Para el legislador de la época era inconcebible el acceso de la mujer a la educación y mucho menos a la universitaria, y por tanto no existía una prohibición explícita.
En 1872 se matricula por primera vez una mujer en una facultad española, en concreto, en la de medicina de la Universidad de Barcelona. Se trata de María Elena Maseras, una joven catalana que hubo de solicitar un permiso especial para realizar los estudios de segunda enseñanza y posteriormente los universitarios.
A partir de 1873, distintas universidades españolas empiezan a conocer de la presencia de alumnas entre sus estudiantes. No obstante, los trámites que tuvieron que seguir estas distaban mucho de los que eran exigidos a sus compañeros.
Hemos de señalar que se partía del más absoluto silencio normativo en cuanto a la posibilidad de acceso de la mujer a niveles académicos superiores. Se exigió la correspondiente autorización ministerial para cada caso concreto. Además, las alumnas no podían asistir a clase, pues, según la costumbre, de ningún modo debería admitirse su presencia en el aula con los hombres.
En un primer momento los estudios concluidos no habilitaban a la mujer para el ejercicio profesional. La incorporación de esta a determinadas profesiones ponía en peligro la tradicional estructura familiar.
De las treinta y seis universitarias que finalizaron la licenciatura antes de 1910, diez y seis se matricularon en las asignaturas de Doctorado, aunque solo ocho lograron defender su tesis y obtener el título de Doctora.
Evidentemente, desde estos primeros años hasta nuestros días se han producido profundos cambios en la sociedad y por ende también en la Universidad. Sin embargo, no en todos los ámbitos universitarios se ha alcanzado la plena equiparación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario