lunes, 17 de julio de 2023

EL ORIGEN DE LA ORDEN DE CALATRAVA, ACONTECIMIENTOS QUE PROPICIARON SU NACIMIENTO


Sin preámbulos, no hacen falta, empezaré por enunciar el relato que según el profesor Rodríguez-Picavea hizo el arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada de los acontecimientos que propiciaron el nacimiento de la Orden de los calatravos.

A tal tenor escribió:

“Luego de esto, llegó el rey Sancho a Toledo, y empezó a tomar cuerpo la noticia de que un gran ejército árabe marchaba sobre Calatrava. Los frailes de la orden del Temple, que ocupaban la fortaleza de Calatrava, ante la posibilidad de que no fueran capaces de resistir la embestida de los árabes, acudieron al rey Sancho a rogarle que se hiciese cargo de la fortaleza y villa de Calatrava, ya que ellos no tenían fuerzas suficientes para hacer frente a los árabes y no habían encontrado ningún poderoso dispuesto a asumir el riesgo de la defensa. Raimundo, abad de Fitero, acompañado de un monje llamado Diego Velázquez, le solicitó Calatrava”.

Todo parece indicar que en 1157, cuando ya los reinos de Alfonso VII se habían repartido entre sus hijos Sancho III “el Deseado”, que se quedó con Castilla, y Fernando II, que lo hizo con León, una inminente ofensiva musulmana, que nunca llegó a producirse, acaudillada por Abd-al-Mumen se planteaba contra Calatrava.

El rey Sancho III solicitó ayuda a los monjes guerreros del Temple que habitaban su fortaleza, pero estos presentaron en Toledo su renuncia convencidos de no poder aguantar la embestida árabe, por lo que devolvieron la plaza a la Corona y recomendaron al rey que buscase a alguien capaz de asumir la responsabilidad de formar un ejército para la defensa de su reino calatravo.

El rey ordenó a los Heraldos pregonar que, si algún caballero o persona poderosa se atrevía a tomar a su cargo la defensa de la villa de Calatrava, se la cedería en heredad con todos sus castillos, fortalezas y aldeas. Fueron el abad del monasterio cisterciense de Santa María de Fitero, Raimundo Sierra, junto con un monje burgalés de esta abadía llamado Diego Velázquez, los únicos que asumieron el riesgo.

Sobre estos acontecimientos hay discrepancias en el relato, porque otros autores sostienen que los templarios por aquellas fechas sufrían graves problemas económicos, situación que el rey castellano aprovechó para sustituir a la Orden del Temple por otra más comprometida con la defensa de su reino, y menos mediatizada por intereses externos. 

En estas circunstancias habían llegado a Toledo Raimundo Sierra y Diego Velázquez, este último de linaje ilustre, que además de caballero fue amigo de Alfonso VII y amigo desde la infancia de su hijo el rey Sancho. Aprovechó el abad esta coyuntura y la convocatoria a Cortes hecha por el rey a sus nobles para, de acuerdo con lo pregonado, proponerse como defensor. 

Esto provocó algunas burlas entre los nobles y sin embargo fue un acontecimiento decisivo para el nacimiento de la Orden de Calatrava. El rey Sancho sin otra solución ante los inminentes acontecimientos, aceptó la propuesta y cumplió su promesa donando Calatrava con todos sus montes, pastos, tierras y aguas a la Orden del Cister el 1 de enero de 1758.

Echó una mano a la causa el arzobispo de Toledo que prometió el perdón de los pecados y la indulgencia papal a quien se uniera a la cruzada, y confirmó las donaciones hechas por el rey Sancho. 

Por su parte Diego Velázquez aconsejó al abad Sierra utilizar para esta misión a hermanos seglares cistercienses del monasterio de Fitero no pertenecientes al orden sacerdotal, cuyo cometido en el monasterio era el de ser peones, agricultores o pastores lo que suponía todo un reto, porque personas sin voto ni profesión religiosa iban a pasar a formar parte de la Orden. Consiguieron reunir una hueste de unas veinte mil personas que formaron una milicia acorde con la Regla de San Benito y las normas cistercienses, y que se pusieron a las órdenes del abad y de Diego Velázquez que fue nombrado alcalde de Calatrava.

Esta organización quedó estructurada como orden religiosa a la vez que militar, pero sin la figura de un maestre, puesto que Raimundo Sierra la dirigió como abad y capitán general hasta su muerte en 1163.

Calatrava adquirió una estructura defensiva poderosa en la franja cristiana, lo que hizo desistir del ataque a los musulmanes que retrocedieron hacia el sur. No obstante, ya había nacido la Orden de Calatrava y en este contexto histórico no tardaron en sucederse las conquistas cristianas y por ello las donaciones de la Corona. Tal es el caso de la cesión a la Orden de la villa de Chillón (en la actual provincia de Ciudad Real) en 1168, con Almadén (hins al-ma din en árabe) y el fuerte de su mina, lo que vino a confirmar el crecimiento de la Orden de Calatrava y de sus posesiones en territorio calatravo, que se consolidó con la conquista del castillo de Zorita, la recuperación de el de Almodóvar del Campo y la fundación de un hospital para soldados heridos en el municipio toledano de Los Yébenes, siendo ya maestre de la Orden Martín Pérez de Siones. Fue sólo el principio de mucho más.

Hablar, por tanto, de la Orden de Calatrava cumplidos 865 años de su existencia, es poner en valor que fue la primera orden religioso-militar creada en España para defender la cristiandad, y una de las primeras de Europa. 

No hemos de olvidar que defender significa proteger y que estos caballeros a los que tildaron de “quijotes”, nunca mejor traído, empuñaron su espada, ante la burla de abúlicos y cobardes cortesanos del rey, para salvaguardar del azote musulmán y de una manera casi heroica, los legendarios campos de Calatrava.


domingo, 2 de julio de 2023

DE COMO SE FIRMÓ EL FINAL DE LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y PORTUGAL EN LA VILLA DE ALCÁNTARA. EL PREACUERDO DEL TRATADO DE ALCAZOBAS.



Encontrándose la reina Isabel en Cáceres, en el otoño de 1479, decide visitar la villa de Alcántara acompañada por su fiel capitán Diego de Ovando y por el hijo de este, frey Nicolás, un joven caballero de la Orden de Alcántara, al que había nombrado recientemente comendador de Lares.

Su visita tenía un conciso y rotundo fin, quería negociar un acuerdo para firmar la paz con Portugal, derrotado ya el rey Alfonso V en el campo de batalla.

No olvidemos que el rey portugués había desposado a su sobrina, la Beltraneja, hija de Enrique IV hermanastro de Isabel, cuando aún era una niña, en un afán por alcanzar el trono castellano, aunque fuera como rey consorte, y que fue secundado en esta pretensión por aquellos nobles y ricoshombres que primero apoyaron al rey Enrique, y nacida la Beltraneja, y al sospechar que podría no ser hija de éste sino de su fiel Beltrán de la Cueva, a sus hermanastros Alfonso primero e Isabel después, para volver a apoyar con posterioridad a Enrique y a su hija. No se explica tanto devaneo palaciego si no fuere por la existencia de un interés en todos ellos de lucrarse y sacar el mayor rédito posible a la debilidad del monarca,y a una guerra de sucesión castellana que habría de durar cuatro años.

Hemos de señalar entre estos nobles cortesanos a dos como los grandes muñidores de todas las intrigas acontecidas durante la guerra entre Juana e Isabel por el reino de Castilla: el marqués de Villena, Juan Pacheco, que fue compañero de juegos del rey Enrique durante su infancia, y el arzobispo de Toledo Alonso Carrillo, siendo primero aliados de la corona, para pasar después a ser grandes enemigos de esta, sin desdeñar peregrinas alianzas o campañas militares si surgieren, en pro de sus ya acaudalados patrimonios.

Pues bien, fallecido ya Juan Pacheco y habiéndolo sucedido en el marquesado su hijo Diego López Pacheco, este y el arzobispo ponen sus tropas a disposición de Alfonso V para destronar a Isabel en favor de la Beltraneja. Difícil de digerir si no conociésemos de antemano el talante de los personajes en cuestión.

Pero hemos de incrementar la lista de traidores a los reyes con el clavero Monroy que, al verse desposeído del maestrazgo de la Orden de Alcántara, que creyó suyo, en favor de Juan de Zúñiga, batalló al lado del rey Alfonso V de Portugal poniéndose en contra de la Corona castellana, lo que le ocasionó el repudio de todos los que en algún momento vio como sus caballeros, y lo obligó a un autoexilio en la fortaleza de Azagala sita en el término municipal de Alburquerque. Fue muy consciente el clavero desde que tuvo conocimiento del fracaso de la invasión portuguesa, de que sus días en la Orden alcantarina estaban contados.

También la poderosa familia Zúñiga fue rebelde a la causa castellana hasta que el joven Juan alcanzó el maestrazgo alcantarino, poderosa razón que sin duda doblegó esta rebeldía y condujo a los Zúñiga a firmar la paz con los reyes. Sin embargo, y conociendo la inteligencia de la reina Isabel, esta conciliación no le salió gratis a la familia. Don Álvaro de Zúñiga padre de Juan y marqués Arévalo, ciudad muy querida por Isabel por ser en ella dónde pasó la mayor parte de su infancia, hubo de renunciar a este marquesado, que pasó a formar parte del patrimonio real, y también al condado de Plasencia, a cambio recibió el ducado de Béjar, ciudad importante con muchas y buenas rentas, y su hijo el joven maestre, la fortaleza de Benquerencia, protegida durante muchos años por Diego de Ovando, en la promesa de que su hijo Nicolás fuese nombrado comendador de Lares, inmediatamente después de ser armado caballero de la Orden alcantarina.

Pero volvamos a la cada vez más aclamada reina Isabel, que fue recibida en Alcántara por gran número de nobles, caballeros y comendadores con una enorme emoción.

La decisión de que la firma del preacuerdo del Tratado de Alcazobas se produjera en esta villa cacereña la motivaron dos razones de peso; su proximidad a la frontera portuguesa y el hecho de que fuese la sede de la Orden militar alcantarina, cuyos aguerridos y leales caballeros habían luchado tan valientemente en defensa de Castilla, en esta cruenta guerra con Portugal.

Se había pactado con antelación que las negociadoras fueran la reina Isabel y su tía Beatriz de Portugal, Marquesa de Viseu, así se evitaba la humillación de que tuviera que aceptar la derrota el rey portugués en persona.

El sitio elegido para la negociación fue el Castillo de la villa situado por encima de un monumental e imponente puente sobre el río Tajo, obra de ingeniería levantada por el Imperio Romano con el objeto de facilitar la comunicación entre Norba (la actual ciudad de Cáceres), Conímbriga (localidad portuguesa de Codeixa a Velha) y el norte portugués.

Poco tardaron las dos regias damas en firmar el acuerdo con tan sólo algún escollo que superaron prontamente. En él se convenía que el rey Alfonso V había de reconocer su derrota frente a las tropas castellanas, a cambio se devolverían los territorios portugueses ocupados y se perdonaría a los nobles que hubieren apoyado la causa portuguesa entre los que se encontraban, cómo no, el marqués de Villena y el arzobispo de Toledo. También se les perdonó la traición a la Corona al clavero Monroy y a la condesa de Medellín, siempre que reconocieran a los reyes como soberanos de Castilla.

Quedó también acordada la anulación del matrimonio entre el rey Alfonso V de Portugal y la Beltraneja en lo que se conoció como “Las tercerías de Moura” debiendo además renunciar esta a cualquier pretensión dinástica posterior, y a todos sus títulos castellanos y optar entre desposar al infante Juan de Castilla y Aragón, hijo de Isabel y Fernando, que contaba en ese momento con un año de edad, o recluirse en un convento, eligiendo la infanta Juana la segunda opción y para ello, el Monasterio de Santa Clara en Coímbra.

Para que este acuerdo fuera equilibrado y pudiera llegar a buen término con la firma posterior del Tratado del Alcazobas, en la ciudad portuguesa del mismo nombre, aceptó la reina Isabel el enlace entre su hija primogénita, la infanta Isabel de Castilla y Aragón, con el único hijo del rey Juan II de Portugal, el príncipe heredero Alfonso. Propuso además otorgar a la novia una suculenta dote, suficiente como indemnización de guerra. Enviudaría joven la infanta Isabel, tras morir su marido al caerse de un caballo y volvería a casarse, esta vez con Manuel el nuevo futuro heredero y primo del fallecido, que reinaría bajo el nombre de Manuel I de Portugal.

Repartieronse además los territorios del océano Atlántico entre España y Portugal, y le fue reconocido al país vecino el derecho a cobrar el quinto real en los puertos castellanos.

Fue generosa la reina, que no quiso abusar de su posición de ganadora, y haciendo honor a su condición de católica como sería conocida años después gracias a la bula del papa Alejandro VI, que concedió con ella el título de Católicos a Isabel y Fernando, y una vez firmado el ansiado acuerdo, acompañada de frey Nicolás de Ovando, fue a dar gracias a Dios a la parroquia Santa María de Almocóvar.

Por fin llegaba la paz a tierras castellanas y se ponía fin a una larga y nefasta Guerra de Sucesión, que al menos consiguió dejar “con sus nobles posaderas al aire” a más de un cortesano que alardeó en vano de su más que cuestionada lealtad a la Corona castellana.