domingo, 29 de junio de 2025

"LA ÚLTIMA CENA" DE LEONARDO; LOS ENIGMAS DEL LEGADO DE UN GENIO

 


PARTE II:

 DA VINCI "EL HEREJE",

LOS SÍMBOLOS OCULTOS DE "LA ÚLTIMA CENA"



Los extravagantes hábitos de trabajo de Leonardo fascinaban al público, pero empezaban a exasperar al prior que ya se había quejado al duque.

Hubiera deseado que jamás abandonara el pincel, tal y como los monjes no abandonan hasta no haber acabado de cavar el huerto del convento, le dijo en reiteradas ocasiones a Sforza.

Ludovico no quería que el abad apreciara que él también empezaba a impacientarse; las excentricidades del pintor le crispaban y a pesar de ello no dudaba en dar dos palmaditas en la espalda al prior cuando lo despedía después de alguno de sus frecuentes paseos matutinos por la ciudad, solicitando de él templanza.

Los artistas son así, decía, no debemos incomodarlo con nuestra prisa.

Pero estas palabras no parecían resignar al religioso que volvía a insistir en el siguiente paseo; tanto se obstinó en su cuita que el duque le hizo saber que Leonardo amenazaba con representar a Judas Iscariote con su cara si no paraba de importunarlo. A partir de ese momento el prior dedicó su tiempo a apremiar a los monjes jardineros y dejó en paz a Da Vinci.

El pintor estaba dedicado en cuerpo y alma a su obra, tanto que se olvidaba de comer y permanecía subido en el andamio desde el amanecer hasta la puesta de sol. Estaba obsesionado con crear la sensación de que la pintura fluía de izquierda a derecha, de que tenía movimiento.

En el centro de tan magistral escena está sentado Jesús con talante sereno, es el único que lo tiene, los apóstoles sin embargo aparecen representados con gestos de emoción, asombro, preocupación e inquietud casi teatrales ante la noticia de que unas horas después de esa reunión uno de ellos iba a traicionar al Hijo de Dios. Buscaba con ello el artista que el observador pueda percibir con nitidez que algo acababa de suceder en esa cena, y para que estas reacciones parecieran más humanas pintó a los discípulos sin halo de santidad en contraposición con la figura de Jesucristo al que, aunque tampoco lo tiene, quiso otorgar un aura de misterio mediante la casi imperceptible apariencia de ser de tamaño un poco mayor que sus apóstoles. Para ello utilizó un truco que había aprendido de su maestro Verrocchio que consistía en situar objetos o figuras humanas sobre un fondo luminoso, de ahí que situara tres ventanas como símbolo de la Santísima Trinidad, detrás de Jesús desde las que poder contemplar un resplandeciente paisaje del paraíso. Para resaltar aún más su figura coloreó la capa de azul con lapislázuli, el pigmento más caro.

También buscó Da Vinci que todo aquel que observara con un poco de detenimiento su obra fuera capaz de reconocer al traidor de entre los doce apóstoles por su expresión corporal y su gesto facial, sin que fuera necesario colocarlo inquisitiva y explícitamente al otro lado de mesa. No lo puso difícil el pintor si tenemos en cuenta que lo representó con una bolsa de monedas en la mano y lo situó en un plano de sombra con expresión corporal de huida. Su poco agraciado rostro representado con el mentón prominente, tez oscura y expresión facial agria dejaba poco lugar a la duda. No desechemos tampoco el detalle de que la mano izquierda de Judas está dirigida hacia un plato, el mismo al que va dirigida la derecha de Cristo, tal y como lo describen las Sagradas Escrituras:

El que meta la mano conmigo en el plato será el que me traicione.

Ni que al lado de la mano en la que porta la bolsa de las treinta monedas de plata, precio de la traición, aparece un salero volcado. La sal derramada en la mesa para los romanos era símbolo de desgracia; para Leonardo representaba la traición.

Desviemos ahora la atención hacia el mantel que viste la mesa de esta premonitoria cena porque tiene un nudo en uno de sus picos, en la parte derecha de la mesa para el observador e izquierda para Jesucristo.

¿Qué enigma guarda ese nudo? ¿Qué representa? Parece ser que este símbolo casi oculto quiere indicar que hay una mujer en la escena. Aparentemente no la vemos pero si nos fijamos más detenidamente, a la derecha de Jesús y a su lado está sentado el joven apóstol San Juan pero que por sus rasgos afeminados bien podría ser una mujer, María Magdalena, con la cual Cristo podría haberse unido en matrimonio y engendrado un o más hijos. Esa aparente distancia física que los separa en forma de V podría interpretarse como el símbolo del Santo Grial, pero no como la representación del cáliz, que por cierto no aparece entre los enseres utilizados en la cena, sino como el de la sangre del linaje de Jesucristo y Magdalena. No olvidemos que Leonardo habría sido gran maestre del Priorato de Sion que fundamentó su génesis en la de la orden templaria.

Si observamos con perspectiva la composición de las figuras de Magdalena y Jesús, parecen formar una M que bien podría ser alegórica a la maternidad, al matrimonio o al propio nombre de Magdalena. Quizás estemos yendo demasiado lejos, pero lo cierto y verdad es que si extrapolásemos las figuras de Jesús y de la supuesta Magdalena de la escena, colocándola a ella a la izquierda de él y derecha del observador, encajarían milimétricamente formando una composición perfecta. No debemos obviar tampoco el detalle de que el rostro de esta supuesta Magdalena encajaría a la perfección si lo colocásemos encima de el de la Virgen de su cuadro “La Virgen de las Rocas”, otro detalle que nos lleva a pensar que podría tratarse realmente de una mujer. Pero entonces falta un apóstol; ¿Dónde está representado el joven San Juan en esta cena?

Analicemos ahora los cuatro grupos de tres que formaban los apóstoles y hagámoslo de izquierda a derecha. El primer grupo lo componen Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés; los tres se muestran sorprendidos por las palabras que acaba de pronunciar Jesús. Bartolomé parece aturdido, Santiago quiere alargar una mano hacia el Hijo de Dios como muestra de lealtad, pero Andrés va más allá levantando las suyas como queriendo dejar clara su inocencia. El segundo grupo está formado por Judas Iscariote, Simón Pedro y Juan. De Judas y de Juan ya hemos hablado, pero no de Pedro, “soy Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, que se muestra con un cuchillo escondido en la mano derecha como símbolo de su temperamento y futuro comportamiento, hemos de recordar que negó a Jesús tres veces antes de que cantara el gallo. Fijémonos además en que la otra mano parece querer apoyarla en el hombro de la que podría ser María Magdalena. ¿Pudiera con ello querer indicar Leonardo que la Iglesia Católica con Pedro, su primer papa, a la cabeza debería apoyarse en la descendencia de Jesucristo y Magdalena, y no en esa otra Iglesia más terrenal y opulenta que olvida el voto de pobreza matando, de ahí el cuchillo, con ello sus ideales y fundamentos primeros?

El lector debe tener presente que a Da Vinci se le acusó en numerosas ocasiones de pertenecer a los cátaros, cristianos que fueron acusados en el S. XIII de herejes por defender a la Iglesia de Juan y Magdalena donde se ponderaba la pobreza y la humanidad por encima de la divinidad de Cristo, en contraposición con la Iglesia de Pedro más terrenal y fatua plagada de banal ostentación.

Estos proponían una dieta bastante frugal en la que no estaba contemplada la carne, observemos que entre las viandas que aparecen sobre la mesa de “La Última Cena” no está este alimento, vestían túnicas blancas y no creían en la crucifixión de Jesús; Da Vinci era vegetariano, vestía siempre de blanco y entre sus obras no hay ninguna representación de Jesucristo crucificado. Estos “disidentes” medievales simbolizaban la Inquisición y la persecución a la que esta los sometió con la figura un perro; pues bien, en estudios recientes realizados a la obra de “La Virgen de las Rocas” se ha encontrado camuflada entre los montes del fondo del cuadro la figura de un perro aparentemente sentado y con una correa al cuello. ¡curioso!, aun así hemos de decir que no ha quedado demostrado que Da Vinci fuera cátaro.

Pero volvamos al análisis de la actitud de los apóstoles; en el tercer grupo, ya a la izquierda de Jesús, se encuentran Tomás, Santiago el Mayor y Felipe. Tomás es representado con el dedo hacia arriba, recordemos que este apóstol pecó de incrédulo porque exigió a Jesús pruebas de su resurrección y para ello metió un dedo en sus aún sangrantes yagas, Santiago el Mayor muestra un gesto compasivo hacia su maestro y Felipe parece turbado por la noticia de la traición, dirige sus manos hacia el pecho como queriendo preguntar al Hijo de Dios:

¿Acaso soy yo maestro quién ha de traicionaros esta noche?"

No hemos de olvidar tampoco que Leonardo da Vinci representó a San Juan Bautista con el dedo índice de su mano derecha levantado hacia arriba en varias de sus obras. Este gesto simbolizaba el papel profético de este apóstol que anunció la venida del Cordero de Dios. ¿Buscó el artista sincretizar en la figura de Tomás a los dos apóstoles?

El último y peculiar grupo está formado por Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote que parecen discutir, pero ¿sobre qué discuten que quieren darle la espalda a Jesús?

Mientras que Mateo pretende hacer ver a Tadeo y a Simón que es Judas quien traicionará a Jesucristo y por ello parece señalarlo con la mano, Tadeo permanece absorto reflexionando sobre las palabras escuchadas a Jesús. Si nos fijamos en su rostro tiene un gran parecido con un autorretrato de Leonardo; pudiera ser que el artista quisiese inmortalizarse en su colosal obra de esta sibilina manera. El tercer apóstol del grupo, o sea Simón, está representado con la cara de Platón en clara alusión a la sabiduría y a la influencia que este filósofo griego ejerció sobre el pintor; quizás con este gesto Da Vinci quisiese poner en valor las ideas neoplatonianas frente a la fe, de ahí que estuviera representando a Judas Tadeo, es decir a sí mismo, de espalda a Jesús. ¿Le llamaban al artista “el hereje” por este tipo de actitudes?

¡Maestro! … ¡maestro! ¿está usted bien?

Era Ambrogio de Predis, su aprendiz, quien, asustado, pretendía despertarlo a toda costa.

Da Vinci hubo de hacer un esfuerzo para abrir los ojos, y al hacerlo encontró el rostro consternado de su discípulo frente al suyo.

No os apuréis Ambrogio, estoy perfectamente. Me he quedado dormido, nada más.

Deberíais vigilar vuestra dieta y dormir al menos cuatro horas diarias señor, si me permitís que os lo recomiende. Veo que vuestra salud empieza a deteriorarse, le indicó su alumno.

¡Tonterías Ambrosio!, estoy perfectamente.

Anda súbete al andamio, quiero que repases las dobleces del mantel. Le rogó.

De todos era conocido que el maestro presentaba a veces dificultad para centrar su atención, actualmente se sabe que padecía déficit de atención e hiperactividad, y que tenía conductas erráticas apenas comprendidas y generalmente achacadas a las excentricidades de un genio, actualmente se sabe que también padecía bipolaridad. Con este complicado diagnóstico es fácil de entender que emprendiera con ahínco múltiples empresas y que dejase sin terminar la mayor parte de ellas; pero también que manejara con maestría catorce ramas del saber aunque esto no le impidiera fracasar en Florencia y en Milán, probablemente influido por sus traumas familiares que determinaron su personalidad esquiva.

En el rato que permaneció dormido había soñado con su madre Caterina, conocida como “la schiava”, la esclava árabe de un notario ilustre, Piero Da Vinci, a la que liberó al enterarse de que estaba embarazada porque tenía otra familia en la que aquel hijo bastardo no tenía cabida. Para el pintor la figura materna estará subliminalmente presente siempre en sus obras y prueba de ello es que representó a su “Mona Lisa” sin cejas, las mujeres musulmanas no las lucían. Es fácil deducir contemplando sus excepcionales pinturas que lo persiguió toda su vida la soledad y el abandono; la melancolía del rostro de “La Gioconda” lo demuestra.

Finalizo aquí este viaje temporal por “La Última Cena” no sin reconocer haber disfrutado imaginando escenas del artista subido al andamio pintando tan sublime obra plagada de enigmas. También lo he hecho paseando por detalles de la vida de tan inmenso pintor o por la personalidad de un inteligente hombre zurdo y disléxico que escribía al revés.

Poco importa que fuera hereje o buen cristiano, filósofo o científico; lo verdaderamente fascinante es la historia de superación de un joven que vivió intentando sobreponerse primero a la falta de reconocimiento de su padre y posteriormente al abandono de su madre, luchando por sobrevivir entre el fracaso y la excelencia. Hombre de curiosidad sin límites al que la muerte no ha logrado arrebatar la inmortalidad que supo ganarse en vida.

sábado, 28 de junio de 2025

TÍTULOS NOBILIARIOS Y GRANDEZAS DE ESPAÑA


TIMBRES HERÁDICOS Y TRATAMIENTOS

El hecho de que el Rey Felipe VI haya otorgado recientemente algunos títulos nobiliarios motivan esta breve pincelada nobiliaria y también un poco heráldica.

Si acudimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua encontraremos varias acepciones para la naturaleza del sustantivo “título” dependiendo de su contexto, pero si a lo que queremos referirnos es al entorno nobiliario conviene tener en cuenta la de “renombre o distintivo con que se conoce a alguien por sus cualidades o sus acciones” o la de “persona que posee dignidad nobiliaria”; y si hablamos de tratamiento, también en este contexto, es bastante acertada la de “título de cortesía que se le da una persona” por lo que podemos afirmar que el título se refiere a la dignidad y el tratamiento hace referencia al título de cortesía que va parejo a esa dignidad.

En España nobiliariamente hablando hemos de distinguir entre dos grandes grupos, Títulos de la Casa Real y Títulos del Reino. En el primero recogeremos aquellos graciables que se otorgan al monarca y a los miembros de la Familia Real con carácter vitalicio, príncipe de Asturias, rey, infante etc., aunque el monarca tiene la facultad de poder conceder la dignidad de infante de España a personas ajenas a su familia. En el segundo grupo tenemos a aquellos concedidos por el rey en atención a una cualidad o mérito, estos son los conocidos como títulos nobiliarios que aunque actualmente no otorgan ningún privilegio, tienen carácter hereditario, salvo los concedidos con carácter personalísimo que son vitalicios y regresan a la Corona a la muerte del reconocido por el honor, están regulados por la legislación estatal, no pueden ser ni comprados ni vendidos y su uso indebido o usurpación están penalizado por la ley, siendo la Diputación permanente de la Grandeza de España la entidad a quién corresponde la representación y gobierno de la nobleza titulada de nuestro país, y al Ministerio de Justicia a quien corresponde gestionar los aspectos legales y administrativos de los títulos nobiliarios.

Como nota curiosa hacer constar que los títulos nobiliarios no son propiedad del titular que lo ostenta sino de la Corona Española y vuelven a ella cuando quedan vacantes, también que estos no empezaron a ser hereditarios hasta los Trastámaras. Así durante la alta Edad Media un conde era el tenente o poseedor de un territorio que gobernaba con ese título de forma temporal y como mucho de manera vitalicia. Actualmente un título nobiliario puede transmitirse inter vivos, a través de la cesión que no podrá perjudicar al pariente de mejor derecho, o mortis causa.

En algunos momentos de la Historia Nobiliaria española algunos monarcas establecieron leyes especiales que no perduran en la actualidad, tal es el caso de Felipe IV que dispuso en 1664 que no se podría obtener el título de conde ni el de marqués sin haber sido antes vizconde, o el de Carlos III que en 1775 dispuso que no se concedieran títulos a quienes no hubieran servido al rey o al público.

Como podemos observar las normas que regulan la nobleza española ha sufrido incesantes variaciones hasta nuestros días. El último privilegio, suprimido en 1984 mediante el Real Decreto 1023/1984, fue el derecho a pasaporte diplomático del que gozaban los grandes de España, Los títulos sin grandeza nunca tuvieron este privilegio.

Volviendo al grupo de los Títulos del Reino existen en él dos categorías: los títulos de nobleza aparejada, duque, marques, conde varón etc., y aquellos otros de nobleza no titulada entre los que se encuentran los de caballero, hidalgo, maestrante o señor.

Hemos de tener en cuenta además que algunos títulos de nobleza pueden ir asociados a la dignidad añadida de Grandeza de España, lo que les otorga un plus en la jerarquía nobiliaria, aunque esta grandeza también puede concederse por sí sola como grandeza personal sin ir asociada a ningún título.

A la hora de establecer la jerarquía de los títulos nobiliarios españoles primero van los ducados después los marquesados luego los condados, los vizcondados las baronías, los señoríos y por último las dignidades nobiliarias (por ej. Almirante, adelantado mayor, mariscal etc.) y todos ellos, como no, conllevan un tratamiento de dignidad. Para los títulos de duque y todos aquellos que tengan Grandeza de España es el de Excelentísimo, para los títulos de marqués, conde y vizconde sin Grandeza de España es el de Ilustrísimo y para el de barón o señor es Señoría.

Conviene aclarar para evitar confusiones que existe también un orden protocolario de escritura en el que primero va el tratamiento, después el nombre y apellidos y por último el título nobiliario, ej. S.E. Maria del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba, aceptándose también escribir primero el título nobiliario, después el tratamiento para finalizar con el nombre y apellido de beneficiado o reconocido como noble; siguiendo el ejemplo anterior sería La duquesa de Alba, S.E. Maria del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva.

Expuestos estos conceptos, parece relevante hacer un breve análisis de los elementos heráldicos que diferencian los escudos de armas de los títulos nobiliarios, pues este nos permitirá reconocer ante qué noble nos encontramos con un simple vistazo del emblema familiar. Aun así, hemos de tener en cuenta que la heráldica es una ciencia compleja y que cada escudo es único pues en él está reflejada la historia, los honores y la nobleza de un linaje familiar.

La diferencia fundamental en estas insignias es el tipo de corona que lidera el escudo siendo este el elemento distintivo principal, pero no hemos olvidarnos de el conjunto que constituye la panoplia y otros ornamentos heráldicos como lambrequines, tenantes y otros símbolos alegóricos que singularizan cada emblema y determinan el linaje.

La que preside el escudo de armas del duque es una corona abierta compuesta por un cerco de oro adornado de perlas y pedrería y decorada con ocho florones en forma de hoja de apio, de los cuales cinco son visibles, que se sostienen sobre puntas elaboradas con el mismo metal que la base. Si el ducado conlleva Grandeza de España estará cubierta por un bonete de terciopelo rojo, forro de gules, rematado en un botón de oro.


Corona ducal sin y con Grandeza de España

La corona en el escudo de marqués, aunque a simple vista pueda parecerse a la ducal está compuesta por un cerco de metal precioso y pedrería decorado con cuatro florones y cuatro ramos, compuestos por tres perlas cada uno. Florones y ramos están situados sobre puntas elaboradas con el mismo metal que la base; y de la misma manera que la ducal si el marquesado conlleva Grandeza de España estará cubierta por un bonete rojo que puede ir rematado con una perla.



Corona de marquesado

El que la corona esté cubierta por un bonete de terciopelo rojo en el caso de que exista Grandeza de España representa simbólicamente el hecho de cualquier noble con dicha gracia si usase su corona en presencia del rey no estaría obligado a descubrirse, quedando cubierto ante el monarca gracias al forro de gules, no así aquellos sin grandeza que deberán destaparse.


La corona que adorna el escudo de armas de un conde se representa con un aro de oro engastado con piedras preciosas con nueve puntas visibles rematadas con perlas, la del vizconde tiene el mismo aro pero las puntas visibles son cincos, tres más altas las de los extremos y el centro, y todas ellas rematadas con perlas. La corona de barón se representa con el mismo aro de oro engastado en piedras preciosas pero esta vez abrazado por ocho tirantes de perlas rematados también en perlas.


Coronas de conde, vizconde y barón

La coronas de señor e hidalgo son una derivación de la de barón pero en el caso de la del señorío los tirantes son cuatro y no tienen remates en perlas y la de hidalgo, al ser nobleza no titulada, sólo se representa con el aro de oro engastado con piedras preciosas.



Coronas de señor y de hidalgo
 
Los hidalgos generalmente eran portadores de armas en el blasón pues su nobleza estaba íntimamente ligada con el hecho de haber prestado servicios de defensa a la Corona, y por tanto solían ser hidalgos los caballeros de las órdenes militares españolas o aquellos pertenecientes a las reales maestranzas de caballería

Otro elemento heráldico considerado junto con la corona ornamento exterior que suele aparecer en los blasones de los nobiliados es el yelmo porque timbra el estatus del propietario. Su posición y diseño, si es abierto o cerrado, o su color pueden indicar la posición de a quien representa dentro de la nobleza o de la familia.

Así los yelmos de barón, vizconde y conde van terciados y mirando a la diestra, son de plata y llevan visera con cinco rejas. A partir de marqués, todos miran de frente. El de marqués es de plata, lleva visera, claveteado y siete rejas de oro, el de duque es de plata, lleva visera, claveteado, ribeteado y nueve rejas de oro. El yelmo de la monarquía que también mira de frente es de oro para diferenciarlo de el de duque o marqués.

Hablemos ahora de los yelmos de la nobleza no titulada:

El yelmo del hidalgo se sitúa de perfil, es de acero y está claveteado de oro. La visera está entreabierta y sin rejillas. Los nobles menores de treinta años, no envestidos aún caballeros, llevarían este yelmo. El de caballero sin embargo se sitúa también de perfil, también es de acero, pero el claveteado, el ribete y las rejillas, son de oro. Lleva visera y tres rejillas

Mención hemos de hacerle al yelmo del bastardo que está siniestrado, es decir que mira a la izquierda o siniestra del escudo. Es de acero, claveteado de oro, lleva la visera entreabierta pero no lleva rejillas.

Es este sólo un breve esbozo del apasionante reto que puede llegar a ser el de “descifrar” el escudo de armas de un linaje familiar; descodificar cada uno de sus ornamentos, tanto interiores como exteriores, sus figuras y muebles heráldicos y la colocación de ellos dentro de cada cuartel, o sus metales y colores porque todo en el blasón tiene un significado, nada está al azar.

Es emocionante entender que toda la información obtenida, si está bien interpretada, nos situará frente a la intrahistoria de una familia, frente a su nobleza, sus principios y valores.



¡Cómo se puede contar tanto con una sola imagen!