miércoles, 6 de abril de 2022

LA PEDAGOGÍA EN LA UNIVERSIDAD MEDIEVAL ESPAÑOLA. MÉTODOS DOCENTES: ENSEÑANZAS, GRADOS Y CÁTEDRA. II GRADOS.

Los estudios universitarios eran coronados y sancionados por los grados académicos, que garantizaban los conocimientos del estudiante y le abrían las puertas a la docencia o a otras actividades profesionales.

Dada la larga duración de estos, sólo una minoría de estudiantes los alcanzaba, la mayoría no acababa sus estudios.

El grado más antiguo, e inicialmente el único, fue la “licentia docendi”, que capacitaba para enseñar en la universidad donde se obtenía, pero cuya validez fue ampliada muy pronto por la autoridad imperial o pontificia a todos los centros de la cristiandad, pasando a ser la “licentia ubique docendi”.

Junto a la licencia fueron apareciendo tempranamente otros grados internos a la universidad, que establecían una jerarquía entre sus miembros y que de menor a mayor fueron: los de Bachiller, Licenciado o Maestro y Doctor.

Durante el S. XIII se establecen en toda Europa los requisitos para la obtención de grados. Tales requisitos se irán perfilando con el tiempo, rodeándose además de un ritual bastante costoso, especialmente en el grado superior del doctorado.

El primer grado en alcanzarse era el de Bachiller por el que el estudiante, sin dejar de serlo, pasaba a ser también asistente de su maestro. En París se exigían seis años de estudios y dos de docencia antes de que el candidato pudiera optar al grado de bachiller. Para que se le concediera tenía además que mantener alguna disputa,, que consistía en la defensa de unas tesis y la formulación de conclusiones, bajo la dirección de un maestro y en presencia de los alumnos. Este acto se llamaba “determinatio” y al concluirse un tribunal deliberaba en secreto si consideraba apto al candidato. Esta aptitud quedaba determinada generalmente por mayoría simple de votos, pero en algunas universidades, a la vista de los conflictos e irregularidades que a veces se daban, se exigió la mayoría más amplia de los dos tercios del tribunal.

Capacitaba este grado para ejercer y enseñar, pero sólo en la propia universidad e incluso al principio se pagaba por dar clases en horas que no coincidieran con las de un doctor. En algunas universidades como la de Salamanca se exigía el grado de Doctor para enseñar aunque si se vio alguna vez a algún bachiller encargado de enseñar con salario.

El bachiller debía ejercer durante varios años la docencia en las materias de su especialidad antes de poder acceder a la “licentia docendi”.

Afirma E. De la Cruz Aguilar que el grado de licenciado era el siguiente en la escala. En Salamanca se otorgaba después de una dura prueba en la capilla de Santa Bárbara, en la Catedral Vieja, donde el graduando pasaba en vela la noche anterior, para responder después a las cuestiones sacadas a suerte y a las observaciones de los presentes.

Sentado en un austero sillón el graduando apoyaba los pies en los de la estatua yacente del obispo Lucero, fundador de la capilla, que los tiene desgastados hasta el empeine por el roce de miles de aspirantes.

En Alcalá el grado se otorgaba tras un examen realizado ante una junta designada por el Claustro en pleno. Como curiosidad comentar que esta junta confeccionaba el rótulo donde se establecía el orden en que se daban las licenciaturas. La escasez de centros docentes con capacidad para conferir grados de licenciatura forzó a reclutar maestros que, aunque nacidos en España, se habían formado en universidades extranjeras.

Sigue afirmando este autor que el Grado supremo en la carrera académica es el de “doctor”, etimológicamente del verbo “docere” que indica la función de enseñar.

En las partidas se habla todavía de “maestro” y no de “doctor” cuando se refiere a los requisitos para conceder la “licencia docendi”. Según refleja la ley novena, del título XXXI de la segunda Partida se accede a ella si se es

“… es hombre de buena fama y de buenas maneras, mediante un examen en el que darán ciertas lecciones y se responderá a unas preguntas sobre ellas ... "

y si

“ … hay buen entendimiento del texto y de la glosa y de aquella ciencia y hay buena manera y desenvuelta lengua para mostrarla, se concederá dicha licencia para enseñar tomándole juramento de que enseñará bien y lealmente y de que no medió soborno directo o indirecto de los examinadores."

Por otro lado Barcala Muñoz señala que durante el siglo XII el título de Doctor fue exclusivamente un grado académico conferido por la Escuela de Derecho de Bolonia.

Mucho más tarde lo adoptó también la facultad de medicina con carácter exclusivo a quienes enseñaban medicina y progresivamente se extendió a todos los médicos. También indica que en Oxford, y en general en Inglaterra se extendió la costumbre de denominar "Doctor" a quienes enseñaban en las facultades superiores y "Magister" a los que lo hicieron en las facultades inferiores de Arte y de Gramática.

También que el título de doctor exigía estudios muy prolongados, y era habitual que los que se presentaban a tal examen llevaran varias décadas de vida universitaria. El de Artes, más breve, se solía obtener en cuatro o seis años, el de Medicina en diez, el de Derecho en doce o trece, y el de Teología en unos quince.

sostiene el autor De la Cruz Aguilar que los doctorados en la universidad española tradicional se han rodeado de gran solemnidad, siendo célebres los “paseos” a caballo con música de trompetas abierto por un estudiante a caballo y acompañados de bedeles con mazas que iniciaban la ceremonia del “doctorado”.

En esta existían dos partes: una primera de tono burlesco conocida por “el vejamen o gallo” en la cual el “doctor gallista” buscaría burlarse del “graduando” aludiendo a su aspecto o a episodios de su vida privada a veces de manera versificada.

Una segunda que consistía en la exposición por parte del aspirante de unos temas elegidos al azar por medio de “piques” realizados con una navaja en algún libro de la facultad. Los doctores presentes podían hacer observaciones al graduando. El aprobado salía a hombros de sus compañeros y amigos, que provistos de escaleras, pintarían en las paredes con una mezcla hecha de almagre, sangre de vaca y aceite de oliva el “vitor”, que ha perpetuado los nombres de los doctores en las paredes de las ciudades universitarias españolas, convirtiéndose estas pintadas en algunos casos en verdaderas obras de arte.

Rodeaban también a la graduación serenatas, música y banquetes y se coronaba con una corrida de toros lo que convirtió la ceremonia del doctorado en poco asequible para cualquier bolsillo, esto permitió la introducción de propinas y regalos e incluso que varios graduados pudieran unirse para compartir gastos.

Como es de suponer, los grados y doctorados universitarios empezaron a ser muy codiciados y esto dio lugar a su obtención por vías distintas a las regulares.

En el S. XV los doctores comenzaron a ser llamados “bullani” porque obtenían el título por bula pontificia lo que dio lugar a una ley, dentro de las de Toledo de 1480 de los Reyes Católicos, que impusiera

“… Que ninguno se gradue por rescripto, salvo siendo examinado por Estudio General, y aunque tenga licencia para se llamar Doctor o Licenciado no usen dellas …”

Se produjo también otra corruptela, la de la incorporación de grados de una universidad en otra de mayor prestigio y/o exigencia por lo que se establecieron ciertas cautelas para impedir que se incorporaran en universidades como Salamanca, Alcalá o Valladolid grados procedentes de otras.