domingo, 18 de febrero de 2024

CARLOS V, UN VIEJO Y SOLITARIO MONJE JERÓNIMO DE YUSTE. EL ÚLTIMO VIAJE

Carlos I de España y V de Alemania rey de gran temperamento y cambiante humor con arranques coléricos e incluso tiránicos, fue un monarca fanáticamente religioso y gran apasionado de la comida llegando a decirse que fue adicto a ella, y que esta adicción lo llevó a la bulimia.

Resulta asombroso, aún a día de hoy, que el emperador de ese “imperio donde nunca se ponía el sol”, renunciara a todas sus coronas y honores, entre ellos a los maestrazgos de las Órdenes militares o a la nobilísima Orden del Toisón de Oro, para concluir sus días en un austero monasterio extremeño de la comarca de La Vera. Algunos, como el papa Pablo IV, llegaron a pensar que estaba aquejado de la misma enfermedad que su madre, la reina Juana, otros creyeron que buscaba refugio en este perdido monasterio, en un acto de casi desesperación después de su abdicación tras los reveses experimentados en Alemania.

El motivo que parece más veraz es también el más sencillo, llegó agotado y enfermo buscando una vida austera y llena de paz que reconfortase sus últimos días.

En 1553 firmó una cédula para que se le pagasen al padre general de la orden jerónima del monasterio tres mil ducados “… para que los distribuya en alguna cosa que le he ordenado y mandado …” dijo, y en nota ológrafa le explica a su hijo que ese pago tenía el objeto de “… que se le fabricara una casa suficiente al lado del monasterio, para poder vivir con la servidumbre y criados más indispensables, en clase de persona particular…” y le ruega que inspeccione el convento y las obras en persona de la que habría de ser su última morada antes de partir para Inglaterra, cosa que hizo dando su aprobación a un edificio de dos sencillas plantas con cuatro habitaciones por planta, y adornado con un pequeño estanque que su majestad había encargado a Luis de Vega, el principal arquitecto español al servicio del emperador. La cámara real sería una pieza grande situada entre los dos claustros y compuesta de sala, cuadra y recámara, para que desde la cama se pudiese ver el altar mayor.

En el inventario elaborado para trasladar los objetos de los que el emperador quería verse rodeado en sus últimos días, se encontraban pinturas de sus parientes más cercanos y algunas obras litúrgicas, sus relojes preferidos, vajillas, piezas de plata bañadas en oro, un cáliz y otros objetos para celebrar misa, vestiduras de sacerdote, misales, escapularios, biblias y algunos volúmenes de su biblioteca, también un crucifijo con las armas de su majestad y su botica.

Abdica el rey el 16 de enero de 1556, y viaja a España en septiembre de ese año, desembarcando en Laredo y siendo recibido en el puerto únicamente por el obispo de Salamanca y capellán del rey, Pedro Manrique y por el alcalde de corte Durango, lo que provoca un monumental enfado del monarca. Pone Carlos V el pie en tierras cántabras con delicado estado de salud y un terrible ataque de gota, por lo que hubo de ser trasladado en silla de mano. Continuó la comitiva formada por cincuenta y un sirvientes, contando entre ellos con varios ayudas de cámara y barberos, y ocho mulas hacia Valladolid pasando por lugares como Palenzuela, Torquemada, o Dueñas. La noticia de la renuncia a la corona del rey y su venida a tierras españolas para morir empezaba a correr como la pólvora.

No pudieron ignorar el cruel frio del invierno, y este se hizo poco llevadero cuando tuvieron que cruzar las montañas de Gredos, por no hablar del notable peligro de despeñe que corrieron teniendo que ser ayudados por labradores de Tornavacas y Jarandilla, que llevaron en algunos tramos prácticamente en volandas al monarca a través de La Cuerda de los Lobos o Garganta Jaranda, pero que consiguieron finalmente que llegara ileso al castillo de D. García Álvarez de Toledo, señor de Oropesa, actual Parador de Turismo de Jarandilla de la Vera, situado a dos leguas, catorce kilómetros, del monasterio de Yuste.

Hubo de quedarse Carlos V en el castillo cuatro largos meses, pues las obras de su nueva morada no habían finalizado. Durante el tiempo que permaneció hospedado por los condes de Oropesa, mató el aburrimiento con comidas “reconstituyentes” como carne de caza, perdices, aceitunas, granadas, tencas en escabeche, salazones y otros manjares. Su gusto por la comida muy condimentada y su prognatismo mandibular agravado por un corto número de maltrechos dientes, contribuían poderosamente a que digiriera mal lo comido, y con ello a castigar su ya malparada poca salud y a incrementar sus ataques de gota.

Además de la comida, su otras grandes pasiones fueron la cerveza y los relojes, de los que era un gran coleccionista. En su último viaje hacia tierras extremeñas quiso contar con la presencia de su célebre mecánico, el ingeniero y matemático cremonés Giovanni Turriano, conocido por los españoles como Juanello, que viajaría con él a Yuste en calidad de relojero. El emperador empezó a contar con Turriano tras conseguir este reparar el Astrarium, un complejo y antiguo reloj de Giovanni Dondi dell’Orologio construido en Padua entre 1348 y 1364, que tenía siete caras y 107 partes móviles lo que le permitía mostrar las posiciones del sol, de la luna y de los cinco planetas conocidos hasta el momento, y que había recibido como regalo en su coronación. Juanello había recibido también del emperador otro encargo posterior, era el de la construcción de un reloj al que llamó Cristalino que además de cumplir sus funciones, también contaba con un planetario que daba las horas solares y lunares. Así, cada mañana en Yuste el rey llamaba a Turriano para que diera cuerda a sus relojes, acción que debía repetir al menos un par de veces a lo largo de la jornada.

También quiso contar en sus últimos días con Enrique Van der-Hesen, su cervecero de cámara en Flandes, y mandó construir una factoría cervecera para fabricarla en Yuste bajo su mano maestra

Seguían las obras de su nueva morada, parecían no acabar nunca. Había encargado su supervisión a fray Juan de Ortega, religioso ilustrado amante de la paz y de las letras, al que se tenía por autor de “El Lazarillo de Tormes” porque se encontró en su celda, a su muerte, un borrador de esta obra de su puño y letra, creyendo todos por ello que la habría escrito en su época de estudiante en Salamanca. Contaba el afable monje con el favor de Carlos V, a pesar de haber renunciado a un obispado en Indias que le ofreció en el pasado.

Por fin llegó el día de abandonar la hospitalidad de los condes de Oropesa y emprender camino hacia Cuacos de Yuste, y el 3 de Febrero de 1557 sobre las cinco de la tarde llego la comitiva al monasterio, donde fue recibida por los monjes con las campanas al vuelo, la iglesia iluminada, y el canto del “Te-Deum”. Salieron a recibirla acompañados de la Cruz, eran treinta y ocho religiosos, incluidos el prior y el vicario, a los que pidió el rey que a partir de este, el día de su llegada, dijeran cuatro misas diarias y que estas fueran ofrecidas por el alma de su padre, el de su madre, el de su adorada esposa Isabel de Portugal y por la suya propia.

Antes de salir de Jarandilla había regalado todos sus caballos, ya no iba necesitarlos, quedándose para su uso con tan sólo uno tan viejo como él.

Según fray José de Sigüenza, historiador de la orden jerónima, desde el mismo momento de su llegada empezó a llevar una vida metódica y recogida intentando con ello que no le turbaran ni la política ni los negocios, y asistido en su oraciones por su confesor Juan de Regla.

Pasaba largas tardes en un clima de tranquilidad, sentado en su célebre silla diseñada para mitigar los dolores que sufría en su pierna derecha enferma de gota. Gustaba de contemplar desde la ventana aquel maravilloso valle de nogales, almendros y cerezos.

Con el invierno reaparecían sus arraigadas dolencias. Previniéndose del frio que asolaba al monasterio en invierno por la cercanía de las montañas de Gredos, había hecho traer una gran estufa desde Alemania e instalarla en las estancias imperiales, y aun así sufría de fuertes dolores articulares y accesos de gota, estos últimos provocados no tanto por el frío y más por su pasión por la comida y por las lisonjas y golosinas que seguía recibiendo desde todos los puntos de España. Estos ataques le hacían escuchar misa postrado en su alcoba las más de las veces.

Cumplido el primer año en su nueva morada, quiso su majestad celebrar el aniversario de su estancia en el monasterio y con ello también su profesión, y a sugerencia del caballero Morón, su guardarropas, dispuso practicar una ceremonia de recibimiento en la orden como nuevo profeso, con procesión, sermón en el cual se le explicarían cual serían sus obligaciones como religioso, y banquete posterior de cabrito, perdices y truchas para los monjes. Estos para honrar a tan elevado nuevo miembro de su orden, abrieron desde aquel momento un registro de profesos que encabezaron con esta frase:

«A la eterna memoria de este ilustre monarca y poderoso rey, y a fin de que los futuros religiosos puedan gloriarse de ver inscriptos sus nombres y profesiones a continuación del nombre de este glorioso príncipe»

Vivió el emperador en sus últimos día también desde el monasterio y con profundo dolor la muerte de su hermana Leonor, reina viuda de Portugal y de Francia en 1558, mitigado solamente por las visitas de su otra hermana María, reina viuda de Hungría, y de su joven hijo Juan de Austria, apodado Jeromín, fruto de su relación con su última amante Bárbara Blomberg.

A pesar de que se pretendía mantener la filiación del infante en secreto, su gran parecido con su padre el emperador lo delataba. Había decidido el rey dejarlo bajo la tutela de Magdalena de Ulloa, mujer de su mayordomo Luis de Quijada, que lo informaba de los progresos del joven, más decantado por las armas que por las letras. Tendría ocasión de demostrar su destreza con ellas en la Batalla de Lepanto en 1571.

Quiso reconocer el rey al joven al final de sus días en su testamento, y por ello redactó un codicilo en 1558, poco antes de su muerte, en el que manifestaba, no sin cierto enrevesamiento, que su hijo natural llamado Jerónimo pasaba desde ese momento a ser reconocido como su hijo legítimo, y por lo tanto a alcanzar la nobleza de infante y a ser tratado como tal bajo el nombre de Juan de Austria, pidiéndole después al mayordomo que se trasladasen a vivir a Cuacos de Yuste, para tenerlo más cerca.

Seguía deteriorándose implacablemente la salud de Carlos V, sus dolores se habían vuelto crónicos y todo ello se agravaba con una reciente herida en el dedo de desconocida procedencia que le impedía escribir.

El 31 de agosto quiso comer fuera, frente a la alberca y debió tener un presentimiento de su muerte porque fray Hernando del Corral, monje jerónimo del monasterio y testigo presencial del momento, enunció las palabras pronunciadas por el emperador y a tal tenor manifestó:

“Le dio gana a Su Magestad de salirse a la plaça de su aposento que mira al occidente, adonde está el relox que hiço Janelo [Turriano] y la fuente de una pieça. Y estando allí sentado en una silla, mandó traer el retrato de la emperatriz; y aviéndole mirado un poco, mandó también traer él de la «Oración del Huerto», y estuvo mirando y contemplando en él grande rato. Ultimamente mandó traer el del «Juizio [Final]», y estándole mirando, bolvió el rostro al médico Mathisio y díjole, extremeciéndosele el cuerpo: «Malo me siento, doctor.”

A partir de ese almuerzo empezó el rey a debatirse entre fiebres, vómitos, fuertes dolores de cabeza y delirios sin que ningún médico pudiera identificar su origen. Lo cierto es que la causa de su muerte no se ha sabido hasta el 2004, cuando un equipo médico de Barcelona hizo pruebas clínicas a la falange cortada de un dedo de la mano izquierda del monarca, concluyendo que contenía, además de innumerables cristales de ácido úrico producto de la gota, grandes cantidades del parásito del paludismo. Se llegaron a detectar dos generaciones de parásitos, lo que pone de manifiesto que Carlos V habría muerto por una dosis doble de Plasmodium falciparum malaria.

Ese estanque que tantas horas de paz y sosiego le había proporcionado en sus últimos días, fue probablemente también el caldo de cultivo perfecto para el mosquito anófeles, cuya picadura de uno infectado le provocó la muerte por malaria a la edad de 58 años.

El 21 de septiembre de 1558, día en que murió su majestad, su fiel mayordomo Luis de Quijada, a su servicio durante treinta y siete años, mientras invitaba a Jeromín a entrar en la estancia donde se velaba a su difunto padre, pronunció estas sentidas palabras que perfilan bien el alma del fallecido monarca:

“Mi señor esta en el cielo porque, a mi parecer, no he visto hombre en mi vida acordarse más de Dios.”

Y probablemente Carlos V hablase con el Creador en español, no hemos de olvidar la célebre frase tantas veces pronunciada por su majestad:

“Hablo español con Dios, italiano con las mujeres, francés con los hombres y alemán con mi caballo.”



jueves, 1 de febrero de 2024

DE FELIPE I A FELIPE VI, LA HUELLA DE SEIS REYES LLAMADOS "FELIPE" EN LA MONARQUÍA ESPAÑOLA. DE LOS AUSTRIAS A LOS BORBONES



Cuando el 19 de junio del 2014 Felipe de Borbón y Grecia fue proclamado rey de España, después de que su padre el rey Juan Carlos I abdicara la Corona, se abre de nuevo la vetusta tradición de monarcas con el mismo nombre, y en el caso de el de Felipe hemos de remontarnos a la época de los Reyes Católicos, en la que su hija la infanta Juana desposa a Felipe, archiduque de Austria e hijo primogénito del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Maximiliano I.

El emperador había pactado ese matrimonio con los Reyes Católicos, y ese acuerdo se materializó en unas capitulaciones matrimoniales, en el marco de la Liga Santa, a través de las cuales se unían Austrias y Trastámaras, en un afán de reducir las pretensiones hegemónicas de Francia.

Esta fue una doble alianza pues Margarita, hermana de Felipe de Habsburgo, se casa a su vez con Juan, príncipe de Asturias, hermano de Juana. Fallece el príncipe Juan prematuramente, circunstancia que coloca en segunda posición en la línea de sucesión al trono detrás de Isabel, reina consorte de Portugal, a su hermana Juana y a su esposo Felipe, al que Luis XII de Francia había apodado como “el Hermoso”.

Asciende al trono de Castilla la infanta Juana, muerta su hermana Isabel y el hijo de esta, al morir su madre la reina Isabel I en 1504, pero el rey Fernando toma las riendas del reino ante la falta de cordura de su hija, provocada, dijeron viperinas lenguas, por las infidelidades de su idolatrado Felipe.

No estaba dispuesto a renunciar el archiduque al poder, y a pesar de las malas relaciones con su suegro, pero apoyado por la nobleza castellana, es proclamado rey de Castilla en las Cortes de Valladolid en 1506, con el nombre de Felipe I, retirándose por ello Fernando a Aragón, al quedar anulado el acuerdo conocido como “La Concordia de Salamanca” firmado un año antes.

Fue el de Felipe I un reinado breve pues muere el 25 de septiembre de 1506, a los veintiocho años de edad, habiendo reinado solamente diez semanas, bajo el rumor de que su suegro lo habría envenenado y dejando como valido, aunque realmente nunca llegó a serlo, a Juan Manuel, señor de Belmonte.

El siguiente Felipe en la sucesión al trono fue Felipe II su nieto, hijo de Carlos I de España y V de Alemania y de la infanta Isabel de Portugal, después de que su padre abdicara la Corona en él, y se retirara a morir al extremeño Monasterio de Yuste. Conocido este rey como “el Prudente” fue, dicen, el hombre más poderoso de su tiempo. De carácter ordenado y riguroso, también fue conocido como “el rey papelero” por su obsesión de registrarlo todo.

Sobre él recayó el peso de Imperio en “el que no se ponía nunca el sol” pero también una leyenda negra por su exacerbado fanatismo religioso, que lo llevó a convertirse en el rey de la Contrarreforma, en su lucha encarnizada por extinguir cualquier atisbo de apostatía dentro de la Iglesia Católica.

Tuvo luces en Lepanto y tremendas sombras en la derrota de la Armada Invencible en el Canal de la Mancha, por no decir que fue acusado de matar a una de sus esposas, Isabel de Valois, a uno de sus hijos, e incluso a su secretario Juan de Escobedo, aunque estas acusaciones no llegaron nunca a probarse.

Se casó cuatro veces y de su última esposa, nació el varón que heredaría el trono, también fue llamado Felipe y reinaría bajo el nombre de Felipe III.

Muere Felipe II en 1598 en El Escorial, consumido por unos tremendos dolores que impedían que se le pudiera mover, lavar o cambiar de ropa, y su hijo y futuro rey, fue testigo de esa muerte que se produjo en la madrugada del 13 de septiembre, después de que le dedicara como últimas palabras:

” Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo", le dijo.

El tercero en la línea de sucesión, nuestro tercer Felipe, conocido como “el Piadoso” alcanza el trono de España cuando mueren prematuramente sus dos hermanos mayores.

Hijo de Felipe II y Ana de Austria, fue considerado por los historiadores como un Austria menor, pero supo mantener, sin embargo, la hegemonía española que empezaba a dar síntomas de declive, llegando a ser rey de España y Portugal.

Criado entre algodones y de maltrecha salud, perdió a su madre con dos años y vivió eclipsado por la apabullante figura de un padre castraste, que intentó inculcarle una educación rígida y profundamente religiosa. Fue presa de una neurosis obsesiva y de un carácter apocado, perezoso y abúlico que llevó en alguna ocasión a su regio padre a pronunciar palabras tales como:

” Dios que me ha dado tantos Estados, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos”.

Se equivocó poco Felipe II, porque nuestro piadoso rey abandonó pronto sus deberes de monarca en manos de un competente pero ambicioso y corrupto valido por el que sentía una fascinación enfermiza, Francisco de Sandoval y Rojas duque de Lerma, y decidió dedicar su tiempo a placeres más terrenales como el la caza o el juego, no así el de las mujeres, pues estaba profundamente enamorado de su esposa Margarita de Austria, con la que tuvo ocho hijos, que no vio nunca con buenos ojos al valido Lerma.

Margarita era hija de su tío el archiduque Carlos de Austria, y fue elegida por descarte de entre las cuatro hijas de este, después de que Catalina y Gregoria murieran y Leonor enfermara gravemente. El entonces príncipe dejó la elección en manos de su padre, diciéndole:

“yo, padre, no tengo más gusto que el de su majestad, quien se ha de servir de elegir, estando cierto que la que vos escogierais me parecerá la más hermosa”.

Palabras que ponen de manifiesto lo indolente de su carácter, y sin embargo la elección debió ser acertada porque la lloró desconsoladamente a su muerte, y no intentó después de producirse esta seducir a ninguna otra.

Muere en 1621 debido a una infección de piel, sucediéndole en el trono otro Felipe, su hijo, que reinaría como Felipe IV, pero no quiero dejar pasar que arquitectónicamente a Felipe III le debemos la imponente Plaza Mayor de Madrid.

El rey Felipe IV conocido como “el rey Planeta”, fue el de reinado más dilatado de todos los de la Casa de los Austrias, 44 años y 170 días, y el tercero de la historia española siendo sólo superado por Felipe V y Alfonso XIII, y llegando también a ser rey de Portugal desde 1621 a 1640.

Apodado también como “el rey Pasmado” por el gesto impasible de su cara, mostró un total desinterés por la política desde inicios de su reinado, dejando el poder en manos de su valido Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares, hasta que este cayó en desgracia, y lo sustituyó en 1643 por Luis Méndez de Haro y Guzmán, su traidor sobrino.

Los personajes de la corte confiaban en que el reinado de Felipe IV abriría la puerta a una época llena de esplendor, pero no fue así porque estuvo políticamente en un permanente claroscuro.

Heredó de su padre la Guerra de los Treinta Años, y en política interior tuvo que lidiar con las sublevaciones de Cataluña y Portugal a las que se sumaría posteriormente Aragón. Se desvanecieron pronto las expectativas y se empezó a verbalizar entre los decepcionados nobles la consigna de que “en Flandes se ha puesto el sol”.

Si quiero trazar una semblanza del rey Pasmado, he de decir que pese a su apodo era un hombre culto e inteligente que hablaba varios idiomas. Era amante de la pintura, llegó a tener la mayor colección de Europa, el teatro y la poesía y fue el descubridor de uno de los mayores pintores de nuestra Historia, Diego Velázquez, al que nombró su pintor de cámara.

Sin embargo, y desde su juventud, vivió atormentado por un irrefrenable deseo sexual que lo llevó a ser calificado por muchos historiadores como un adicto. Ha sido el monarca que más hijos ha tenido en la Historia de España, tuvo relaciones con mujeres de toda clase y condición y de estas se le atribuyen entre treinta y sesenta hijos bastardos.

De su matrimonio con Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia con quién se prometió a los seis años, nacieron once hijos, y del de su sobrina Mariana de Austria otros seis, y de estos seis le sucedería Carlos bajo el nombre de Carlos II, “el Hechizado”, llamado así parece ser que debido a la epilepsia y a los diabólicos lazos de la consanguinidad, fue el último rey de la Casa de los Austrias al morir sin descendencia por lo que en su testamento dejo escrito:

"Declaro mi sucesor al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín”

Lo que no evitó una sangrienta guerra por la Corona española entre los partidarios del duque de Anjou, y los partidarios del archiduque Carlos de Austria pariente directo de Mariana de Austria, que no debemos olvidar que fue la esposa de Felipe IV y madre de Carlos II.

Abordamos la Casa Borbón con su primer monarca, Felipe V, el duque de Anjou.

Era nieto de Luis XIV de Francia, “el rey Sol”, y segundo hijo de Luis de Francia, conocido como el “gran Delfín” que no llegó a reinar al morir en 1711 antes que su padre, y de Maria Ana de Baviera.

Nacido en Versalles en 1683, era también nieto de Maria Teresa de Austria y Borbón, hija de Felipe IV, y por tanto infanta de España y medio hermana de Carlos II al ser hija de Isabel de Borbón, además de reina consorte de Francia al casarse con Luis XIV. Acabamos de establecer los lazos entre Felipe IV y Felipe V, eran bisabuelo y biznieto.

Fue este un rey peculiar que nunca quiso reinar, y de hecho abdicó la Corona en su hijo Luis I hasta la muerte de este ocho meses después, y sin embargo ha sido el monarca de España de más largo reinado, 45 años y tres días.

Conocido como “el Animoso”, fue un soberano de carácter cambiante del que siempre se pensó que sufría un trastorno bipolar, por pasar por épocas anímicamente eufóricas y otras de profundo abatimiento.

Al morir su mujer, Maria Luisa Gabriela de Saboya, empezó a ser llamado “el melancólico” al presentar cuadros de depresión, hipocondría e incluso sufrió una neurosis que le llevó a tener alucinaciones en las que creía subirse a los caballos de sus tapices, o ser una rana, comportándose como tal. Llegó a obsesionarse con que querían envenenarlo lo que le llevó a no afeitarse, no dejar que le cortaran las uñas y a vestir siempre la misma camisa.

Inició, no obstante, su reinado en 1701 pisando fuerte al poner patas arriba las estructuras económicas y políticas del decadente Estado anterior.

Promulgó entre 1707 y 1716 los conocidos como “Decretos de Nueva Planta” por los cuales quedaron abolidas las leyes e instituciones propias del Reino de Valencia, del de Aragón del de Mallorca y del Principado de Cataluña, aplicándose también a la organización jurídica y administrativa de la Corona de Castilla, estableciéndose con ello un nuevo ámbito de centralismo.

Siguiendo el ejemplo de su abuelo Luis XIV, fomentó el desarrollo artístico y cultural y así ordenó construir el Palacio de la Granja de San Ildefonso, al más puro estilo versallesco, y tras el incendio del Alcázar de Madrid el Palacio Real, y puso en marcha la Biblioteca Nacional y las Reales Academias de la Lengua y de la Historia entre otras instituciones.

En el terreno dinástico intentó instaurar la Ley Sálica a la que se opusieron las Cortes, por lo que promulgó un reglamento de sucesión que constituyó la Ley de Sucesión Fundamental, por el que las mujeres sólo podrían heredar el trono español en caso de que no hubiera herederos varones por la línea principal o lateral.

Muere en 1746 en el Palacio del Buen Retiro entre enajenaciones y desvaríos, sucediéndole en el trono su hijo Fernando VI.

Han de pasar casi trescientos años, siete reyes y una reina para que vuelva a ocupar el trono otro monarca de nombre Felipe, Felipe VI.

Nace el monarca actual en Madrid en 1968 durante la dictadura de Franco, siendo el tercero, el menor y el único varón de los tres hijos de Juan Carlos I y Sofía de Grecia, y sin embargo será él, y no la primogénita infanta Elena, quien suceda a su padre en el trono, de acuerdo con la Pragmática Sanción instaurada en España en 1830 por Fernando VII.

No hemos de olvidar, sin embargo, que su padre no es el primer Borbón que abdica la Corona, ya lo hicieron algunos de sus ancestros. De diez Borbones que han reinado en España, seis abdicaron, tal es el caso de Felipe V, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII y su ya citado nieto Juan Carlos I.

Es Felipe VI proclamado como rey en el año 2014, y será recordado como el rey de la inestabilidad política, el Covid -19 y los inicios de la transparencia de la Casa Real, pues a partir de su proclamación se prohibió a su familia trabajar para empresas, tener negocios en el sector privado, o dedicarse a cualquier otro empleo que no sea el de representación institucional.

Observe el lector que el verbo utilizado para referir su ascenso al trono es proclamar y no coronar. ¿Por qué decimos que Felipe VI fue proclamado y no que fue coronado como rey?

En la Corona de Castilla el último rey coronado fue Juan I, segundo rey de la dinastía Trastámara y bisabuelo de la reina Isabel “La Católica”.

Después de él, los monarcas castellanos, aragoneses y del resto de reinos peninsulares ascendían al trono por medio de ceremonias de proclamación o jura. Esta ausencia de entronización derivó en que no fueran necesarias coronas ni joyas para legitimar al siguiente rey, pero con la llegada de la dinastía de los Habsburgo se recuperó la tradición de colocar el cetro y la corona sobre el túmulo real, y desde el ascenso al trono de Carlos V, los monarcas solían acompañarse de la corona no en la cabeza pero sí al lado.

Desde 1978 queda recogido en nuestra Constitución en el Título II dedicado a La Corona, concretamente en el artículo 61.1, la proclamación del rey, que no coronación, ante las Cortes Generales, y lo hace en los siguientes términos:

“El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas.”

Aportar a este artículo que el rey accede a la Jefatura del Estado con el uniforme de gala del Ejército de Tierra, como máximo responsable de las Fuerzas Armadas del país, sin capas ni mantos, en una ceremonia laica que se interpreta como un pacto entre el rey y el reino, y que se celebra en el Congreso de los Diputados, frente a los miembros de las Cámaras Alta, el Senado, y Baja, el Congreso, especialmente reunidos para la ocasión. Tanto la corona como el cetro, símbolos de la monarquía española, se mantendrán durante toda la ceremonia sobre un cojín granate bordado en oro. Hemos de decir que la actual corona real española, encargada a un platero por el rey Carlos III en 1775, es tan grande que haría casi imposible ceñirla sobre la cabeza del monarca.

A día de hoy la corona que timbra el escudo de España y otros símbolos regios del país queda heráldicamente definida en la Ley 33/1981, que a tal tenor dice:

“Al timbre, corona real, cerrada, que es un círculo de oro, engastado de piedras preciosas, compuesto de ocho florones de hojas de acanto, visibles cinco, interpoladas de perlas y de cuyas hojas salen sendas diademas sumadas de perlas, que convergen en un mundo de azur o azul, con el semimeridiano y el ecuador de oro, sumado de cruz de oro. La corona, forrada de gules o rojo.”