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lunes, 19 de diciembre de 2022
EL ORGIEN DE LA ORDEN MILITAR DE ALCÁNTARA; DEL PERAL A LA CRUZ FLORDELISADA
Concebida esta Orden como institución religioso militar junto con la de Calatrava y Santiago, Montesa fue considerada siempre como “hermana menor”, surgen en el contexto de la Reconquista.
En 1166 el rey Fernando II de León conquista la localidad extremeña de Alcántara, volviendo está a manos musulmanas en 1172 cuando es atacada por el emir almohade Abub-Jacob-Yusuf.
Para su reconquista el monarca impulsa la militarización de una comunidad de freires nacida en 1156 en la ribera del río Coa, en Portugal, que había crecido bajo su amparo; se trata de la congregación religiosa de San Julián del Pereiro denominada así por estar enclavada su iglesia, la de San Julián o monasterio del Pereyro, en una zona poblada de perales silvestres.
Este territorio era entonces parte del reino de León y pertenecía al obispado de Ciudad Rodrigo.
Así lo refleja Fernández Llamazares en su libro “Historia compendiada de las cuatro órdenes militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara” y a tal tenor expone:
“… el sitio donde se establecieron está a cuatro leguas de Sabugal, una de Castel Rodrigo, media de Ruy Gadas y media de cinco Villas. Estaba lleno de perales silvestres, y junto a la iglesia había uno muy crecido, y por esa razón se denominó al Convento y a la Orden, de San Julián del Pereyro …”
En 1183 sufre esta comunidad un cambio en la naturaleza de su institución dirigiéndose el papa Lucio III a su prior, D. Gómez Fernández Barrientos, como maestre y aludiendo a un nuevo estatuto jurídico para la comunidad del Pereiro. Se había producido la transformación de congregación religiosa a Orden militar y de caballería, aunque esto no impediría que la institución y sus miembros se siguieran rigiendo por la regla de San Benito.
Durante el reinado de Fernando II (1157 -1188) los sanjulianistas colaboran en su empresa reconquistadora de tierras extremeñas por lo que trasladan uno de sus conventos a Trujillo y combaten junto a su congregación militar llegando a compartir ambas el mismo maestre, D. Gómez Fernández y a trasladar a la hermandad trujillana su regla del Cister.
No logra sin embargo el monarca reconquistar la localidad alcantarina durante su reinado y es su hijo Alfonso IX de León y Galicia, en 1213, el que la trae de vuelta a manos cristianas.
En 1217 el mismo Alfonso IX entrega la villa y el castillo de Alcántara a la Orden de Calatrava para su defensa tras su reconquista a los musulmanes, pero a esta Orden castellana le resulta muy difícil proteger una población tan lejana a su territorio y su maestre, D. Martín Fernández, cede en 1218 la villa al maestre del Pereiro, D. Nuño Fernández, por lo que pasa a denominarse desde ese momento “Orden de San Julián del Pereiro y Alcántara”.
Los primitivos caballeros sanjulianistas, posteriores caballeros alcantarinos, mantuvieron una relación de discordia con los caballeros calatravos cuando fueron dependientes de estos, tornándose esta en amistosa cuando recuperaron su independencia. Aun así, las dos Órdenes siguieron vinculadas durante algún tiempo ya que la de Alcántara estuvo obligada a recibir visitadores e inspectores de la de Calatrava, y a cambio el maestre de la Orden alcantarina participaba en la elección del maestre calatravo.
A principios del siglo XVI al no cumplirse los acuerdos establecidos con la Orden de Calatrava en cuanto a la elección de su maestre, la Orden de Alcántara queda liberada de esta dependencia mediante bula papal de Julio II.
Es en 1253 cuando la Orden pierde definitivamente el primer nombre y pasa a ser conocida únicamente como “Orden militar de Alcántara” y el convento de San Julián del Pereiro y las demás haciendas portuguesas devienen en encomiendas de la Orden alcantarina.
Se produce, a raíz de esto, un cambió en sus armas aceptando las dos trabas de Calatrava e incluyendo un peral en medio de su escudo en clara alusión a sus ascendientes sanjulianistas.
Contó con tres tipos de miembros dentro de sus filas, los caballeros, los legos y los clérigos. Se desconoce cómo era en origen su hábito, pero se sabe que vestían chías de paño negras.
Al frente de la Orden, en el plano militar se encontraban el maestre, el comendador mayor, el clavero, el alférez y los comendadores y en el plano religioso, los priores, subpriores y el sacristán mayor.
El papa Benedicto XII, en 1397, mediante bula, autoriza a la Orden a cambiar de hábito, a tal tenor se lee en ella la cláusula siguiente:
“ … Del tenor que una petición que ante Nos, de vuestra parte fue presentada, hemos entendido que según los estatutos regulares de la Orden del Cister que profesáis (para que mejor se conozca el estado y condición de vuestra Orden de Caballería de Alcántara), acostumbrasteis a traer debajo de vuestras ropas unos escapularios con unas capillas asidas a ellos que salían hacia arriba sobre las demás ropas …”
Puede deducirse de este párrafo que el hábito de Alcántara era prácticamente análogo al de Calatrava.
En la misma época obtuvieron ambas Órdenes bula para derogar la anterior y cambiar el escapulario por la cruz de cuatro brazos iguales rematados en los extremos por flores de lis, pasando a ser la de Calatrava de color grana y la de Alcántara de color verde.
Afirma Luis Corral Val en su obra “La Orden de Alcántara: Organización institucional y vida religiosa en la Edad Media” que una vez instituida la Orden de Alcántara como cuerpo militar debió ser aprobada y confirmada por la iglesia, y que tras esta aprobación pontificia adoptó definitivamente la regla de San Benito.
De marcado carácter extremeño, fue esta la menos importante económicamente de las tres grandes Órdenes militares. Sus primeras posesiones se ubicaron más al norte de lo que luego sería el núcleo principal de su asentamiento.
Es relevante señalar que se hace más difícil el estudio de esta Orden que el de otras debido a la “desaparición” de su archivo, custodiado en el Convento de San Benito sito en villa alcantarina, a comienzos del S. XIX durante la Guerra de la Independencia y el posterior proceso desamortizador que agravó la escasez de testimonios sobre los orígenes de la Orden.
Las Órdenes Militares supusieron un gran muro de defensa contra el enemigo en tierras fronterizas pero tras la toma de Granada y la cristianización de este, los caballeros de estas Órdenes se van transformando en señores de vasallos y de castillos situados en encomiendas que producían no pocas rentas llegando a suponer una seria amenaza para la estabilidad del reino.
Se plantea como solución su incorporación a la Corona, proceso que culmina en el reinado del emperador Carlos V mediante bula papal de Adriano VI de 4 de mayo de 1523. El rey de España será desde ese momento su gran maestre y administrador perpetuo.
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