Personaje controvertido es el de Álvaro de Luna, valido del padre de Isabel “la Católica”, Juan II de Castilla.
Nacido en Cañete, actual provincia de Cuenca, en 1390 perteneció a una familia de la baja nobleza al ser hijo natural de Álvaro Martínez de Luna, y teniendo por tío abuelo a Pedro Martínez de Luna, el antipapa Benedicto XIII, también conocido como el Papa Luna.
Fue introducido en la corte en 1410 como doncel de Juan II, por su tío el arzobispo de Toledo al quedarse este huérfano de padre, consiguiendo tener una gran influencia personal y ascendencia sobre el futuro rey de Castilla, en un tiempo de desavenencias entre los Trastámara y pugnas por el poder.
De indudable atractivo físico, carácter amable y buen trato, el nuevo doncel representaba muchas cosas que el rey admiraba. Era un caballero, buen poeta y poseía una inteligencia singular, pero también era intrigante, hipócrita y manipulador. El rey, sin embargo, sólo veía virtudes en él y fue tanta la cercanía entre ambos, que llegaron a acusarlos de homosexualidad.
En 1412, Fernando de Antequera, tío de Juan II, fue coronado rey de Aragón tras años de controlar la política castellana, y sus primos, conocidos como los infantes de Aragón, fueron colocados en posiciones de poder.
Sucedió en el trono al rey Fernando, su hijo Alfonso V que no reconoció nunca como rey de Castilla a Juan II, tampoco lo hicieron sus hermanos. Tanto fue así que en 1420, Enrique de Trastámara asalta el palacio en que se encuentran el monarca y su valido Luna, y los toma como prisioneros, en lo que se conoce históricamente como “el golpe de Estado de Tordesillas”, obligando con ello a intervenir a Alfonso V que exige la liberación de ambos.
Agradeció el rey la intervención de Alfonso V y también la lealtad de su valido, por lo que le otorga varios privilegios y entre ellos el condado de San Esteban de Gormaz.
Esta será la tónica del reinado del padre de Isabel “la Católica”, y en estas vicisitudes Álvaro de Luna, con su ya conocida sagacidad política, se movió con soltura para posicionarse al lado del monarca y conseguir con ello cargos y títulos para sus familiares y amigos y su propio ascenso económico.
En 1423 obtiene el título de Condestable de Castilla y el patrimonio asociado a este título, y desde esta posición urde un plan para expulsar a los infantes de Aragón, lográndolo temporalmente en 1429 y definitivamente en 1445 en la Batalla de Olmedo en la que se deshace definitivamente de Enrique, quedándose, como consecuencia de ello, con el título de gran maestre y administrador perpetuo de la Orden de Santiago. Este hecho lo convertiría en un hombre relevante y figura central de la Castilla de la época.
Todo iba bien, su posición se afianzaba al lado del monarca que lo consideraba su amigo de la infancia además de su valido, pero las circunstancias cambian cuando el rey se casa en segundas nupcias con Isabel de Portugal, y esta empieza a ser consciente de que el preferido del rey es un oportunista con demasiado poder. Llegaron los malos tiempos para Luna.
A pesar de que el valido era un hombre cortés y podía llegar a ser un gran embaucador, la astucia de su nueva enemiga era superior y consiguió ir minando la opinión y la voluntad de su marido, haciéndole creer que Luna era un peligro para el reino y un traidor, apoyada en la contienda por el hijo de Juan II Enrique, fruto de su primer matrimonio que reinaría como Enrique IV, que también llegó a tener una relación parecida con su valido Beltrán de la Cueva.
A fuerza de repetirlo mil veces, Isabel consiguió que el rey la creyera y sucumbiera a la presión ordenando la detención y el procesamiento de su privilegiado Álvaro de Luna.
Se vengaba así la reina del valido del que no podía soportar su descarada manera de manipular al rey, y secretamente de los celos que dijeron que de él tenía.
Fue acusado Luna, en el verano de 1453, de lo que en el Código Penal actual se contemplaría como tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito, aunque los motivos para someterlo a juicio al final fueron lo de menos.
El proceso fue una pantomima, se trataba de obtener una pena ejemplarizante para el condestable y por ello, fue condenado por un tribunal ad hoc por usurpación del poder real y apropiación de las rentas de la Corona.
Fue ajusticiado en Valladolid el 2 de junio de 1453, permaneciendo en el patíbulo tres días el cuerpo y cinco la cabeza.
Narró el triste episodio Jorge Manrique con estos versos:
“Pues aquel gran condestable,
maestre que conoscimos tan privado,
non cumple que dél se hable,
más sólo cómo lo vimos degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿qué fueron sino pesares al dexar?”
El rey Juan II débil e irresoluto, murió un año después consumido por los remordimientos y en su lecho de muerte se cuestionó como rey con estas palabras:
“«Naciera yo hijo de un labrador e fuera fraile del Abrojo, que no Rey de Castilla».”
El juicio fue declarado ilegal cinco años después.
La reina viuda también pagó el dislate de haber sometido a un juicio injusto al valido, y enloqueció.
En la corte ya eran motivo de comentario los desequilibrios emocionales de su majestad la reina, producto, parece ser, de unos celos irracionales. Este trastorno mental debió afectar también a su nieta Juana, que fue conocida históricamente como Juana “la Loca”.
Se comentaba en palacio que la reina Isabel en algún momento puso bajo sospecha a Beatriz da Silva, una doncella portuguesa, y consumida por los celos la hizo encerrar en un baúl sin apenas espacio, ni luz, ni agua, ni alimentos. El desafortunado suceso fue conocido por “la felonía del baúl” y Beatriz salvó la vida porque un pariente no cesó de buscarla hasta dar con ella dijeron unos, y otros que fue por la intervención divina de la Virgen María, que le pidió a Beatriz que fundara una orden consagrada al culto de la Inmaculada Concepción, y así lo hizo unos años después.
En cualquier caso, la ya cuestionada salud mental de la reina Isabel de Portugal se deterioró considerablemente con la muerte de Álvaro de Luna, por lo que hubo de ser recluida en Arévalo al cuidado de Gonzalo Chacón, paradójicamente la persona que más había defendido a Luna. Esta circunstancia fue aprovechada por el nuevo rey, Enrique IV, y por sus fieles enemigos, el marqués de Villena y el arzobispo Carrillo, para “mangonear” a sus anchas la futura y cuestionada sucesión al trono entre sus hermanastros Alfonso e Isabel y su hija “la Beltraneja”.
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