miércoles, 27 de agosto de 2025

TRAICIONES Y VENGANZAS EN LA CASTILLA DE LA EDAD MEDIA ¿UN JUEGO DE TRONOS MEDIEVAL?

 

PARTE II

Narra la parte primera de este relato las andanzas amorosas del rey Pedro I que después de enamorarse perdidamente de María Padilla, la dejó para casarse con Juana de Castro en 1374 y de cuyo matrimonio nació un hijo varón y aun así, la abandonó pocos meses después del enlace para volver a su antigua vida amorosa plagada de amantes y de hijos ilegítimos.

No cabe duda de que con estas y otras andanzas, además del innumerable número de muertos que dejó a su paso en cada alzamiento, iba engrosando la ya enconada lista de enemigos que esperaban el momento de vengarse del que tenían por un desalmado y despiadado soberano; pero de todos ellos el odio mayor lo despertó en su hermanastro Enrique de Trastámara, que no le perdonó que instigara o al menos permitiera bajo su reinado la ejecución de su madre, Leonor de Guzmán.

Pedro por su parte también tenía cuentas pendientes con su medio hermano cuya madre y el favoritismo que el rey Alfonso XI sentía por ella hicieron que repudiara a la suya, María de Portugal, dejándole a él durante toda su infancia y adolescencia fuera de la corte en el Alcázar de Sevilla, criado y educado por Vasco Rodríguez de Cornago, maestre de la Orden de Santiago.

Sus hermanastros sin embargo crecieron gozando de la presencia de su padre el rey, que vivió con Leonor veintitrés años, y que los agasajó con posesiones y títulos nobiliarios. Así a Enrique le fue otorgado el condado de Trastámara y Fadrique, su hermano gemelo, llegó a ser gran maestre de la orden santiaguina.

Esta inquina entre hermanos provocó que en los primeros años de reinado de Pedro I sus hermanastros Enrique, Fadrique, Sancho y Tello se levantasen en armas contra él, y a pesar de que en 1352 Enrique le hizo creer que estaba arrepentido y rogó su perdón, que obtuvo, poco tardó en provocar nuevos alzamientos, esta vez apoyados por la nobleza que había perdido el favor real con Alburquerque a la cabeza. Las órdenes militares se dividieron en este enfrentamiento entre el rey y sus adversarios contando el soberano con el apoyo de maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, la neutralidad del maestre de la Orden de Alcántara, Ferrán Pérez Ponce, que no quiso involucrarse en el conflicto y la absoluta hostilidad del maestre de la Orden de Santiago, que no era otro que su hermanastro Fadrique Alonso.

Hubo de sofocar la rebelión el monarca con mercaderes y la baja nobleza que todavía estaba de su lado, acabando de manera brutal y despiadada con los levantiscos nobles conspiradores, y de entre ellos con el valido y privilegiado de su madre Juan Alfonso de Alburquerque.

Con estos hechos consolidaba el controvertido soberano sus sobrenombres de “el Cruel” o “el Justiciero” dependiendo del juicio del juglar que narrase la crónica del alzamiento en la plaza del pueblo. Pero como quiera que fuere contada esta historia, siempre acababa con Enrique huyendo a refugiarse a Francia, y sin embargo este no fue su final porque cuando Pedro I se enfrentó a Pedro IV declarando la guerra a  Aragón, conocida por el nombre de “La Guerra de los dos Pedros” que duró de 1336 a 13339, utilizando como pretexto un incidente naval entre la flota aragonesa y naves genovesas, Enrique de Trastámara luchó junto a Pedro IV obteniendo victorias significativas como la de “La batalla de Araviana”,  debilitando con ello enormemente la posición de su hermanastro y fortaleciendo la suya en su pugna por el trono castellano.

El conflicto terminó con la muerte de Pedro I en 1339, asesinado por su hermano Enrique, que ascendió al trono Como Enrique II de Castilla conocido con el sobrenombre de “el Fratricida”.

Pero hasta el asesinato del rey a manos de su hermanastro estuvo motivado por el tremendo odio que se profesaron en muchos años de enemistad.  Y es que aceptada la derrota por el soberano, trató de huir del Castillo de Montiel contando para ello con la inesperada ayuda del francés Bertrand du Guesclin, que simuló favorecer su salida aprovechando un descuido de los franceses, pero este no era más que otro acto de felonía propiciado por Enrique que lo esperaba a las afueras del castillo, y que sin compasión ni posibilidad de defensa alguna ajustició al hijo de su mismo padre, cercenando con ello cualquier posibilidad de acuerdo de paz posterior entre dos ramas del mismo linaje.

Y es que en estas luchas intestinas entre hermanos siempre fueron los mismos los vencedores; aquellos ricoshombres que no tuvieron ningún tipo de pudor en situarse de un lado o de otro, siempre en pro de su riqueza y sus privilegios.

Es de suponer que estas conspiraciones y deslealtades tan viejas como el mundo siguieron rigiendo por encima de reyes, estirpes o linajes y ejemplo de ello fue el reinado de Juan II, biznieto de Enrique de Trastámara y padre entre otros de Enrique IV e Isabel “la Católica”, cuyo valido, Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre de la Orden de Santiago, sufrió en sus propias carnes el arbitrario descrédito y la pérdida de confianza de un rey voluble e indolente, mal e intencionadamente aconsejado por envidiosos cortesanos ávidos de poder para  los que el privilegiado  había caído en desgracia.

fue el propio Juan II quien ordenó la detención y ejecución de su valido en 1453, acusándole de usurpación del poder y apropiación de rentas reales, después de casi cuatro décadas a su servicio. No le perdonaron sus enemigos al valido el poder casi absoluto que acumuló durante el reinado del monarca ni la dependencia que este tenía de Luna, y movieron los hilos hasta conseguir que el rey ordenara su detención y fuera juzgado en un proceso que más que un juicio fue una farsa. Le cortaron la cabeza en Valladolid el 2 de junio de1453 siendo su cadáver decapitado enterrado en la Iglesia de San Andrés de Burgos, donde se daba sepultura a los criminales.

Su patrimonio fue objeto de rapiña y su memoria defenestrada por terribles coplillas como esta:

 

Pues aquel gran condestable

maestre que tuvimos tan privado,

No cumple que de él se hable

sino sólo que le vimos degollado.

Sus infinitos tesoros,

sus villas y lugares,

su mandar.

¿Qué le fueron sino lloros?

¿Qué fueron sino pesares al dejar?

 

Sólo el tiempo se encargó de devolver la honra a su memoria cuando sus restos fueron trasladados a Toledo y enterrados en la Capilla del Condestable.

Juan II de Castilla consumido por los remordimientos sobrevivió apenas un año a su amigo y consejero, elevando con su muerte al trono a su hijo el inconstante y errático Enrique IV.

Pero esa historia ya la he contado.


Narra la parte primera de este relato las andanzas amorosas del rey Pedro I que después de enamorarse perdidamente de María Padilla, la dejó para casarse con Juana de Castro en 1374 y de cuyo matrimonio nació un hijo varón y aun así, la abandonó pocos meses después del enlace para volver a su antigua vida amorosa plagada de amantes y de hijos ilegítimos.

No cabe duda de que con estas y otras andanzas, además del innumerable número de muertos que dejó a su paso en cada alzamiento, iba engrosando la ya enconada lista de enemigos que esperaban el momento de vengarse del que tenían por un desalmado y despiadado soberano; pero de todos ellos el odio mayor lo despertó en su hermanastro Enrique de Trastámara, que no le perdonó que instigara o al menos permitiera bajo su reinado la ejecución de su madre, Leonor de Guzmán.

Pedro por su parte también tenía cuentas pendientes con su medio hermano cuya madre y el favoritismo que el rey Alfonso XI sentía por ella hicieron que repudiara a la suya, María de Portugal, dejándole a él durante toda su infancia y adolescencia fuera de la corte en el Alcázar de Sevilla, criado y educado por Vasco Rodríguez de Cornago, maestre de la Orden de Santiago.

Sus hermanastros sin embargo crecieron gozando de la presencia de su padre el rey, que vivió con Leonor veintitrés años, y que los agasajó con posesiones y títulos nobiliarios. Así a Enrique le fue otorgado el condado de Trastámara y Fadrique, su hermano gemelo, llegó a ser gran maestre de la orden santiaguina.

Esta inquina entre hermanos provocó que en los primeros años de reinado de Pedro I sus hermanastros Enrique, Fadrique, Sancho y Tello se levantasen en armas contra él, y a pesar de que en 1352 Enrique le hizo creer que estaba arrepentido y rogó su perdón, que obtuvo, poco tardó en provocar nuevos alzamientos, esta vez apoyados por la nobleza que había perdido el favor real con Alburquerque a la cabeza. Las órdenes militares se dividieron en este enfrentamiento entre el rey y sus adversarios contando el soberano con el apoyo de maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, la neutralidad del maestre de la Orden de Alcántara, Ferrán Pérez Ponce, que no quiso involucrarse en el conflicto y la absoluta hostilidad del maestre de la Orden de Santiago, que no era otro que su hermanastro Fadrique Alonso.

Hubo de sofocar la rebelión el monarca con mercaderes y la baja nobleza que todavía estaba de su lado, acabando de manera brutal y despiadada con los levantiscos nobles conspiradores, y de entre ellos con el valido y privilegiado de su madre Juan Alfonso de Alburquerque.

Con estos hechos consolidaba el controvertido soberano sus sobrenombres de “el Cruel” o “el Justiciero” dependiendo del juicio del juglar que narrase la crónica del alzamiento en la plaza del pueblo. Pero como quiera que fuere contada esta historia, siempre acababa con Enrique huyendo a refugiarse a Francia, y sin embargo este no fue su final porque cuando Pedro I se enfrentó a Pedro IV declarando la guerra a  Aragón, conocida por el nombre de “La Guerra de los dos Pedros” que duró de 1336 a 13339, utilizando como pretexto un incidente naval entre la flota aragonesa y naves genovesas, Enrique de Trastámara luchó junto a Pedro IV obteniendo victorias significativas como la de “La batalla de Araviana”,  debilitando con ello enormemente la posición de su hermanastro y fortaleciendo la suya en su pugna por el trono castellano.

El conflicto terminó con la muerte de Pedro I en 1339, asesinado por su hermano Enrique, que ascendió al trono Como Enrique II de Castilla conocido con el sobrenombre de “el Fratricida”.

Pero hasta el asesinato del rey a manos de su hermanastro estuvo motivado por el tremendo odio que se profesaron en muchos años de enemistad.  Y es que aceptada la derrota por el soberano, trató de huir del Castillo de Montiel contando para ello con la inesperada ayuda del francés Bertrand du Guesclin, que simuló favorecer su salida aprovechando un descuido de los franceses, pero este no era más que otro acto de felonía propiciado por Enrique que lo esperaba a las afueras del castillo, y que sin compasión ni posibilidad de defensa alguna ajustició al hijo de su mismo padre, cercenando con ello cualquier posibilidad de acuerdo de paz posterior entre dos ramas del mismo linaje.

Y es que en estas luchas intestinas entre hermanos siempre fueron los mismos los vencedores; aquellos ricoshombres que no tuvieron ningún tipo de pudor en situarse de un lado o de otro, siempre en pro de su riqueza y sus privilegios.

Es de suponer que estas conspiraciones y deslealtades tan viejas como el mundo siguieron rigiendo por encima de reyes, estirpes o linajes y ejemplo de ello fue el reinado de Juan II, biznieto de Enrique de Trastámara y padre entre otros de Enrique IV e Isabel “la Católica”, cuyo valido, Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre de la Orden de Santiago, sufrió en sus propias carnes el arbitrario descrédito y la pérdida de confianza de un rey voluble e indolente, mal e intencionadamente aconsejado por envidiosos cortesanos ávidos de poder para  los que el privilegiado  había caído en desgracia.

fue el propio Juan II quien ordenó la detención y ejecución de su valido en 1453, acusándole de usurpación del poder y apropiación de rentas reales, después de casi cuatro décadas a su servicio. No le perdonaron sus enemigos al valido el poder casi absoluto que acumuló durante el reinado del monarca ni la dependencia que este tenía de Luna, y movieron los hilos hasta conseguir que el rey ordenara su detención y fuera juzgado en un proceso que más que un juicio fue una farsa. Le cortaron la cabeza en Valladolid el 2 de junio de1453 siendo su cadáver decapitado enterrado en la Iglesia de San Andrés de Burgos, donde se daba sepultura a los criminales.

Su patrimonio fue objeto de rapiña y su memoria defenestrada por terribles coplillas como esta:

 

Pues aquel gran condestable

maestre que tuvimos tan privado,

No cumple que de él se hable

sino sólo que le vimos degollado.

 Sus infinitos tesoros,

sus villas y lugares,

su mandar.

¿Qué le fueron sino lloros?

¿Qué fueron sino pesares al dejar?


Sólo el tiempo se encargó de devolver la honra a su memoria cuando sus restos fueron trasladados a Toledo y enterrados en la Capilla del Condestable.

Juan II de Castilla consumido por los remordimientos sobrevivió apenas un año a su amigo y consejero, elevando con su muerte al trono a su hijo el inconstante y errático Enrique IV.

Pero esa historia ya la he contado.





 

 


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