Uno de los rasgos más creativos y originales de las universidades medievales fue el método seguido en su docencia. La formación universitaria era fundamentalmente oral en sus fines (saber y disputar) y en sus medios. Así fueron apareciendo diversos tipos de ejercicios escolares que se perfeccionarán con el tiempo hasta constituir una metodología completa que fue universalmente adoptada.
La base de la docencia en todas las facultades la constituía “la lectio”, prescrita por las Partidas de Alfonso X el Sabio, cuyo tenor literal era:
“… Bien e lealmente, se dice, deben los maestros mostrar sus saberes a los escolares leyéndoles los libros y haciéndoselo entender lo mejor que ellos pudieren…”
Josué Villa Nieto recoge en su obra ““La enseñanza en la universidad medieval” que la “lectio” era impartida en las horas «lectivas» y consistía en la lectura de la materia, acompañada de algún comentario hecho por el maestro, lector, con el fin de permitir a los alumnos una comprensión mejor del texto y un conocimiento de la materia en su conjunto.
Podía ser de dos tipos: extraordinaria “cursorie o textualiter” y ordinaria “magistraliter”.
La primera corría a cargo de bachilleres o licenciados y se limitaba a una aplicación sencilla del sentido literal del texto, sin entrar en las cuestiones doctrinales y sistemáticas. Para esclarecer ese sentido literal, los profesores se ayudaban de las glosas y los comentarios.
La segunda suponía una mayor preparación y estaba reservada únicamente a los doctores, asignándoseles además las horas principales del curso. Implicaba toda una labor complementaria por parte del lector, quien alegaba pasajes paralelos aclaratorios, sentencias favorables y contrarias, deteniéndose además en algunos análisis de los textos estudiados, más allá de su sentido literal, y desembocando en una conclusión que resumía su propio punto de vista.
Barcala Muñoz recoge en su obra “Las universidades españolas durante la Edad Media” que los estudiantes, por su parte, no se limitaban únicamente a oír las explicaciones dadas en estos cursos, sino que con frecuencia tomaban notas que, una vez revisadas por el profesor, pasaban a ser copiadas y difundidas como libros de texto.
En otros casos era el mismo profesor quien redactaba su curso y lo daba a copiar al estacionario. Ese texto base, llamado “exemplar”, se componía de cuadernillos de cuatro folios “pecia” que los copistas reproducían según las necesidades y alquilaban o vendían a los alumnos.
También indica este autor que la “lectio” se limitaba a tratar de los puntos establecidos en el programa y no siempre los seguía con fidelidad, siendo frecuentes las irregularidades en el tiempo asignado a cada punto e incluso las ausencias más o menos prolongadas de los profesores que tuvieron que ser perseguidas y reglamentadas para la provisión de suplencias.
El procedimieno docente más original y característico de la época lo con constituyó la “disputatio”. Tenía la doble finalidad de cuestionar públicamente alguno de los puntos más controvertidos del programa y de servir, a la vez, para que los estudiantes bachilleres se ejercitasen en el uso de la dialéctica y diesen prueba de los conocimientos adquiridos en la materia del curso.
Las disputas ordinarias tenían lugar periódicamente y, por lo general, en días de fiesta no solemne, sin que ningún otro acto público pudiera coincidir con ellas en la misma facultad en que se celebraban. Eran presididas por los doctores, siguiendo un orden de antigüedad. El maestro de turno elegía un tema, normalmente algún punto objeto de una “quaestio”, y un bachiller previamente designado se encargaba de presentarlo y de responder a las objeciones. El bedel mantenía al día la lista de los alumnos aptos para sostener disputas.
Solía asistir a ellas un público numeroso, compuesto por profesores y alumnos; los doctores y maestros no podían concurrir de oficio en la disputa, pero podían intervenir, como el resto de los asistentes, con preguntas y argumentaciones.
Al día siguiente, el maestro que había presidido la disputa hacía una exposición sintética de la discusión tenida y presentaba su propio punto de vista. Una o dos veces al año, según las universidades, había disputas extraordinarias a las que asistía toda la facultad. Estas disputas discurrían de modo similar a las ordinarias, aunque tenían carácter más solemne.
Se indica también en la obra de Barcala Muñoz, que otros procedimientos docentes fueron “las repetitiones”, en algunos casos obligatorias, donde se estudiaban con más detalle diversos puntos de la materia asignada para garantizar la mejor asimilación por parte de los alumnos.
Por su parte, los colegios universitarios, cuando existieron, organizaron también sus propios ejercicios y actos escolares.
Finaliza el autor el epígrafe de su obra dedicado a las enseñanzas universitarias indicando textualmente:
… “Todo ello tenía lugar durante un curso de casi un año, que iba desde el 18 de octubre, festividad de San Lucas, hasta el 8 de septiembre, festividad de la Virgen o, en algunos casos, hasta el 15 de agosto. Solamente Las vacaciones y los días lectivos estaban fijados de antemano. Además de los domingos, había unos días de vacación por Navidades y Pascua y un mes o dos en verano, según los casos. Siguiendo la práctica de Bolonia, numerosas universidades tenían también vacación el jueves, si no coincidía ninguna fiesta entre semana y había además algunos días festivos distribuidos a lo largo del curso.
Los días lectivos estaban dedicados a las clases, comenzando con “la de prima” al amanecer, después de la misa universitaria, si la había, y concluyendo con “la de vísperas”, hacia las cinco de la tarde. Acabadas las clases, que solían durar de dos a tres horas cada una, el tiempo se dedicaba a otras actividades, especialmente a las “repeticiones”. Las actividades docentes se intercalaban con asuetos y otras fiestas estudiantiles.”…