PARTE I
No es difícil imaginar lo acontecido en aquellos reinos españoles en la época medieval en los que el poder lo era todo hasta el punto de que matar a sangre fría a tu hermano o conspirar contra tu padre podría estar justificado, si ello implicaba heredar la Corona o ascender a los más altos escalafones de la Nobleza.
Buen ejemplo de ello fue Castilla donde personajes como Enrique de Trastámara, Pedro I o Álvaro de Luna pusieron al reino castellano en el pico más alto de conspiraciones, deslealtades e intereses enfrentados entre miembros del mismo linaje, y por lo tanto de la misma sangre.
Pero no hemos de olvidar que esta historia tuvo un comienzo que bien pudiera ser, o no, el conflicto por la sucesión al trono y el rechazo a las decisiones paternales de Alfonso X y su hijo Sancho.
En 1274 el rey Alfonso había señalado a su primogénito el infante Fernando de la Cerda como sucesor al trono, pero este muere prematuramente en 1275 en la actual Ciudad Real a la edad de veinte años, generando con ello un tremendo conflicto sucesorio.
Su padre, el rey Sabio, había puesto en marcha un plan unificador y codificador de leyes a través de un cuerpo normativo que culminaría en sus célebres Siete Partidas, y estas modificaban la línea sucesoria establecida hasta ese momento.
Consuetudinariamente en Castilla si moría el primogénito era su hermano mayor de edad el aspirante al trono, pero con la entrada en vigor de Las Partidas estos derechos sucesorios pasaban a corresponder a los hijos del fallecido, es decir a los hijos del infante de la Cerda, dejando sin posibilidades de reinar a su hermano Sancho al que en un primer momento su padre había señalado como su sucesor en caso de fallecimiento del primogénito.
Ni que decir tiene que el "desentronado" Sancho entabló una furibunda lucha contra su progenitor para defender lo que entendía como su legítimo derecho; pero el rey de Francia, Felipe III, tío de los hijos del infante de la Cerda, presionó al rey castellano para que cumpliera con lo establecido en Las Partidas, y ante la rebelión de su hijo Sancho optó por desheredarlo.
A gran parte de la nobleza castellana esta drástica decisión le pareció injusta y apoyaron a Sancho, quedándose el rey Alfonso apoyado únicamente por Murcia, Badajoz y Sevilla y aunque durante el resto de su reinado recuperó parte de los apoyos perdidos, a su muerte en 1284, y sin respetar su voluntad, Sancho fue coronado como Sancho IV de Castilla en Toledo.
El reinado de Alfonso XI, nieto de Sancho IV, también fue paradigma de lo que aquí se narra.
Nacido el monarca en la ciudad de Salamanca en 1311, ya hubo de sufrir apenas con un año de vida la extraña muerte de su padre, Fernando IV “el Emplazado”, debiendo tomar por ello las riendas de la regencia su abuela María de Molina hasta su ascenso al trono al alcanzar la mayoría de edad, que entonces era a los catorce años, en 1325.
Durante su infancia se había buscado entre las niñas de la nobleza castellana e incluso de la realeza portuguesa una candidata idónea. Resultó ser Constanza Manuel de Villena y Barcelona hija del poderoso infante don Juan Manuel, autor de “El Conde Lucanor”, que contaba tan solo con nueve años cuando las Cortes de Valladolid ratificaron el matrimonio, el novio apenas había cumplido los catorce.
A pesar de su juventud el rey Alfonso XI daba claras muestras de autoritarismo, vehemencia y promiscuidad y no le tembló el pulso a la hora de poner fin a las tretas de algunos nobles levantiscos que pretendieron hacer saltar la Corona de Castilla por los aires. Entendía que para mantenerse en el trono debía establecer lazos más robustos con Portugal y para ello no dudó un momento en proponerle matrimonio a la hija del rey luso Alfonso IV y de la reina Beatriz de Castilla, después de repudiar a la joven e inocente Constanza alegando que no se había llegado a consumar el matrimonio, consiguiendo con ello que este enlace fuese anulado por la Iglesia.
Poco le importó despertar con ello las iras del infante don Juan Manuel, que no parecieron arredrar al joven monarca, porque se negó a entregar a la repudiada esposa a su progenitor.
En 1328 contrae nuevas nupcias con María de Portugal y de este enlace nacerán dos hijos y de entre ellos el futuro rey Pedro I, conocido por sus detractores como “el Cruel”, y a pesar de ello pronto se cansará de su segunda esposa y empezará a marginarla en favor de la joven y guapa Leonor de Guzmán, cuya belleza y personalidad harán enloquecer al monarca castellano. No preocupó mucho al soberano incrementar su lista de suegros agraviados con ganas de venganza.
La fascinante Leonor era además bastante fértil y dio a luz una decena de vástagos, no todos sobrevivieron pero los que lo hicieron entablarían posteriormente encarnizadas luchas por el trono castellano con el descendiente legítimo Pedro; tal es el caso de su hermanastro Enrique II que fue el fundador de la Casa Trastámara.
También demostró la taimada Leonor ser inteligente porque no quiso enfrentarse a la repudiada María, incluso fingió no conocer ese repudio, pero fue situando a sus hijos en lugares preferentes a la hora de aspirar al trono, demostrando gran perspicacia y habilidad política, convirtiéndose con ello en una de las mujeres más poderosas e influyentes de Europa.
Sin embargo, y a pesar de la marginación sufrida, María de Portugal también encontró la manera de mover los hilos de forma determinante en favor de su hijo y futuro rey Pedro I.
Era de esperar que, a pesar de la discreta postura de Leonor, cuando murió Alfonso XI en el asedio y sitio de Gibraltar, en 1350, víctima de la peste, la reina María “levantase sus armas” contra Leonor en defensa de los derechos dinásticos de su hijo Pedro, declarándola su enemiga acérrima, y junto a su favorito Juan Alfonso de Alburquerque ejerció una verdadera regencia en los primeros años de reinado de su hijo, intentando durante todo este tiempo apartar de todo atisbo de poder a los hijos de su rival.
Leonor intentaba mover sus fichas con destreza en esta intrincada partida de ajedrez con María de Portugal, y maniobró astutamente para casar a su hijo Enrique con Juana Manuel de Villena, otra de las hijas del poderoso infante don Juan Manuel. Sin embargo, no estuvo sagaz a la hora de calibrar hasta qué punto iba a irritar a la reina madre este movimiento, y acabó encarcelada en el Castillo de Carmona y posteriormente en el de Talavera de la Reina donde sería ejecutada en 1351, a la edad de treinta y un años. Aunque nunca pudo probarse, es más que probable que la orden de ejecución saliera de los labios de la reina María.
Después de tan terrible acontecimiento, y como era de prever, se desata la guerra entre los partidarios del rey Pedro I y los de su hermanastro Enrique, por lo que para afianzar en el reinado al nuevo rey la reina madre y su valido, apoyados por el papa Clemente VI, entienden necesarios reforzar los lazos con Francia y acuerdan un matrimonio de conveniencia entre Pedro I y Blanca de Borbón, hija del segundo duque de Borbón, cuya dote matrimonial quedaría fijada en trescientos mil florines.
El 3 de junio de 1353 se celebra el matrimonio en Valladolid después de no pocas dilaciones de sus Cortes, que no acababan de estar de acuerdo con el enlace, aunque la razón económica fue determinante para la obtención de la sanción final. Poco duraría esta unión de conveniencia debido fundamentalmente a la falta de interés de los contrayentes, pero también fue relevante el que Francia no cumpliera con el pago de la dote de la novia.
El monarca empezó a mostrar interés por una joven, María de Padilla, hija de un noble castellano cuya influencia determinó que el soberano apoyara a la baja nobleza castellana en detrimento de los de más alta alcurnia a cuya cabeza se encontraba el valido Alburquerque, que empezaba a caer en desgracia y había perdido gran parte de su antiguo poder. Esta determinación del rey de situarse al lado de la baja nobleza provocó una revuelta de aquellos otros altos nobles descontentos con sus innovadoras reformas, que acaba por elevarlos de nuevo al poder, pero que proporciona al monarca un nuevo sobrenombre, el de “el Justiciero”, entre sus defensores a pesar de no haber obtenido los ansiados objetivos.
Y sin embargo y pese a la pasión que María Padilla había despertado en el impetuoso monarca, Pedro I se casa dos años después de haber conocido a esta con Juana de Castro.
Pero esta historia bien vale una segunda parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario