EL EXORCISMO DE UN REY “HECHIZADO”
Fue el 6 de noviembre de 1661 cuando nace este cuestionado monarca hijo de Felipe IV y Mariana de Austria, único hijo varón legítimo vivo de este y por tanto aspirante al trono español puesto que el príncipe Baltasar Carlos, nacido de su unión con Isabel de Borbón hija del Enrique IV de Francia conocida también como Isabel de Francia, había muerto en 1646.
Se convierte el joven Carlos en rey a la edad de cuatro años, tras la muerte de su padre, permaneciendo el trono español bajo la regencia de su madre hasta su mayoría de edad que se produjo en 1675.
Personaje de lamentable aspecto físico debido a sus crónicos problemas de salud ocasionados probablemente por la insistente y sucesiva consanguinidad de su familia, el rey Carlos presentaba ya desde recién nacido una evidente debilidad física y manifiestos síntomas de retraso que han hecho creer a muchos de sus historiadores que padecía el conocido como síndrome X frágil (SXF) o "síndrome de Escalante". Se trata de un trastorno hereditario, sólo superado por el de Down, que ocasiona discapacidad intelectual en diferentes grados debido a la mutación del cromosoma X.
Aun así, desde palacio se difundió la imagen de un bebé robusto y bien formado, imagen difícil de mantener cuando a los cuatro años ascendió al trono un enclenque y débil niñito de mejillas muy pálidas y boca permanentemente abierta, que parecía hacer tremendos esfuerzos por mantener la verticalidad de su maltrecho cuerpecito.
Lo cierto y verdad es que a pesar de que su infancia la pasó sobreponiéndose a la enfermedad y a las dificultades para hablar, comer y andar y que los doctores no le auguraban una larga vida, llegó a los catorce años, su mayoría de edad, decayendo con ello la regencia de su madre y pasando el trono español a sus manos a pesar de su evidente retraso intelectual, su poco interés por los asuntos de Estado y su clara predisposición hacia el ocio, la caza y el arte; por no decir que su deplorable aspecto le proporcionó el sobrenombre de “el Hechizado” llegando el nuncio papal a decir de él que:
“El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia.”
En este orden de cosas a nadie en palacio se le escapaba el paulatino deterior del monarca; todos en la Corte vaticinaron un futuro corto y negro para este rey víctima de la endogamia que mostraba claros síntomas de infertilidad. Fue por ello por lo que Luís XIV empezó a postularse como candidato a la Corona Española por haberse casado en 1660 con María Teresa, hija de Felipe IV y de su primera mujer Isabel de Borbón y por tanto hermanastra del actual monarca. Además, Carlos II se había casado en primeras nupcias con María Luisa de Orleans, sobrina del monarca francés, lo que venía a estrechar más los lazos entre las dos Casas Reales y colocaba a "el rey Sol" en posición de privilegio en sus aspiraciones al trono español. No dudó el soberano galo en pagar de su bolsillo a un nutrido núcleo de francófilos en la Corte Española a cuya cabeza se encontraba el embajador Harcourt, para “rebajar” el tono de los germanófilos simpatizantes de la Casa de Austria, cuyos lazos se vieron reforzados con el segundo matrimonio del rey Carlos con Mariana de Neoburgo tras la muerte de María Luisa de Orleans.
A pesar de poner todo el empeño y de que su familia tenía fama de fértil, Mariana de Neoburgo fue incapaz de concebir un hijo del rey, su autopsia reveló posteriormente que contaba con un solo testículo y estaba atrofiado, por lo que la sombra de la ausencia en la sucesión se hacía cada vez más alargada. El cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo, y el recientemente designado Inquisidor General Juan Tomás de Rocaberti, convencieron al soberano de que se sometiera a un exorcismo que sería administrado por su confesor fray Froilán Díaz y que podría, con un poco de suerte, revertir su infertilidad.
Peregrina era la idea, pero el desesperado monarca la aceptó claramente influenciado por su taimada madre y el valido de esta, el jesuita Nithard, que movía los hilos en la sombra amparando la tesis de que la enfermedad del soberano no era tanto del cuerpo, puesto que no había un mal biológico evidente ya que no padecía de impotencia, como del alma y que podría haber caído bajo los efectos de la brujería.
Sabía el confesor Froilán de un afamado exorcista asturiano, el fraile Antonio Álvarez Argüelles, que tenía trato con una monja al parecer endemoniada de Cangas de Onís, y nadie mejor que el propio demonio para confirmar por boca de su discípula que efectivamente el rey había sido embrujado mediante un “bebedizo ponzoñoso” compuesto por:
“Sesos para anularle la voluntad, intestinos para arruinarle la salud y riñones para esquilmarle la virilidad”
Parece ser, manifestó el maligno, que lo había ingerido a la edad de catorce años disuelto en chocolate, concretamente el 3 de abril de 1675, y que desde entonces operaba a sus anchas en su organismo, especialmente durante las lunas nuevas. Pocos sabían que la reina madre había preparado un brebaje parecido con el que había acabado con la vida de Juan José de Austria, hermano bastardo de Carlos II y gran adversario de la regente.
El primer ministro Fernando de Valenzuela también participó en la trama haciendo de correo entre el confesor y Lucifer que hablaba por boca de la monja satanizada, dando instrucciones para deshacer el sortilegio del soberano, y que aprovechaba para poner en el punto de mira a algunos cortesanos con nombre y apellidos, acusándolos de participar en el maleficio. Demostró Lucifer además una manifiesta hostilidad por la figura de la reina madre, Mariana de Austria, a la que acusó de encargarle al primer ministro Valenzuela administrar al monarca el chocolate envenenado.
Las “entrevistas satánicas” se acabaron de sopetón cuando el Inquisidor General vio que el asunto se le estaba yendo de las manos ante la locuacidad acusatoria del demonio, por lo que los rumores del embrujo no resuelto del rey crecieron a pesar de que parecía que su maltrecha salud mejoraba, “por dormir con una bolsa llena de cáscaras de huevos, uñas y otros restos orgánicos susceptibles de ser utilizados en artes oscuras” dijo él.
La situación en la Corte se estaba volviendo insostenible por lo que la reina Mariana se vio obligada a mover ficha ante tanta difamación diabólica y mando arrestar al Inquisidor General y al confesor real, nombrando nuevo inquisidor a su fiel aliado, el obispo de Segovia Baltasar de Mendoza, quedando así descabezado el escabroso asunto del exorcismo del rey; aunque no con ello evitó los insistentes rumores que sobrevivieron al reinado del rey “hechizado” y que eclipsaron el resto de su figura y de su gobierno.
Parece ser que las dolencias y discapacidades del rey a menudo fueron exageradas maliciosamente e instrumentalizadas por una malintencionada camarilla de cortesanos que veían cómo se consolidaba la infertilidad del soberano y pretendían situarse estratégicamente declarándose unos francófilos y otros germanófilos, pero todos con una intención clara de sacar el mayor provecho a la debilidad de un inseguro y atormentado soberano.
No parece justo que treinta años de reinado queden enturbiados por el mito de un hechizo y no se pongan en valor las reformas económicas, institucionales y demográficas que en él se produjeron y que serían determinantes para el siglo posterior.
Historiadores modernos como Luís Ribot han querido revisar la figura de este rey tan maltratado por la Historia, haciendo valer una biografía política de envergadura en la que el exorcismo fue una cuestión menor probablemente agitada por intereses políticos ante la ausencia de sucesión.
Murió el último rey de los Habsburgo españoles el 1 de noviembre de 1700 a los treinta y ocho años, aunque aparentaba mayor edad, tras una dolorosa agonía. Su necropsia, que más pareciera un parte de guerra, narraba que:
“El corazón es muy pequeño, como un grano de pimienta, los pulmones están corroídos y los intestinos putrefactos y gangrenosos; presenta tres grandes cálculos en el riñón y cuenta únicamente con un testículo negro como el carbón. Su cerebro está lleno de agua”
Su decisión más importante como rey la tomó al final de sus días, demostrando con ella velar por los intereses de la Corona Española a pesar de haber sido acusado de lo contrario: legó en su testamento la corona a su sobrino-nietastro Felipe V, duque de Anjou, hijo de “El Delfín de Francia” y María Cristina de Baviera y nieto de Luís XIV y María Teresa, su hermanastra, y por ello biznieto de Felipe IV y de su primera esposa la reina Isabel de Francia, elevando con ello al trono español al primer rey de la Casa de Borbón.
Se dice que en el momento de la muerte de “el último de los Austrias menores” se vio en Madrid como se alineaba el planeta Venus con el sol, lo cual se consideró un milagro.
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