LUISA ISABEL DE ORLEANS “UNA REINA LOCA EN UN REINADO EFÍMERO”
UN TRASTORNO LÍMITE DE LA PERSONALIDAD NO DIAGNOSTICADO
Todos conocemos en mayor o menor medida el árbol genealógico de la monarquía española, sobre todo a partir de Felipe V por ser el primer soberano Borbón, casa real a la que también pertenece el actual monarca Felipe VI. De hecho, el actual soberano español pertenece a la rama de los Borbón y Borbón por casarse su antepasado Fernando VII en cuartas nupcias con Cristina de Borbón, y posteriormente su abuelo el Conde de Barcelona con María Mercedes de Borbón y Orleans. Pero quizás sea menos conocido el hecho de que hubo un rey Borbón que apenas reinó 229 días.
En efecto se trata de Luís, hijo de Felipe V y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya, que ascendería efímeramente al trono español como Luís I.
La tendencia a la depresión del primer rey Borbón, que ascendió al sitial tras la muerte sin descendencia del último de los Austria el rey Carlos II conocido por “el Hechizado”, lo llevó a plantearse su renuncia al trono español en favor de su hijo Luis, príncipe de Asturias.
Parece ser que Felipe, duque de Anjou, albergara la ilusión de ser rey de Francia, corona a la que podría aspirar por ser nieto de Luís XIV conocido como “ el rey Sol”, pero lo cierto y verdad es que debía dejar resuelto todos los asuntos concernientes a la monarquía española antes de plantearse el ascenso al trono francés, por lo que abdicó en su hijo Luis después de verlo convenientemente casado con Luisa Isabel de Orleans que era hija del regente de Francia, Luís Felipe de Orleans, sobrina nieta del rey Luís XIV por parte de padre y nieta de este por parte de madre. De nuevo la endogamia volvía a hacer acto de presencia en la monarquía europea y por ende en la española.
Nuestra aspirante al trono español y futura reina consorte era una mujer atractiva, pero de pésima educación. Se había criado en un ambiente de depravación y libertinaje al lado de su padre lo que había llevado a verbalizar a su abuela la demoledora frase de —Es la persona más desagradable con la que me he topado en mi vida. —
Cuando llegó a España con doce años apenas sabía leer ni escribir, se presentaba sucia, su comportamiento en la mesa era grosero, vestía impúdicamente, trepaba a los árboles y ventoseaba en público sin un mínimo recato.
En su viaje desde el vecino país francés fue acompañada por el embajador extraordinario de Versalles Saint Simón, que quiso asegurarse de que llegaba a Madrid sana y salva. Una vez concluida su misión fue despedido por Luisa Isabel con tres sonoros eructos. ¡Apuntaba maneras la futura reina!
Un detalle que asombró a los discretos funcionarios de la Corte, encargados de gestionar el papeleo para desposar a los novios, fue que la princesa de Orleans no había sido bautizada ni había recibido la primera comunión por lo que hubo que celebrar los dos sacramentos deprisa y corriendo en el mismo día, procurando dar poco pábulo a tanta dejadez. No era la madrileña sociedad que permitiera tanta relajación en las formas, por mucho que viniera de una futura reina.
El rey Felipe ante el incalificable comportamiento de su futura nuera optó por casarlos cuanto antes, no quería arriesgarse a que tan inconsistente relación fuera a acabar en nada porque esos truncaba su alianza y planes de futuro con Francia, así que mandó organizar una grotesca ceremonia nupcial entre dos niños de doce y catorce años que, como era costumbre y mandaba el protocolo, se vieron obligados a encamarse nada más finalizada esta ante los expectantes ojos de la Corte que los condujo hasta el dormitorio y los introdujo en el lecho, esperando que allí pasase algo más que el que esos dos niños se miraran largo rato desconcertados. Transcurrido un tiempo que el rey Felipe estimó suficiente mandó que corrieran los cortinajes y se retirase la concurrencia. Una vez solos el monarca ordenó que el príncipe fuese sacado del lecho y conducido a sus aposentos. Habrían de esperar los desposados hasta la primavera de 1723, algo más de dos años, para que el soberano autorizase la consumación del matrimonio.
Y mientras tanto nuestra peculiar princesa no hacía más que buscar problemas y ponerse en evidencia con su comportamiento errático y desordenado. Se negaba a usar ropa interior y se presentaba a menudo sucia y maloliente, no quería comer en la mesa, pero engullía como un animal cantidades ingentes de comida a solas que luego vomitaba por doquier. Llegó a sufrir brotes que le hacían arrancarse la ropa para utilizarla como trapos con los que limpiaba los cristales y fregaba el suelo.
La relación que mantenía con su suegra Isabel de Farnesio, segunda mujer de Felipe V y por tanto madrastra de su marido, era terrible. No estaba preparada la iracunda parmesana para aguantar la falta de educación, las actitudes y el comportamiento de su nuera y mucho menos a recibir desplantes y desaires de quien consideraba una niñata malcriada e insolente, por lo que se convirtió en su mayor y más letal enemiga. Por si todo esto fuera poco a Luisa Isabel le salían pequeños bultos en el cuello y sufría de frecuentes erupciones, detalles que celosamente habían ocultado los franceses a la familia de su marido, por lo que fue apodada por la Farnesio como “la sarnosa”. Lógicamente esto no contribuía a la paz matrimonial de los príncipes de Asturias que sufrían frecuentes crisis y desavenencias.
Pronto aquella situación fue del dominio público y tanto en Madrid como en Versalles fue la comidilla de la nobleza, y sin embargo dos sucesos vinieron a detener temporalmente el deterioro matrimonial de la joven pareja. Murió el duque de Orleans, padre de la princesa, hecho que la afligió profundamente, además el rey Felipe manifestó su intención de abdicar en su hijo Luís, que con ello se convertiría en el monarca Luis I y por tanto la princesa en reina consorte. Algunos pensaron ilusamente que su ascensión al trono y el alejamiento de este de Isabel de Farnesio harían que Luisa Isabel se moderase en su comportamiento, como era de esperar no fue así.
No podía más el nuevo monarca con la situación que creaba su mujer a diario, por lo que llegó a escribir a sus padres manifestando que — preferiría estar en galeras a vivir con una criatura que no observaba ninguna conveniencia y que no le complacía en nada. —
Parece ser que la reina Luisa Isabel no pensaba más que en comer y mostrarse desnuda ante sus criados, y que por tanto no veía otra opción que encerrarla puesto que su desarreglo iba en aumento, y que a pesar de que cuando era reconvenida tenía propósitos de enmienda volvía a las andadas a lo sumo después de un par de días.
Narraba también en la carta a sus progenitores situaciones y conductas como la siguiente:
—Voy a contar a VV. MM. que la Reina, cuando fue anoche a cenar, estaba tan extraordinariamente alegre que me parece que se encontraba borracha, aunque no esté muy seguro de ello. En seguida contó a La Cuadra todo lo que le había sucedido y creo con certidumbre que dicha mujer, a quien quiere mucho, le es muy perniciosa. Esta mañana ha estado en San Pablo, en «robe de chambre», ha almorzado después y se ha ido a lavar pañuelos. —
Su padre recomendó un poco de encierro para moderar la conducta de su nuera por lo que estuvo recluida en el Palacio de los Austrias, y aunque lloró su desconsuelo y prometió enmendarse, no fue sacada de su reclusión hasta dieciséis días después, tiempo que se aprovechó para determinar qué personas próximas a la reina podrían haber influido en su comportamiento para llevarla a estas conductas tan extremas. Se realizó una verdadera criba entre sus camareras y servidumbre, mandándose a sus casas a la mayor parte de ellas por considerarse que muchas de las actitudes de la reina eran consecuencia de la nefasta influencia que sobre ella ejercían.
Y en el transcurso de estas desavenencias el rey Luís enferma, aunque en un principio no se dio mucha importancia a su malestar. Fue cuando aparece una erupción por todo su cuerpo y es consumido por la fiebre cuando es diagnosticado de viruelas, determinando los médicos que será necesario sangrar al soberano. No obtuvieron mejoría alguna los males del rey con el remedio y murió en la madrugada del 31 de agosto de 1724, dejando la monarquía española en manos de una niña desequilibrada de apenas quince años que ni siquiera le había dado al rey un sucesor.
Se desata con esta muerte una verdadera lucha entre aquellos que querían la vuelta del emérito Felipe V y de su esposa Isabel de Farnesio y los que pretendían que se mantuviese firme en la abdicación. Mientras tanto la reina viuda mostraba claros síntomas de que también había contraído la enfermedad que llevó a la muerte a su marido, pero a nadie pareció importarle. Todos estaban deseando quitársela de encima. La mala relación con sus suegros le cerraba la puerta de la permanencia en Madrid, pero en Francia Luís XV tampoco tenía muchas ganas de recibirla en París.
Se llegó a plantear la posibilidad de casarla con su cuñado Fernando, que ascendería al trono después de la muerte de su padre como Fernando VI, pero el recuerdo de las excentricidades de la joven reina y la animadversión que por ella sentía su suegra Isabel de Farnesio hicieron que esta opción fuera descartada de inmediato.
El rey Felipe había retomado las riendas de la Corona y su mujer no veía el momento de deshacerse de aquella molesta joven que por desgracia parecía recuperarse de las viruelas. Ante la intransigencia de Isabel de Farnesio el rey francés tuvo que dar su brazo a torcer y comenzó la negociación para que la reina Luisa Isabel volviera a su país. Su primo Luís XV aseguró que le asignaría una renta anual acorde a su rango con la condición de que no estableciera su residencia en Paris, y los reyes de España acordaron darle en propiedad todas las joyas y regalos que su esposo le hizo durante el matrimonio. Entendían que con ello habían sido más que generosos teniendo en cuenta la poca estima que sentían por su nuera.
El 15 de Marzo de 1725 abandonaba Madrid la reina viuda camino de Vicennes donde establecería su residencia. No dejó un buen recuerdo en España, aunque fueron muchos los que supieron reconocer su firmeza en los difíciles días de la enfermedad de su marido y el hecho de permanecer incansable a su lado en sus momentos finales, aun a riesgo de contraer su enfermedad.
Ya de vuelta en Francia pareció Luisa Isabel asumir una conducta más moderada que engañó a su primo el rey francés que acabó por permitir que estableciera su residencia en París, tras dos largos años de incesante insistencia. Se le asignó como morada el Palacio de Luxemburgo y con ello volvieron las extravagancias en el comportamiento de la reina viuda esta vez poniendo en tela de juicio su reputación, y es que en el palacio entraban y salían los pajes como “Pedro por su casa”, por no decir que se había abandonado del todo cualquier atisbo de formas y etiqueta.
La situación se volvió tan insostenible que el cardenal Fleury sugirió la posibilidad de internarla en un convento —para evitar males mayores— dijo, todos intuían a qué se refería sin decirlo.
¡Dicho y hecho! La joven viuda fue recluida en el convento de las Carmelitas del faubourg Saint Germain con el consiguiente regocijo de sus suegros, que con ello ponían fin a los comentarios de las afiladas lenguas cortesanas de Madrid.
En el invierno de 1742 enfermó nuestra joven reina gravemente de hidropesía falleciendo en el junio siguiente, tenía treinta y dos años.
Dejo en su testamento instrucciones de ser enterrada sin pompa ni solemnidades en la parisina Iglesia de Saint Sulpice, no lejos de los jardines de Luxemburgo, y aunque en Madrid y Versalles se decretó luto oficial, su muerte pareció no importar a nadie.
Fue enterrada el 21 de junio olvidada de todos, bajo una lápida cuya inscripción reza:
«Aquí yace Isabel, Reina viuda de España».
Nota de la autora: No confundir con María Luisa Isabel de Orleans, duquesa de Berry.
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