domingo, 1 de octubre de 2023

“LA BATALLA DEL CERRO DE LAS VIGAS”; LA LUCHA POR EL MAESTRAZGO DE LA ORDEN DE ALCÁNTARA ACONTECIDA FRENTE AL PUENTE ROMANO DE LA VILLA ALCANTARINA.

Corría el mes de noviembre del año de Nuestro Señor de 1469 cuando Francisco de Hinojosa, cuñado del maestre de la Orden de Alcántara Gómez de Solís, se encontraba en la villa alcantarina, cabeza del maestrazgo, con el claro interés de defender la plaza y fortaleza de posibles intentos de conquista por parte del clavero Monroy,

A mis lectores no se les escapan las diferencias existentes entre el maestre y el clavero que comenzaron el día de la boda de Hinojosa con Juana de Solís, hermana del maestre, y que con el paso del tiempo devinieron en insalvables, convirtiéndolos en acérrimos enemigos. Tampoco son ajenos a la vacilante opinión del rey Enrique IV, que comenzó apoyando a Gómez de Solís, para pasar después a situarse al lado del clavero.

Monroy se había fijado el objetivo de arrebatar el maestrazgo a Solís, y para ello no dudaría en emplearse a fondo. Estaba apoyado en su empeño por importantes autoridades de la Orden alcantarina como el comendador de San Juan de Máscoras, el comendador de Lares e incluso por el prior de convento frey Juan Granado, que no tenía en mucha estima al maestre por no creerlo merecedor del cargo maestral, y que ya se había encargado de organizar la liberación del clavero de la Torre Blanca. Él fue quien mandó una misiva a Monroy de su puño y letra, indicándole que si acudía a Alcántara encontraría sus puertas abiertas.

Y así fue, cuando llegaron las tropas de Monroy se encontraron con el buen recibimiento del pueblo alcantarino que tácitamente apoyaba el plan de frey Granado para arrebatar la villa a los Solís, y no era porque tuvieran algo contra el maestre, que había otorgado a la villa privilegios y exenciones, sino por Hinojosa y su comportamiento déspota y soberbio que ya había quedado patente desde las primeras semanas de ser nombrado alcaide de la fortaleza de Alcántara, en las que estuvo alojado en el palacio de la familia Barco, una de las más distinguidas de la villa.

El clavero sin embargo había desistido de su propósito de atacar el puente, al que consideraba inexpugnable debido a las fuertes corrientes del río Tajo que impedían el acercamiento a este por el agua, y a las pendientes del ribero que no dejaban margen para maniobra de sitio alguna.  

Se conformó Monroy con cortar todos los accesos al mismo y acampar en el cerro situado en la orilla septentrional del río, en frente de la población de Alcántara, conocido este como “el Cerro de Las Vigas” por estar poblado en tiempos pasados por un bosque de robles, que fue talado para abastecer de madera a las construcciones del pueblo. Allí esperó a que Solís acudiera al frente de su ejército a recuperar la villa.

Por su parte, el maestre había hecho llegar a Hinojosa la noticia de que existía un traidor en las filas de la Orden que había abierto las puertas de la plaza de Alcántara al clavero, y que sospechaba de frey Granado.

Hinojosa en un brote de cólera, no pudiendo apresar al prior, que había escapado a tiempo, prendió a frey Castaño, preceptor de sus hijos, lo injurió y lo torturó brutalmente para acabar tirándolo por el puente ante la aterrada mirada de los niños, a los que obligó a contemplar la escena, “¡como lección de vida!” les dijo, para acabar gritando en el silencio de un gélido amanecer invernal:

“¡Así pagarán todos tus traidores, clavero!”

El maestre Solís había sido prevenido de la traición del prior y de las intenciones del clavero cuando, parando en Trujillo, fue invitado a cenar por el recién nombrado maestre de Santiago Juan Pacheco, Marqués de Villena, que durante la celebración de esta le dijo:

- “En poridad creo, hermano, que dormís sin perro,

Decidme que recaudo tenéis en la villa de Alcántara

- Tengo en su guarda - dijo don Gómez – un hermano mío

muy buen caballero.

- Pues enviadle, luego decir, - dijo el de Santiago- que mire

bien de quien se confía, que el clavero vino a mí en secreto.

Que le favoreciese y no quise, él ira ahora a la Duquesa de

Plasencia, la cual sin duda le dará favor, por ende, ved, lo

que hoy cumple Maestre.

No iba desencaminado el maestre de Santiago tampoco en sus apreciaciones sobre las intenciones de la Condesa de Plasencia, Leonor de Pimentel y Zúñiga, pero esto lo pondremos en valor más adelante.

Se apresuró Solís, apercibido por el Marqués, en convocar a su ejército sin duda más numeroso que el del clavero que sólo contaba con unas trescientas cincuenta lanzas y alrededor de ochocientos peones. Las tropas del maestre superaban a las de Monroy en una proporción de cinco a uno y sin embargo equivocó la estrategia.

En la mañana del primer sábado del mes de febrero de 1470, se desata una cruenta batalla por la villa de Alcántara, una guerra cuerpo a cuerpo en campo abierto donde Solís confió todo su poder estratégico en la infantería, y Monroy conocedor de la manera anticuada que tenía el  maestre de concebir la batalla, le tendió una trampa cavando camufladas zanjas en las laderas del Cerro de las Vigas, en las que la caballería del ejército maestral, que inició con muchos bríos el ataque, fue cayendo sin capacidad de reacción, desordenando con ello sus filas y sembrando el desconcierto de sus descabalgados caballeros, que se vieron neutralizados por el ejército enemigo sin haber causado apenas bajas en las filas del clavero.

Contaba Monroy con valientes y distinguidos caballeros apoyándolo, tal era el caso de su primo Hernando de Monroy apodado “El Bezudo”, Garcilaso de la Vega, Luis de Carvajal, Alonso y Pedro del Trejo o Diego Pizarro entre otros. También los tenía el maestre que contó además con el inestimable apoyo del conde de Coria y del cuñado de este, el conde de Alba.

Se tiñó de rojo el cerro frente al puente, en la encarnizada lucha hombre a hombre posterior al descabalgamiento de los de Solís. Se produjeron cuantiosas bajas en ambos ejércitos cuando atacaron los lanceros, y apunto estuvo el clavero Monroy de perder la vida al ser atravesada su pierna derecha por una flecha que le produjo una importante hemorragia, agravando él considerablemente la situación al arrancarse la lanza de cuajo, provocando con ello el desconcierto entre los suyos.

Aun así había ganado la batalla, casi le cuesta la vida pero había vencido al maestre y vio crecer su satisfacción cuando lo vio huir acompañado en su fuga de la poca gente que había sobrevivido a la contienda. Moriría el trigésimo quinto maestre de Alcántara tres años después, en 1473, , en una total situación de soledad y abandono  desterrado en Magacela.

Salió victorioso el clavero esa mañana,  y ese mismo día se proclamó nuevo maestre de la Orden de Alcántara.

Se equivocaban, sin embargo, los que pensaron que tras la victoria del “Cerro de las Vigas”, la fortaleza de Alcántara iba a ser “pan comido”. Trece largos meses duró el asedio al castillo en los que no contaron las tropas de Monroy con ayuda alguna de la Corona. No obstante y después de tantos meses de cerco, un demacrado y avejentado alcaide Hinojosa en el que no quedaba resto alguno de sus conocidas arrogancia y altanería, abrió una mañana la puerta de la fortaleza y cedió la entrada a las tropas de Monroy, suplicó al clavero que le permitiese enterrar a sus muertos y entre ellos a su mujer y a su cuarto hijo recién nacido, muertos ambos durante el sitio.

Debiose sentir conmovido el clavero por la lastimosa imagen de Hinojosa, porque con tono de consuelo le dijo:

- ¿Quién gano más onrra, Hinojosa, Señor, vos que os aveis defendido tanto tiempo amparado con no muy buen aderezo, o los que entramos agora por concierto en la villa?

- Sed vos Juez, Señor - respondió Hinojosa - pues tuvisteis ventura.

- No pudo cavallero en el mundo defenderse mejor que vos aveis fecho.

Concluyó el clavero mientras se quitaba la capa que ordenó a sus servidores echar sobre los hombros de Hinojosa.

Emprendió este después de dar tierra a sus muertos, viaje a Zalamea, cuya alcaldía llevaba vacante más de medio año.

La autoproclamación de Monroy había provocado la cólera de un ya enfermo Enrique IV que, instigado por la Condesa de Plasencia que apelaba con insistencia a su falta de autoridad, intentó hacer entrar en razón e incluso someter al clavero. Vano esfuerzo el del rey, la había costado mucho a Monroy alcanzar el codiciado maestrazgo para que un débil y errático monarca quisiera dar al traste con su recién adquirido estatus.

No midió bien, sin embargo, el clavero la ambición de Leonor de Pimentel, condesa de Plasencia, que lo había apoyado en su lucha contra Solís, ni tampoco la del sobrino del depuesto maestre el joven y ambicioso Francisco de Solís que, mediante un burdo engaño, consiguió que Monroy se confiara y lo encarceló en Magacela para hacerse con el maestrazgo.

Entretejió Leonor taimadamente, mientras tanto, su tela de araña para que tampoco alcanzara el maestrazgo el sobrino de Solís, y mediante numerosas donaciones hechas a la Orden por su marido, el duque de Arévalo, y sus confabulaciones y componendas palaciegas, obtuvo el codiciado cargo maestral, por el que tanta sangre se había derramado en el campo de batalla, para su hijo Juan de Zúñiga sin apenas despeinarse.

 Acaba así este relato, pero no sin hacer valer que todo lo aquí contado aconteció a las orillas de un majestuoso e imponente puente que merecería poder trascender al tiempo. Guardián silencioso y acusador que contempló, desde una posición privilegiada, como los hombres volvían a repetir la Historia y se mataron frente a él presos de la codicia.

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