domingo, 3 de agosto de 2025

ANA BOLENA, LA OBSESIÓN DE ENRIQUE VIII

 


“DEL TRONO AL PATÍBULO”

¡CUIDADO CON EL KARMA!


Quizás no fue consciente nuestro personaje de hasta qué punto “se estaba jugando el físico” o quizás confió demasiado en ella y en sus “artes” o malas artes, pero lo cierto y verdad es que sin verlo venir esta bella mujer acabó dando con sus huesos en el patíbulo y no quiero con esto que esta sea una historia Real muy real que empezó por el final.

Ana Bolena – Anne Boleyn – nació en 1501 0 1507, no se sabe a ciencia cierta, en Hever Castle en Kent en el seno de una familia inglesa aristocrática y acomodada; sus padres fueron Tomas Boleyn e Isabel Howard, ambos pertenecientes a familias de rancio y flemático abolengo. El padre de Ana era un reputado diplomático muy conocido por su facilidad para los idiomas y altamente respetado por el rey Enrique VIII al que había honrado con sus servicios en numerosas ocasiones, también a su padre Enrique VII que lo envió al extranjero en misiones diplomáticas con excelentes resultados.

Fue educada con esmero bajo el auspicio de Margarita de Austria en los Países Bajos y posteriormente en Francia siendo dama de la reina Claudia de Valois, lo que la enseñó a moverse en los selectos ambientes diplomáticos europeos como pez en el agua. Además de una carismática y refinada mujer de armoniosa belleza, profundos ojos negros y larga melena oscura, era una dama inteligente, culta y docta en música y danzas que además tocaba maravillosamente varios instrumentos, cantaba muy bien y era una excelente bailarina, lo que la convertía en una mujer altamente odiable por cualquiera otra insegura, envidiosa o las dos cosas.

Parece ser, aunque no está probado, que sufría polidactilia, tenía seis dedos, en la mano izquierda y un enorme lunar o marca de nacimiento en el cuello, que se esmeraba en ocultar con joyas. Ambos rasgos físicos fueron interpretados por sus detractores como símbolos del diablo.

Era pequeña de estatura, pero grácil y aparentemente frágil lo que otorgaba a su figura una apariencia etérea a la que sabía sacar partido con una neutra pero firme elegancia. Sus enemigos decían de ella, sin embargo, que era extravagante, rencorosa, malhumorada, ambiciosa y neurótica.

En marzo de 1522 Catalina de Aragón había dejado de participar en la vida de la corte durante algún tiempo. Estaba sumida en una terrible depresión; todos sus hijos varones nacían muertos o habían fallecido prematuramente y además había sufrido varios abortos; sólo la pequeña princesa María parecía querer sobreponerse al tiempo e iba creciendo sin demasiados problemas de salud. Soportaba la reina a duras penas la preocupación e impaciencia de su marido por tener un hijo varón heredero al trono, que asegurara la continuidad de la dinastía Tudor y evitara con ello una guerra civil.

Una noche de ese frío mes debutó la cautivadora Ana Bolena en un baile de disfraces en palacio, interpretando junto a su hermana María, que había sido amante del rey, una sugerente danza que fascinó a todos los presentes, sobre todo al monarca que no había reparado hasta ese momento en la sofisticada belleza de una de las damas de compañía de la reina Katherine, su mujer. Pasó desde esa noche a ser la mujer más deseada y envidiada de la corte. Todos buscaban su compañía, pero ella buscaba la del rey. Sin embargo, cuando él se acercó con la intención de hacerla su amante ella lo rechazó con mucha sutileza, lo que provocó en el monarca un interés por ella aún mayor; ¡estaba perdido! había caído en una red tejida con paciencia y mucha dosis de inteligencia.

Ana Bolena se convirtió en una obsesión para Enrique VIII que le escribía cartas manifestando su pasión por ella y sus ganas de tenerla en su real cama; Ana se mostraba cariñosa pero distante, no se iba a conformar con ser su amante. Esto volvía aún más loco al regente que llegó a concederle en 1532 el marquesado de Pembroke, título hereditario propio sin dependencia de varón, que era la primera vez que se otorgaba a una mujer soltera; hecho insólito en aquella época.

Con el título llegaron cuantiosos ingresos y un lugar destacado en la corte inglesa; el rey veía cada vez más cerca la posibilidad de hacerla su esposa y empezaba a hacer desplantes y desaires a su esposa Catalina sin ningún tipo de tacto ni recato. No contaba el monarca con que su deseo por Ana Bolena se iba a topar con la negativa del papa a bendecir ese nuevo matrimonio, y lo que empezó siendo un conflicto conyugal acabó convirtiéndose en una revolución que cambiaría la historia de Europa para siempre. No hemos de olvidar que la reina Catalina había estado casada con anterioridad con el hermano mayor de su marido, el príncipe Arturo, y que este matrimonio había sido aprobado por el papa. Aunque Catalina sostenía que el matrimonio con su primer marido no había llegado a consumarse por lo que podía anularse sin problema, el rey Enrique sostenía que hubo consumación y por tanto el que era nulo o anulable era el suyo y para fundamentar su tesis se apoyaba en un pasaje de la Biblia:

“Si un hombre toma a la mujer se su hermano, será una abominación; serán sin hijos”

(Levítico 20-21)

A pesar de que el monarca buscó todo tipo de argumentos legales, académicos y religiosos el papa Clemente VII no cedió no tanto por el tema religioso más por el miedo a las represalias del emperador Carlos V, que era sobrino carnal de la reina Catalina ya que su madre Juana de Castilla era su hermana, que ya había invadido Roma en 1527. No se atrevió el santo padre a plantarle cara abiertamente al rey, pero sí fue dándole largas. Enrique cansado de que Su Santidad no acabara de tomar una decisión que le fuera satisfactoria decidió romper con Roma y alejar a Inglaterra de su control y para ello se apoyó en Cranmer, un teólogo con ideas reformistas al que posteriormente nombraría arzobispo de Canterbury, que ese mismo año, 1534, declaró nulo su matrimonio con la reina Catalina. Previamente, El 23 de mayo de1533, se había reunido un tribunal en Dunstable para validar la unión entre el rey y Ana Bolena.

Abrazaba ahora el rey la Iglesia Anglicana; tanto fue así que se autoproclamó mediante el Acta de Supremacía jefe y cabeza de la misma estableciendo el anglicanismo como religión oficial de Inglaterra, dando con ello al pontífice una poco católica patada en sus santas posaderas.

Ya llevaba un tiempo la Bolena comportándose como una reina, se sentaba en el asiento destinado a Catalina en los banquetes, lucía suntuosas joyas y espléndidos vestidos púrpura, color destinado a la realeza, y hacía que la servidumbre se inclinara en reverencia a su paso. Pocos sabían que ya había contraído nupcias con el rey un año antes, y una vez declarado nulo el matrimonio de su adorado Enrique con Catalina de Aragón no había impedimento alguno para su coronación.

Superó la suya en fastos a la de sus predecesoras, ahora solo faltaba darle un hijo varón al rey y su posición y el poder de los Bolena se consolidaría sin fisuras a la vez que se aseguraba la continuidad de la dinastía Tudor. Pronto se anunció el embarazo.

Todo trascurría con la normalidad prevista también los escarceos del rey con otras mujeres ante el embarazo de la reina, pero mientras que las anteriores consortes los habían aceptado con regia resignación la Bolena afeó la conducta al monarca con calificativos que lo disgustaron profundamente; no contribuyó a apaciguar los ánimos el nacimiento no del ansiado varón sino de otra niña, la futura Isabel I.

El desánimo del monarca iba en aumento, y sin embargo era necesario asegurar el nuevo matrimonio frente a Roma por lo que otorgó la sucesión a su recién nacida hija Isabel en detrimento de su otra hija, María hija de Catalina, declarando además en ese acto que todo aquel que se negara a reconocer a su nueva hija como sucesora al trono, mientras no se produjera el nacimiento de un hijo varón, sería condenado a muerte por alta traición. Fue excomulgado por ello.

Pronto volvió la reina a estar encinta, pero apenas había trascendido la noticia cuando sufrió un aborto; quizás el exceso de presión le estaba pasando factura. Enrique frustrado se había entregado a “bailes y jolgorios”, lo que provocaba reacciones iracundas en Ana que cada día estaba más desquiciada y fuera de sí.

El golpe final al maltrecho matrimonio real se lo dio la noticia de que el rey se había encaprichado con una bella joven llamada Jane Seymour, había sido dama en la corte de Catalina y después en la de Ana, y la había hecho su amante. El karma empezaba a pasarle su implacable factura a la bella pero ya ajada Ana, y este no era mas que el principio de su calvario.

Era muy consciente la Bolena de que sólo podía salvarla de las garras del repudio un nuevo embarazo, y puso todo su afán en atraer de nuevo al rey a su lecho.

Cuando el 7 de enero de 1536 murió la reina Catalina con la misma dignidad con la que había vivido, ese mismo día sufrió un nuevo aborto Ana que se hallaba embarazada de varios meses, esta vez si era varón. ¡Paradójico!; volvía el karma a hacer de las suyas.

El rey Enrique al enterarse de la devastadora noticia entró en la más absoluta de las desolaciones, circunstancia que aprovechó Cromwell para presentarle unas más que dudosas pruebas, obtenidas mediante engaño y tendiendo una trampa a la reina, de adulterio con varios miembros de su Consejo Privado, conspiración para matar a su majestad y poder reinar como regente del hijo que llevaba en su seno y hasta de incesto después de haber seducido a su propio hermano.

No hubo clemencia para la Bolena que fue decapitada con un golpe de espada el 19 de mayo de 1536 en la Torre de Londres ante las impertérritas miradas de su idolatrado y cruel Enrique VIII y su amante Jane Seymour.

Se casaron diez días después.

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