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viernes, 28 de febrero de 2025

FARINELLI, “IL CASTRATO”, EL SOPRANO MÁS GRANDE DE TODOS LOS TIEMPOS Y UN DESCONOCIDO CABALLERO DE CALATRAVA

PARTE I

“LA INSONDABLE ENERGÍA DEL ESCENARIO”


Desde siempre hemos asociado, dentro del género de la ópera, el término soprano con el sexo femenino pues se denomina así a la voz más aguda entre las que conforman el registro vocal humano; pero también puede pertenecer al registro vocal masculino antes de entrar en la pubertad, etapa en la que se produce un agrandamiento de las cuerdas vocales y la pérdida del tiple infantil.

La posibilidad de mantener el tono atiplado en los hombres fue contemplada hasta el siglo XVIII gracias a la castración y ejemplo fehaciente de ello era la figura del castrati o castrato, término utilizado para denominar al cantante sometido de niño a una emasculación para conservar este agudo registro. Murieron más de tres mil niños antes de que el papa Clemente XIV prohibiera esta mutilación a finales de ese siglo.

En este momento histórico “peculiar” hemos de situar al más grande castrati de todos los tiempos, Carlo María Michelangelo Nicola Broschi más conocido por Farinelli.

—“Yo, Farinelli también conocido como Farinello el castrato, he sido famoso, rico, ambicioso, venerado e idolatrado. He visto desvanecerse a gente a mis pies ante el don de mi voz, he quebrado las más férreas voluntades, he ganado la gloria del más selecto y exigente de los públicos y he sosegado el alma atormentada de algunos reyes." —

Este podría ser el inicio de la carta de presentación de Carlo Broschi nacido en Andria, un pueblecito al sur de Nápoles y cerca de Bari, en el seno de una familia noble y amante de la música, el 24 de enero de 1705. Era el tercero, junto con Riccardo y Dorotea, de los hijos de Salvatore Broschi y Caterina Barrese.

Desde muy pequeño, apenas contaba con cuatro años, fue paseado por los nobles salones de Nápoles y comenzó a cantar en catedrales e iglesias de la comarca. Su voz empezaba a ser admirada en un tiempo en el que proliferaban los castrati bajo la permisiva y condescendiente mirada de la Iglesia Católica.

Se ha escrito mucho sobre la castración de Broschi y no todo es cierto. Se habló de que su mutilación fue la consecuencia de una mala caída de un caballo porque su familia no necesitaba de una emasculación para resolver sus problemas económicos, puesto que no los tenía. Quizás esta amputación se debiera más al fanatismo artístico familiar y a un afán paterno de cumplir un sueño de inmortalidad, en la creencia de que si se contaba con la determinación y la valentía suficiente para llevarla a cabo se abrirían las puertas de la gloria para su hijo. Se habló también de que no fue su padre sino su hermano Riccardo quien lo sometió a dicha cercenación muerto ya el progenitor. La barbaridad no justificaba la gloria, y esta no siempre se alcanzaba.

En cualquier caso, no deberíamos asociar castración a homosexualidad porque no tienen por qué estar relacionadas y prueba de ello es que Farinelli estuvo enamorado en España de una bella noble de la que poco se sabe, pero cuyas iniciales eran S.I.L, y anteriormente de la que fue con el tiempo su gran amiga, casi hermana, la soprano Vittoria Tesi.

Si bien es cierto que la amputación de los testículos impide la procreación, no es menos cierto que el miembro viril puede mantener perfectamente su función llegando incluso la caprichosa providencia a permitir al castrato Giusto Ferdinando Tenducci tener dos hijos con su esposa debido a su poliorquidismo[1].

No vamos a ignorar no obstante, que semejante aberración provocaba el crecimiento exagerado de los huesos y en muchos casos la acumulación de tejido graso en el mutilado; por no hablar de los desarreglos hormonales crónicos que en él generaba, y que estos promovían desajustes emocionales y conductas erráticas las más de las veces.

Fueron considerados los castrati por algunos iletrados como un tercer género debido a la ambigüedad sexual de algunos de ellos. Esto generaba odas y coplillas despiadadas como esta:

“iOh, vos, que apostatáis de los barbones; / vos, hombres sisados; / llaves sin guardas, machos degradados, / que no sois más que dueñas con calzones! / Suspended, renegados de varones, / vuestros tonos blandujos, machucados: / callen los castrados; / vayan a la cazuela los capones”.

Pero volviendo a nuestro joven Carlo, después de la recuperación de tan traumática experiencia y contando ya con diez años, iba a ser enviado a un centro especializado en formar a castratos pero los Farina, una familia de influyentes magistrados napolitanos, quisieron evitarle las posibles humillaciones que podría acarrearle su nueva condición en un conservatorio y optaron por recomendarlo a Nicoló Porpora, maestro que supo hacer de él el soprano más grande de todos los tiempos, pero también supo entender sus momentos de inquietud y ansiedad, su soledad y sus momentos de flaqueza.

Quiso agradecer Farinelli a sus protectores, los Farina, su sensibilidad y buen hacer y tomo de ellos su nombre artístico esperando con este gesto elevarlos junto a él a la gloria. Después se entregó de lleno a su mentor que comprometido con su causa tuvo a bien además de alojarlo en su casa, alimentarlo y vestirlo.

Porpora tenía un talento natural para la música pero también era un mecenas riguroso y metódico, su joven pupilo lo admiró por ello profundamente durante toda su vida, y quiso que la disciplina y la constancia formaran parte de la vida del pequeño y desvalido niño napolitano.

Casi lo adoptó cuando murió su padre de unas malas fiebres a la edad de treinta y dos años, y evitó que la depresión que rondaba al pequeño Carlo lo atrapase y truncara una de las más prodigiosas carreras musicales de la época, haciéndole entender que su voz era un privilegiado don otorgado en depósito con la finalidad de hacerlo llegar a todo aquel que pudiera apreciarlo.

Surtió efecto el alegato de su mentor porque pronto empezó Farinelli a ser conocido en Italia, aunque su maestro aspiraba a que triunfara sobre todo en Austria. Celebró Porpora para el lucimiento de su pupilo algunos conciertos y serenatas en los más aristocráticos salones aprovechando que empezaba a correr como la pólvora el suceso del castrato napolitano que había doblegado con su portentosa, casi acrobática, voz a un trompeta romano ejecutando un crescendo de más de un minuto. Pronto llegarían Venecia y Bolonia, pero el reencuentro con Riccardo, su hermano, en Roma hizo superar a Carlo esa escondida y poco reconocida añoranza familiar disfrazada muchos ratos de tristeza y otros muchos de melancolía.

Ni que decir tiene que triunfó en Roma, Milán, Venecia y Bolonia y por supuesto en Viena, era el año de 1725. Fue en la majestuosa ciudad de la música donde enfermó nuestro soprano por un enfriamiento que le obligó a permanecer en cama aquejado de una terrible fiebre que lo llevaría al delirio. Se instauró en su frágil alma desde ese momento, y para el resto de su vida, una terrible angustia … el miedo a quedarse mudo en el escenario.

Su triunfo por toda Europa era incontestable, casi soberbio, pero Farinelli quiso mantener un vínculo emocional y terrenal con su Italia natal y el 1732, con una ya creciente fortuna, empezó a edificar lo que quería que fuese su morada y deseó hacerlo en Bolonia, esa ciudad donde se respiraba el sosiego y la armonía se tornaba algo tangible.

Con todo, recibió en 1734 una invitación a Londres del embajador de Inglaterra en Turín y con ella un encargo implícito que no quiso rechazar; el príncipe de Gales le proponía montar una compañía con Porpora para hacer la competencia nada menos que a su admiradísimo Haendel, personaje tan célebre y brillante como prepotente y déspota que había desairado en más de una ocasión al príncipe, y sin embargo Farinelli había anhelado toda su existencia cantar para él.

—“Canté para sus majestades arias de Haendel a pesar del desagrado que ello ocasionaba a su hijo el príncipe de Gales. A mí sin embargo me provocaba un placer íntimo que me esforzaba en disimular en público. En Londres se espera con expectación el estreno de «Son qual nave ch’agitata», el aria de mi hermano Riccardo. No voy a negarlo; los elogios a mi voz no consiguen atenuar el desasosiego que me produce retar al sublime sajón. Sé que acudirá a verme.”—

Este podría haber sido el diálogo íntimo de un excelso pero vulnerable Farinelli antes de cantar para el exigente público inglés y cómo no, también para el maestro Haendel que acudió a verlo.

Lo cierto y verdad es que el triunfo de los hermanos Broschi fue apoteósico llevando a la flemática concurrencia inglesa al delirio de estar más de cinco minutos aplaudiendo ininterrumpidamente. Podría sospecharse que al sajón esto no debió sentarle del todo bien.

El húmedo frío de la capital londinense y la desconfianza nunca superada de Farinelli hacia un público que entendía no apreciaba íntimamente nada que no estuviese escrito en su idioma, le hicieron desear marcharse hacia lugares más cálidos. Contribuyó poderosamente a afianzar este deseo la manifiesta frialdad de Haendel hacia él; y en estas pesquisas quiso la providencia llamar a su puerta en forma de ruego de una reina española, la reina consorte Isabel de Farnesio.

Llegó “il castrati” a España un caluroso mes de agosto de 1737 con la intención de permanecer sólo unos meses, se quedó casi veinticinco años.

“¡Cómo podía aventurarme a pensar que mi llegada iba a ser tan celebrada por una reina con tanta fama de altiva!, no esperaba tampoco encontrar un palacio tan encantadoramente versallesco. Sin duda la añoranza de la infancia de mi nuevo rey Felipe V en la corte francesa de su abuelo Luís XIV ha determinado el estilo arquitectónico de este Real Sitio. No se me escapa que nada más llegar al trono, “la parmesana” expulsó sin contemplaciones a la princesa de los Ursinos por entender que tenía demasiado ascendiente sobre su marido. He decidido mantenerme expectante ante su presencia.

Había oído hablar del atractivo de la Farnesio, también de su tremendo carácter no exento de genio. Me he encontrado frente a una alta y esbelta mujer de imponente presencia, aunque no podría considerarla guapa. Tiene una prominente nariz y su cara está marcada por la viruela. Aun así, destacaría de ella unos profundos ojos oscuros que dejan traslucir una honda y aprovechada inteligencia.

Noto que me está mirando fijamente e intuyo que no debo rehuir esa mirada; me escruta y entiendo que debo aceptar el análisis, albergo la esperanza de salir airoso. Ha debido ser así porque después de unos eternos minutos de silencio me ha preguntado que cuándo podría empezar a cantar para su marido. Ha querido hacer valer que está informada de la cualidad del don de mi voz — que podría curar a reyes — ha dicho, y ha añadido que de sobra es para ella conocido que el escenario se convierte para el artista en el único lugar donde poder superarse a sí mismo y sus propios límites, impulsado por una insondable energía imposible de hallar en cualquier otro sitio. ¡Ni yo mismo podría haber descrito mejor esa emoción!

Me ha trasladado su agradecimiento infinito por querer prescindir por un tiempo del escenario para contribuir al alivio del apesadumbrado y melancólico ánimo de su majestad, y me ha hecho ver que no es empresa fácil aunque no duda de que mi prodigiosa y balsámica voz, aliada al tiempo, conseguirá sanar el atormentado espíritu de rey.”

Mañana comienzan las sesiones de canto.




Próxima Entrega 21-3-2025

PARTE II

"EL BÁLSAMO CONTRA LA LOCURA"




[1] Presencia de más de dos testículos en la bolsa escrotal.