedicó este atroz epitafio:

“Fuese con Satanás culto y pelado:

¡Mirad si Satanás es desdichado!

No en vano el profesor y literato español Torrente Ballester lo definió como “un misógino sucio con mala uva, con algo que lo castra y lo envenena” y consideró que él y Góngora fueron “Las peores personas de la literatura española”, y añade:

“La maldad en el caso de Góngora, se detuvo ante ciertos aspectos de su arte; en cambio, en el caso de Quevedo, los penetra todos”

Y aun pensando así, tuvo a bien puntualizar esta descalificación, y por ello apostilló:

“Hay una cosa clara: Quevedo era inteligente y sensible y eso que llamamos su frustración, quizás no estuviese mal llamarlo un corazón lastimado”

Volviendo al asunto que nos ocupa que es la figura de un Quevedo, caballero de Santiago y señor de Torre de Juan Abad, es sabido que fue ampliamente formado en la Universidad de Valladolid, versado en lenguas clásicas, francés, italiano, filosofía, física y teología y amante del arte de la esgrima. Ingresó en la Orden de Santiago en 1618 y a partir de ese momento puso a disposición del apóstol todo su ingenio y maestría para defender su causa, en la pugna que mantuvo este con Teresa de Jesús por el patronato de España.

En 1617, el padre general de las carmelitas descalzas solicita a las Cortes de Castilla el nombramiento como patrona de España y de las Indias de Teresa de Jesús, fallecida en 1582, ya iniciado su proceso de canonización por Felipe II.

Es en 1618 cuando una decisión pontificia declara el copatronazgo de España del apóstol Santiago y de Teresa de Jesús. Como es de suponer esta decisión desata una poco cristiana guerra entre sus cabildos, no hemos de olvidar que Santiago había sido patrón de España desde los Reyes Católicos, y había desempeñado un importante papel protector del reino, pero Santa Teresa contaba a su favor con la fundación e impulso de la Orden de las Carmelitas, viéndose el rey Felipe III en la tesitura de imponer la obligación del cumplimiento de esta decisión pontificia emitiendo un real decreto que fue trasladado a las ciudades.

Se alzaron muchas voces oponiéndose a un patronazgo compartido que entendían desmerecía al apóstol, y el monarca para apaciguar los ánimos decide suspender el decreto hasta la canonización de la beata, que se produjo en 1622 año en el que ya era regente su hijo Felipe IV.

Una vez canonizada Teresa, y por expreso deseo del rey, se propuso al Consejo de Castilla un decreto que estableciera el copatronazgo de ambos santos, que fue aprobado por las Cortes y el papa, con gran regocijo del monarca. Este patronato compartido estaría vigente de 1627 a 1629.

Vuelve, por ello, a reanudarse la controversia, y en ella participa activamente el ya caballero de Santiago, Francisco de Quevedo, con cruces de palabras, “guerra de panfletos” y la publicación de algunos memoriales como el titulado “Su espada por Santiago” en el que nuestro autor reivindica el patronato único de Santiago, y dedica al rey palabras gruesas tales:

“¿Cómo pretenderán los padres de la Reforma que Santiago os dé armas, mientras que de su altar tomáis la espada para dársela a Santa Teresa, a quién sus mismos hijos han hecho estampar con una rueca?

Escribió poco después otro llamado “Memorial por el patronato de Santiago” en el que volvió a recriminar a su rey, y a tal efecto se manifestó diciendo:

“Santiago sabe sentir y entristecerse y aunque todo sea lícito a vuestra majestad […] no hay, señor, otro patrón como Santiago, ni otro reino con las obligaciones de éste, ni otro rey que le deba por vasallaje lo que vos le debéis.”

Y un tercero llamado “Católica, sacra y real Majestad” que encontró en su servilleta Felipe IV y que fue atribuido a Quevedo, a día de hoy se duda de su autoría, en él se dirige al monarca en los siguientes términos:

“Católica, sacra, real Majestad:

que Dios en la tierra os hizo Deidad,

un anciano, pobre, sencillo y honrado

humilde os invoca y os habla postrado.

Diré lo que es justo, y le pido al cielo

que así me suceda, cual fuere mi celo.

Ministros tenéis de sangre y valor

que sólo pretende que reinéis, señor,

y que un memorial de piedades lleno

queréis despacharles con lealtad de bueno.

La Corte que es franca, paga en nuestros días,

más pechos y cargas que las behetrías.

Aún aquí lloramos con tristes gemidos,

sin llegar las quejas a vuestros oídos.

Mal oiréis, señor, gemidos y queja,

de entrambas Castillas, la Nueva y la Vieja.”

Estos irreverentes memoriales unidos a una enemistad política y personal con el valido del rey, el conde-duque de Olivares, a quién dedicó algunas amargas diatribas junto con un duro enfrentamiento con los carmelitas a causa del copatronazgo, lo condujeron irremediablemente a un segundo destierro en la Torre de Juan Abad, en la comarca del Campo de Muriel, al sur de Ciudad Real en 1628.

Recordemos que el primero lo sufrió como consecuencia de sus ácidas y descarnadas sátiras sociales, adheridas a la caída en desgracia y encarcelamiento de su protector el duque de Osuna, Pedro Téllez-Girón y Velasco, en 1620.

El duque consciente de las terribles consecuencias que podían acarrearle a su protegido esas burlescas y crueles odas en las que no dejaba títere con cabeza, escribió para él unos sutiles versos invitándole a la moderación y al sosiego, y a tal tenor le recomendó:

“Lisura en versos y prosa, don Francisco conservad”

El tiempo fue notario de la poca atención que prestó Quevedo a tan atinado consejo.

Pero volviendo al segundo destierro, aunque lo llevó a una gran crisis personal y religiosa, fue determinante para el desarrollo de una prolífica actividad literaria que provocó el advenimiento del Felipe IV y el levantamiento de la proscripción.

Vuelve nuestro satírico autor a Madrid en 1631. El año anterior el papa Urbano VIII había derogado su propio breve, promulgando otro en el que se reconocía el patronazgo único del apóstol Santiago, en un afán de apaciguar la crispación que había tenido consecuencias tales, que incluso una letanía de Santa Teresa fue prohibida por la Inquisición.

Muere Felipe IV en 1665 y le sucede en el trono su hijo Carlos II conocido como “el Hechizado”, tras un periodo de regencia de su madre, Mariana de Austria, mientras él alcanzaba la mayoría de edad.

Fue Carlos el último monarca de los Austrias, y también trató de procurar el patronato compartido, como lo habían hecho sus antecesores, pero era un rey lunático de lamentable aspecto físico y un estatus cognitivo muy precario, quizás motivado por los sucesivos matrimonios consanguíneos de la familia real, aquejado además de infertilidad y frágil estado de salud.

Todo esto contribuyó a que no viera cumplidos sus deseos y al morir sin descendencia, a pesar de su reiterada petición, el siguiente rey, Felipe V, perteneciente ya a la dinastía Borbón, intentó elevar por encima de Santa Teresa y de Santiago Apóstol a San Genaro, del que era muy devoto.

Hubo un último intento de copatronazgo a principios del S. XIX, aprobadas ya las Cortes de Cádiz, que duró de 1812 a 1816 y en el que los liberales apoyaron a Santa Teresa y los conservadores a Santiago Apóstol, pero todo ello quedó en poco o en nada con la llegada al trono de Fernando VII, que confirmó al Apóstol como único patrón con una declaración ratificada posteriormente por la Cámara de Castilla en 1816, y así ha continuado hasta hoy.

Estos últimos acontecimientos ya no llegó a verlos nuestro controvertido Quevedo, por todos considerado como un autor inmisericorde e impermeable a la compasión, que murió en Villanueva de los Infantes en 1645 en el convento de los Dominicos, y que hasta en su lecho de muerte no dio tregua a su carácter, y cuando un amigo, que lo acompañaba en sus últimos momentos, le sugirió que dejara dinero para pagar a los músicos de su entierro, él contestó:

“La música páguela quien la oyere”

sábado, 3 de junio de 2023

EL RECETARIO DE LA ORDEN DE ALCÁNTARA; EL USURPADO LEGADO CULINARIO ALCANTARINO, CUNA DE LA GASTRONOMÍA FRANCESA DE VANGUARDIA



Para el lector curioso y amante de la gastronomía extremeña, no es ajeno el gesto de los freires de la Orden de Alcántara al cuidar y mantener en el Archivo de su casa matriz, el Conventual de San Benito, un cultivado recetario amorosamente elaborado durante siglos, en el que recopilaron los platos más representativos de la cocina tradicional alcantarina y su comarca.

Se mantuvo intacto el manuscrito hasta el desafortunado paso por la villa extremeña del general francés Junot con su ejército de camino a Portugal, en 1807, que cargó violentamente contra la población y expulsó a los monjes del convento, expoliando posteriormente numerosos libros y documentos del Archivo de la Orden y entre ellos el citado recetario.

En este viaje a Alcántara del vándalo general galo, al que poco después le concedería Napoleón el ducado de Abrantes que no debemos confundir con el ducado español también conocido por ese nombre, lo acompañó su mujer, la culta e inteligente Laura Permon, que supo ver de inmediato su valor culinario, y como primer acto de su recién inaugurado ducado consorte, después de traducirlo, lo paseó por los más valorados fogones parisinos provocando la fascinación de los franceses por esta elaborada y refinada forma de cocinar la perdiz, el faisán, la becada, el pastel de hígado de pato, el bacalao o la trufa, sin olvidarnos de sus deliciosos dulces tradicionales como las mormenteras o las perruniñas, o de sus sabrosas puchas y cazuelas de arroz.

Ni que decir tiene que la duquesa consorte incluyó en sus memorias el recetario sin citar su procedencia. Fue ayudada en su escritura por un entonces desconocido Honoré de Balzac, que se convertiría posteriormente en su amante, y publicadas tras la enfermedad metal y el suicidio de su marido en 1813.

Caen medio siglo después estas memorias en manos de Auguste Escoffier, chef del hotel Ritz de París y un referente entre los cocineros franceses, y con ellas las recetas del Convento de San Benito.

Con posterioridad a este hallazgo escribe el maestro la “Guide coulinaire“, en 1902, y en ella recoge una primera clasificación, hasta ese momento nunca hecha, de técnicas culinarias de vanguardia, una serie de consejos prácticos para la eficaz gestión de cocinas y restaurantes y, cómo no, la mayor parte de las recuperadas recetas de los monjes benedictinos, ayudando con ello a difundir la ya celebrada “perdiz a la moda de Alcántara” o el “bacalao monacal”, consiguiendo esta guía convertirse en una obra de referencia para los profesionales de la gastronomía de todo el mundo.

Llegó lejos la sabiduría culinaria alcantarina, no hemos de obviar que el consommé o el foie franceses no son sino una réplica del “caldo consumado” o el “hepagrás” sabiamente elaborado por los freires benedictinos, y así supo reconocerlo el maestro Escoffier cuando refirió que el recetario de Alcántara” fue el mejor trofeo, la única cosa ventajosa que logró Francia de aquella guerra”, admitiendo veladamente con esta frase, que este manuscrito habría sido el embrión de muchos de los más reconocidos platos de cocina francesa.

Pero si lo que buscamos es que se nos haga un poco de justicia gastronómica a los alcantareños y por ende a los extremeños, hemos de acudir al periodista gaditano Dionisio Pérez que en su exquisita “Guía del buen comer español” reconoce el gran valor culinario del recetario y la hábil apropiación gala de este, en su capítulo dedicado a la cocina de la noble y varia Extremadura cuando dice:

“No sólo en los conventos de frailes y monjas había completísimos recetarios, manuscritos de cocina y dulcería regionales, sino en todas las casas de medianos abastecimientos. Del recetario del Convento de Alcántara -la mejor presa y el mejor trofeo de aquella guerra se le ha llamado- algunas recetas han conservado su nombre español de origen, pero en otras más o menos variadas por el hábil eclecticismo galo, se ha borrado toda huella de su origen español.”

Festeja el autor la extraordinaria riqueza de la cocina monacal extremeña elevada a los altares franceses en un párrafo posterior, y a tal tenor dice:

“... la estancia de Carlos V en Yuste fue como una exaltación, como una consagración de la cocina extremeña que tenía ya dos sedes gloriosas: Alcántara y Guadalupe. Fueron ricos y poderosos estos monasterios. El primero de monjes benitos, residencia de la Orden de Alcántara, ha vencido con las recetas de su cocina al tiempo y a la guerra y mientras sus bóvedas se hundían, sus muros se resquebrajaban, sus obras de arte eran destruidas o robadas, su modo de guisar perdices o faisanes y de aderezar el bacalao y su hígado de pato o foie-gras y sus trufas han pasado la frontera, se han incorporado a la llamada cocina francesa, que no pudiendo, como se verá, disimular su origen, ha preceptuado su título, y hacen repetir y glorificar el nombre de Alcántara en los mejores recetarios galos.”

Y después de narrar el expolio de las tropas de Junot y la llegada del recetario a las manos de su esposa, expone y pondera el buen hacer de los monjes benedictinos y la ancestral cultura culinaria de la villa alcantarina claramente usurpada por los franceses, cuando considera que:

“La importancia de este recetario no estribaba solamente en lo original, lo ingenioso, lo acertado, lo gustoso de sus guisos, sus preparados, sus fritos, sus asados y su dulcería, sino en que revelaba en Francia un progreso en la culinaria española, que contradecía y negaba el juicio acerbo que de nuestro comer se tenía. Allí estaba con el nombre de “consumado” o “consumo” el consommé, que es uno de los fundamentos de la cocina francesa. Allí, además, en un modo especial de preparar aves, similar para el faisán, la perdiz, las becadas o chochas y otros voladores, la prueba de que la trufa se conocía y utilizaba en Extremadura de tantos siglos atrás como en el Languedoc y en Gascuña, y de que los buenos monjes benedictinos sabían dar al hígado de pato la revaloración prodigiosa de que Francia se creía inventora y en aquel tiempo única productora.”

Cabe reseñar que la poderosa gastronomía alcantarina está fundamentada en históricos fogones árabes y judíos de la que es heredera, y que está basada en una materia prima local propia de una tierra rica en caza, en peces de río y charca, en cerdo ibérico, en aceite o miel, sin olvidar su cercanía geográfica de Portugal, lo que le proporciona una fuerte influencia del Alentejo que se reconoce en la abundancia del uso del bacalao en sus platos, y que todo ello le aporta un considerable arraigo culinario que la ha hecho trascender fronteras, y ser conocida, reconocida y recogida en obras de literatos célebres como el Arcipreste de Hita, que la menciona en su “Libro del Buen Amor”, o Lope de Vega.

Como no finalizar este breve alegato con una frase del ya evocado Dionisio Pérez al referirse a la gastronomía extremeña.

Es acertada la ligera pero contundente manera de definir su cocina cuando dice:

Es la extremeña comida recia, plato fuerte para pueblo de conquistadores, pero que aún las gentes más apacibles y gustadoras de lo suave y delicado, recuerdan toda la vida.”



Nota: dejo para el lector más inquieto un enlace que le permitirá conocer, con el detenimiento que estime necesario, la magnífica Guía Culinaria del maestro Escoffier.

https://media.oiipdf.com/pdf/65648a84-4b87-4333-979c-3900c41c4404.pdf