miércoles, 17 de julio de 2024

FELIPE II ¿” EL PRUDENTE” O “EL DEMONIO DEL MEDIODÍA”? LA LEYENDA NEGRA DE UN REY

 


CAPÍTULO I


Estaban cercanas las cinco de la mañana de aquel 13 de septiembre de 1598, en el Monasterio del Escorial se oían a lo lejos los cánticos de la misa del alba. El rey agonizaba en su gran cama de dosel atestada de reliquias de santos. Las plañideras habían dispuesto ya sus llantos sobre las tres y media de esa madrugada, pero a indicación de fray José de Sigüenza habían abandonaron el intento, el rey todavía vivía. En sus manos sostenía la cruz que acompañó a su padre en sus últimos momentos y que había hecho traer desde Yuste guardándola en un cajón con llave, cajón que no volvió a abrirse hasta ahora llegada la hora de su muerte.

Pareciera que el rey temiera abandonar este mundo por miedo a que estuvieran esperándolo las almas de todos los herejes que había mandado ajusticiar a lo largo de su reinado, para llevárselo con ellas al infierno,

“Muero como católico en la fe y obediencia de la Santa Iglesia Romana”

musitaba..

Su enfermedad no diagnosticada había sido implacablemente cruel con él. Además padecía gota como su padre el emperador Carlos V, y en los últimos tiempos se había agravado esta dolencia hasta el punto de que le impedía empuñar una pluma para ni tan siquiera firmar documentos, o estar un rato sentado. Había pedido que le hicieran una silla articulada parecida a la usada por su progenitor en sus últimos momentos en el Monasterio extremeño de Yuste, y acomodado en ella y cargado por porteadores salió de Madrid el 30 de junio de 1598, intuyendo que no iba a volver nunca más, camino del Escorial con la esperanza de que allí sus dolencias fueran más llevaderas.

Llegó el 5 de julio y se sintió momentáneamente reconfortado en el Real Monasterio al que consideraba su verdadero hogar. No en vano había dedicado mucho tiempo y esfuerzo para encontrar el sitio idóneo donde construir el templo que muchos habían valorado como “la octava maravilla del mundo”.

Pronto nacieron numerosas leyendas sobre la ubicación, las coordenadas precisas y hasta el número de ventanas de este imponente y majestuoso monasterio considerado por algunos como “templo del sol” y por otros “boca del infierno”.

Parece ser que su católica majestad había encargado buscar ubicación para su magno proyecto. Habían visitado sus fieles hombres de confianza, Valsaín, La Granja de San Ildefonso, Aranjuez y otras poblaciones en un radio de entre cincuenta y ochenta kilómetros alrededor de Madrid. Al llegar al Escorial y concretamente al punto donde posteriormente se edificaría el monasterio, se levantó un anormal y molesto viento que invitaba a alejarse del lugar por lo que alguien dijo:

“Pareciera que el demonio no quisiera que estuviésemos por aquí”

Llegaron estas palabras a oídos del rey que no dudó un momento en asegurar que ese sería el sitio donde habría de edificarse el Real Monasterio de San Lorenzo.

Tañían las campanas del monasterio cuando entró en la alcoba del moribundo rey su hijo el príncipe de Asturias, futuro rey Felipe III. Su desencajada cara era más producto del nauseabundo olor que habitaba en la estancia que del inminente final de su padre que todos tenían ya asumido. Llevaba el monarca cincuenta y tres días de inmisericordes dolores sin emitir quejido alguno, aceptando su tortura con resignación. Era mucho peor la humillación que debía sentir el monarca ante el pestilente olor que desprendía el pus de sus llagas acrecentado por la falta de control sobre sus esfínteres. Todos los allí presentes sabían de su pulcritud y meticulosidad, también sabían que durante toda su vida había sido intransigente con la suciedad y el desorden y que no soportaba una mancha en una camisa, unas manos sucias o un papel fuera de su sitio, por lo que esta terrible manera de acabar sus días probablemente estaba siendo para él un infierno.

Llevaba seis años padeciendo una enfermedad, parece ser que un cáncer de huesos, que le provocaba un terrible padecimiento que soportaba con estoico acatamiento y el espíritu de contención en el que había sido educado, sin embargo últimamente parecía haber perdido el juicio. En las cortinas de la alcoba había hecho colgar sus malolientes reliquias de santos, tantas tenía que con ellas se podrían haber montado al menos diez esqueletos. En las paredes pendían cuadros del Bosco, pintor maldito que contraponía en sus obras la virtud al pecado pero que el soberano admiraba. Estaba obsesionado con su pintura y con esa visión pesimista que tenía el pintor de la humanidad y que representaba en su obra mediante la evocación de los pecados y las debilidades humanas.

Como efecto secundario de su enfermedad sufría también de hidropesía lo que le provocaba una sed feroz y le hacía tener alucinaciones que le llevaban a creer que estaba luchando contra el demonio.

Poco quedaba de aquel poderoso soberano de fanático catolicismo, personificación del imperio español y tildado de ambicioso, cruel y sin límites morales ni escrúpulos por sus enemigos panfletistas británicos, que lo habían apodado “el demonio del mediodía”.

Había nacido el 21 de mayo de 1527 en Valladolid por lo que era el primer rey de la Casa Habsburgo nacido en España. De acuerdo con los cánones de educación de la época fue entregado a su madre, Isabel de Portugal, que se encargó de criarlo y educarlo hasta los ocho años sin que su padre tuviera el más mínimo contacto con él, hasta el punto de que si se lo hubiera cruzado por los pasillos probablemente no lo hubiera reconocido.

Este ambiente de libertad, por no decir mala crianza, y ausencia de educación e instrucción provocaron el estupor de su padre que contempló la tarde que pidió que lo visitara su hijo, como el futuro rey del “imperio donde jamás se ponía el sol” no sabía ni leer ni escribir a la edad de ocho años y tenía ademanes de consentido y caprichoso.

Buscó por ello los más estrictos preceptores para que doblegaran su actitud de niño malcriado con poco espíritu de sacrificio y menos disciplina. Fueron elegidos para su instrucción el conservador y autoritario fraile extremeño Martínez Silicio, conocido por ser el precursor de los Estatutos de Limpieza de Sangre que impedían a los conversos ocupar cargos públicos, que se encargaría de su formación moral y religiosa y el noble castellano Juan de Zúñiga Avellaneda y Velasco, comendador de la Membrilla en la Orden de Santiago y comendador mayor de Castilla, que le enseñó a manejar la espada, a montar a caballo, el arte de la esgrima, a bailar bailes de salón y a comportarse en una mesa. Le transmitió el amor por los libros y por la caza, pero también le impuso una durísima disciplina en la que estaban incluidos castigos corporales y le inculcó una profunda capacidad de contención de las emociones, de saber callar y de no hablar si no fuere necesario y tampoco de quejarse. Esta observancia hizo de él un rey tremendamente trabajador y responsable, algo poco común en los monarcas de la época, muy indeciso a la hora de tomar decisiones, por lo que fue apodado como “el rey prudente”, pero también un regente poco comunicativo que pedía que las audiencias protocolarias y cualquier otro tipo de cuestión de importancia menor se le hiciese llegar por escrito, por lo que adquirió fama de burócrata. En las recepciones sus secretarios acababan por sentirse incómodos si el rey permanecía callado largo tiempo porque se creaba un ambiente de hostilidad que él no parecía notar pero que hacía que a sus consejeros les temblasen las piernas teniendo en más de una ocasión que intentar tranquilizarlos con su ya conocido: - “sosegaos”-.

Pero volvamos a su adolescencia y a los acontecimientos que forjaron su introvertido y desconfiado carácter. Muere su madre cuando tiene doce años lo que lo sume en una profunda melancolía de la que ni siquiera su pasión por la caza logra sacarlo. La forma de cazar del futuro rey no era la del resto de los mortales, a él lo llevaban en un sitial hasta su puesto donde una docena de escopeteros iban cargándole a demanda las armas. Tenía más de un centenar de ojeadores colocados en círculo que iban aproximándole las piezas sin posibilidad de escapatoria por lo que en cada cacería mataba más de treinta venados sin apenas esfuerzo. Con razón el viejo dicho conocido por todos de “así se las ponían a Felipe II.

Cercano a los catorce años su padre le concede el ducado de Milán y a los dieciséis es nombrado regente de Castilla en ausencia del emperador. A los diecisiete años se había convertido en un joven rubio, alto y apuesto por lo que lo casan con su prima María Manuela de Portugal, infanta de suculenta dote pero tremendamente obesa, tanto que contaron las largas lenguas de palacio que Felipe sufría de urticaria y se le llenaba el cuerpo de granos cada vez que debía mantener relaciones sexuales con ella. Aun así, el futuro rey cumplió con su obligación y la dejó embarazada del que debió haber sido el heredero a la Corona, el príncipe Carlos de Austria.

Se encargó la endogamia de hacer su trabajo, no olvidemos que mientras que cualquiera de nosotros cuenta en su árbol genealógico con ocho bisabuelos y dieciséis tatarabuelos Carlos sólo tenía 4 bisabuelos y 6 tatarabuelos, por lo que antes de entrar en la adolescencia ya empezó a manifestar claros síntomas de algún tipo de trastorno mental no identificado, pero bastante cercano a la locura.

Se quedó el príncipe Carlos huérfano de madre siendo un niño de dos años, su padre aún no había cumplido los dieciocho y sin embargo tenía ademanes de hombre maduro. El emperador estaba obsesionado con mejorar la formación de su hijo, sabía que no hablaba bien idiomas y esto iba a ser un escollo a salvar en su futura vida al frente del imperio, aun así Felipe fue un hombre moderadamente culto y gran bibliófilo, la biblioteca del Monasterio del Escorial llegó a poseer más de cuarenta y cinco mil volúmenes siendo por ello una de las más importantes de Europa, amante de la arquitectura y apasionado de la jardinería y la naturaleza en general.

También fue muy aficionado a la astrología y a las ciencias ocultas hasta el punto de que fue acusado por sus enemigos de practicar la brujería, pero sobre todo fue un hombre profundamente religioso, religiosidad que fue creciendo con los años hasta convertirse en una obsesión en su vejez. Cuentan sus historiadores que ante un brote de luteranismo en España reaccionó condenando a los “herejes” a morir en la hoguera y prohibió que los españoles estudiaran en universidades extranjeras.

Otro rasgo que pareció vertebrar su carácter fue su aparente poco interés por las mujeres, sin embargo esto no fue del todo cierto pues tuvo amantes dentro y fuera del matrimonio y una de las más conocidas fue la enigmática princesa de Éboli, aunque no hay ningún documento acreditativo de tal relación.

Vuelve a casarlo su padre a los veintisiete años, esta vez con su tía María Tudor reina de Inglaterra, ella tenía cuarenta y dos. No olvidemos que María era hija de Catalina de Aragón y por tanto prima hermana de su padre el emperador Carlos V.

La reina María I de Inglaterra era una mujer terriblemente fea además de beata y fanática hasta el paroxismo en su lucha contra los herejes, por lo que se granjeó el apodo de “María la sanguinaria”. Sentía devoción por los dulces, afición que le ocasionó obesidad y la pérdida de todos los dientes lo que acentuaba su desaliño.

Hubo de trasladarse el ya rey consorte a vivir con su reina a Inglaterra donde fue recibido con gran hostilidad porque, al ser el hijo del emperador, los ingleses temieron ser sometidos por el imperio. En 1555 abandona Felipe Inglaterra para asistir en Los Países Bajos a la abdicación de su padre que ya le había cedido la dignidad de gran maestre de la Orden del Toisón de Oro. No volvió nunca más el rey consorte a Inglaterra con gran pesar de la reina María, parece ser que ella sí estaba profundamente enamorada de su marido y sobrino.

Tras la renuncia de su padre al imperio, el inicio de su reinado en 1555 fue de total bancarrota porque el emperador había dejado una deuda de veinticinco millones de ducados, además, en 1557 el rey de Francia se alía con el papa y con los turcos y declara la guerra a España. No le tembló el pulso al recién proclamado rey Felipe al mandarle al papa, por muy padre de la Iglesia que fuera, y a sus aliados su unidad militar de infantería más preparada y poderosa, los tercios italianos también conocidos por los Tercios de Flandes, y al frente de ellos al Duque de Alba. La derrota del ejército francés fue apoteósica en lo que se conoció como la “Batalla de San Quintín” consiguiendo con esta victoria la tan anhelada hegemonía de Europa.

En 1558 muere su padre y también su mujer, el duelo por la muerte de su esposa le dura menos que el de su padre porque un año después se casa con Isabel de Valois hija del rey Enrique II de Francia y de su esposa Catalina de Médicis.

Esta reina si le gustaba, era mucho más joven que él que tenía treinta y dos años. Ella sólo tenía catorce y era guapa y extrovertida, un carácter el de su joven esposa totalmente distinto al suyo pero que le atraía poderosamente.

Parecía que iban bien los asuntos de la Corte, pero la tranquilidad se resistía a estar cercana. El príncipe Carlos, hijo de su difunta primera esposa María de Portugal, que estaba en plena adolescencia empezaba a mostrar claros síntomas de desequilibrio. Su desarrollo físico era deficiente por culpa de la malaria que había padecido a los once años y tenía una pierna más corta que la otra por lo que no podía caminar erguido y presentaba una enorme cojera. Pero lo más preocupante era su comportamiento, tenía actitudes ciertamente violentas y crueles como la de arrojar a su zapatero por la ventana provocándole la muerte porque le apretaban los zapatos que le había encargado, o la de querer mantener relaciones sexuales con cocineras, doncellas o lavanderas que eran salvajemente azotadas si se negaban a ello. En una ocasión se permitió la osadía de perseguir con su espada por palacio al duque de Alba con la intención de matarlo porque le había recriminado su conducta.

Su padre, el rey, aguardaba con paciencia a que pasase la adolescencia de su hijo pensando que con ello se atenuaría su desequilibrio, pero no fue así. El príncipe de Asturias era cada vez más cruel y más violento y para colmo de males descubrió que estaba confabulando contra él para desposeerlo del trono de Holanda por lo que decidió encerrarlo en el torreón del Alcázar de Madrid totalmente incomunicado. La reacción del príncipe fue declararse en una huelga de hambre, con momentos de una gula incontrolada, que deterioró completamente su ya maltrecha salud llevándolo a la muerte y a su padre, que cuando iba a visitarlo lo hacía armado, a ser acusado de asesino por sus enemigos.

Había muerto el heredero a la Corona por lo que el rey debía procurar tener descendencia masculina con su joven esposa, y sin embargo Isabel de Valois parió solamente niñas, cinco para ser exactos, y cada embarazo y cada parto ponían en serio riesgo su salud hasta llevarla a las puertas de la muerte, falleciendo en el último parto que ya no pudo superar. Tres de las hijas murieron sin alcanzar la adolescencia y las dos restantes hubo Felipe de casarlas; a Catalina Micaela de Austria con Filiberto de Saboya y a Isabel Clara Eugenia de Austria, su hija más querida, con el futuro rey de Francia.

Volvía el rey nuevamente a la casilla de salida porque seguía sin tener un heredero varón para la Corona, pero este asunto bien merece otro capítulo.

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