Mostrando entradas con la etiqueta Orden militar de Alcántara. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Orden militar de Alcántara. Mostrar todas las entradas

domingo, 21 de mayo de 2023

DE COMO UN INCIDENTE ENTRE EL CLAVERO Y EL MAESTRE DE LA ORDEN DE ALCÁNTARA, REMOVIÓ LOS CIMIENTOS DE ESTA ORDEN Y HASTA LOS DE LA CORONA.



Quizás sea interesante, para empezar, situar el momento histórico del incidente que nos ocupa, y es que cuando este se produjo reinaba en Castilla Enrique IV, rey de carácter errático e inconstante del que decían los nobles de su corte que “el lunes podía no saludarte y el miércoles preguntarte por la fecha del nacimiento de todos tus hijos”.

En este contexto monarcal y bajo el valimiento de Juan Pacheco, Marqués de Villena, noble tan muñidor como traidor, amante únicamente de sí mismo y de sus propios intereses, que ayudó al rey Enrique a arrebatarle el trono a su padre, Juan II de Castilla, urdiendo la muerte de Álvaro de Luna, su ministro y valido, y del tío de Pacheco, Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo y canciller mayor de Castilla, personaje de opinión variable y acomodaticia a las circunstancias, se produce un conflicto familiar en la ciudad extremeña de Cáceres entre el clavero y el maestre de la Orden de Alcántara.

Corría la segunda mitad del S. XIV cuando se celebraba en Cáceres la boda de la hermana del maestre Gómez de Solís, Juana de Solís, con Francisco de Hinojosa. Gómez había tirado “la casa por la ventana” en un afán de ostentación de poder y riqueza.

En el transcurso del banquete Hinojosa, alentado por el vino, retó al clavero de la Orden, Alonso de Monroy, a una lucha cuerpo a cuerpo que acabó con el novio vencido por el aguerrido Monroy, que necesitó una sola mano para dejarlo humillado en el suelo.

Al día siguiente Hinojosa aprovechando la continuación de las celebraciones de su boda, decide no respetar las normas de un juego de cañas para vengarse y herir al clavero, que intentando defenderse le propina un fuerte golpe y vuelve a dejarlo doblegado y maltrecho.

El maestre Solís se enoja enormemente por lo sucedido, y se toma como una afrenta personal el golpe propinado por Monroy a su cuñado, por lo que lo manda detener y sin ni siquiera escuchar sus razones, da orden de que lo encarcelen en el convento fortaleza de Alcántara, del que logra escapar a los pocos días.

Empieza una guerra sin cuartel de magnas e impredecibles consecuencias entre Monroy y Solís, porque el clavero preso de la indignación y profundamente decepcionado, pasa a convertirse en el peor enemigo del maestre declarándose rebelde a su autoridad, y al mando de un puñado de caballeros se hace fuerte en el castillo de Azagala, al sur del partido de Alcántara, cerca de las también encomiendas de la Orden, San pedro y Piedrabuena.

Al maestre Gómez de Solís lo apoyan en la contienda Juan Pacheco, y por ello el rey Enrique que acababa de hacer a Pacheco maestre de la Orden de Santiago arrebatando el privilegio a su hermanastro el joven infante Alfonso de Castilla, que lo había recibido en herencia de su padre el rey Juan II de Castilla. También se unen a la causa Pedro Girón, hermano de Pacheco y maestre de la Orden de Calatrava, y algunos nobles ávidos de sacar beneficio a la disputa.

Pero estos apoyos no serían incondicionales, ni siquiera duraderos en el tiempo. Hubo de contemplar el maestre de Alcántara a lo largo de los numerosos años que duró su desencuentro con el clavero, como estos se tornaban interesados y condicionados, llegando a posicionarse sus iniciales aliados en el bando contrario, propiciando con ello su declive y caída.

Mientras Gómez de Solís asaltaba y derribaba el Alcázar de Cáceres para evitar que el enemigo se hiciera fuerte en él y dominara desde allí la ciudad, Enrique IV decide escuchar las razones del clavero Monroy y en vez de condenarle, tal y como esperaba el maestre de Alcántara, propone una mediación entre ellos lo que provoca la furia de Solís, que desde ese momento decide afrentar a su rey.

Mala decisión la del rey Enrique o quizás buena, pero de terribles consecuencias para él. La simulada lealtad de sus nobles se desvanece no por su decisión de mediar entre el clavero y el maestre, sino porque esta decisión lo hacía más vulnerable de lo que ya era y propiciaba, junto con otras también erráticamente tomadas, la posibilidad de su destronamiento a favor de su hermanastro el infante Alfonso.

No soportaron nunca sus ricoshombres la idea de ver ascender al trono a su hija Juana fruto teórico de su matrimonio con Juana de Portugal, su segunda esposa, de la que se decía mantenía relaciones extraconyugales con el protegido Beltrán de la Cueva, conocida y aireada por todos la impotencia sexual del monarca.

Fue apodada la pequeña Juana, por este motivo, como “la Beltraneja” y considerada una bastarda sin derecho alguno a la sucesión al trono.

Por estos y otros motivos, tiene lugar al amanecer del 5 de junio de 1465 un acontecimiento históricamente conocido como “la farsa de Ávila”, y que no fue otra cosa que una burda representación del destronamiento del rey Enrique a favor de su hermanastro el infante Alfonso, que “pseudoreinaría” efímeramente con el nombre de Alfonso XII.

El arzobispo de Toledo acompañando al joven príncipe, el Marqués de Villena, los maestres de las tres órdenes militares castellanas, unos cuantos nobles y prelados y algunos caballeros, se personaron en la Plaza del Mercado Grande, cerca de las murallas avileñas, en la que ya se había congregado una gran muchedumbre. Carrillo tomando de la mano al príncipe, lo acompañó hasta el sitial donde habría de producirse la ceremonia y lo invitó a aproximarse a un triste pelele de trapo sentado en un trono de madera. Tras unos instantes de silencio, anunció a la multitud que, dada la manifiesta incapacidad para reinar del monarca regente, y teniendo en cuenta las grandes necesidades no atendidas en el reino de Castilla durante su reinado, él y todos los nobles y caballeros que lo secundaban se veían en la obligación de destronarlo para evitar males mayores.

Acto seguido tomó la corona del pelele y la tiró con gesto de desdén. Subieron después los tres maestres y los nobles y caballeros que allí se encontraban, que fueron despojando al muñeco de su capa, chorreras, insignias y ornamentos hasta dejarlo solamente con un simple y raído traje negro.

Volvieron a sentar al simulado y pelele rey en su triste trono, y Carrillo de un airado puntapié lo mandó fuera del sitial a la vez que levantaba la mano derecha del infante gritando a los allí reunidos; “Viva el rey Alfonso” provocando con ello los aplausos y vítores de todos.

Ni que decir tiene que el nuevo proclamado rey, otorgó títulos y privilegios a todos sus cortesanos y benefició con donaciones a las tres órdenes militares para inaugurar su reinado. Era de esperar.

Estalla con esta proclamación una guerra civil en Castilla entre los partidarios del joven rey y los de su hermano Enrique, que duraría los tres años de simulado reinado de Alfonso con algunos momentos de tregua y de negociaciones infructuosas.

Propone en este tiempo el rey Enrique alentado por su mujer, Juana de Portugal, casar a su hermanastra Isabel de Castilla, también hermana de Alfonso y futura Isabel la Católica, con su cuñado el rey de Portugal. Alfonso firma el acuerdo, pero Isabel se niega al casamiento.

Propone después, ante esta negativa, alentado por sus leales Beltrán de la Cueva y Mendoza, aceptar como rey a su hermano Alfonso a su muerte, si a su vez este se obligase a desposar a su hija Juana, en un intento desesperado de que “la Beltraneja” ascendiera al trono, aunque fuera como reina consorte.

No tuvo mucho tiempo Alfonso para pensar en la proposición del rey Enrique ya que muere poco después, en 1468, en Cardeñosa de manera repentina y misteriosa. Algunos dijeron que envenenado y señalaron a Juan Pacheco como urdidor de la muerte, para vengarse dijeron de la de su hermano, Pedro Girón, que se produjo en similares circunstancias a las del joven rey, y de la que Pacheco lo creyó culpable.

Tras la muerte de Alfonso, y con ánimo de acabar con una devastadora guerra civil que no beneficiaba a nadie, se firma la paz el 19 de septiembre de 1468 y el rey Enrique acepta a su hermanastra Isabel como heredera al trono tras su muerte, renunciando a él para su hija Juana, en los conocidos como “Pactos de Guisando”.

Por su parte el maestre Solís había ido perdiendo partidarios debido a la inteligente estrategia del clavero, que fue debilitándolo y ganando para su causa numerosas encomiendas de la orden, llegando a autoproclamarse maestre después de derrotarlo en la Batalla del Cerro de las Vigas, frente al puente de Alcántara.

Esta declaración de intenciones de Monroy provoca la cólera de un rey ya enfermo, situación que es aprovechada por la ambiciosa duquesa de Arévalo que instiga a Enrique para que haga valer su autoridad y someta al clavero, pero cuya oculta intención no era otra que la de obtener el maestrazgo de Alcántara para su hijo Juan de Zúñiga.

En una de sus contiendas, es apresado el clavero en Magacela gracias a la celada de Francisco de Solís, sobrino del maestre, que le propone casarse con su hija para acabar de una vez con la guerra entre los Monroy y los Solís.

Inocentemente Monroy acepta el casamiento pensando que con ese enlace “mataba dos pájaros de un tiro”: se ganaba a los Solís, y los sumaba a su causa en la lucha contra los poderosos Zúñiga.

No contaba el clavero con que el más ambicioso de todos era el propio Francisco de Solís, que también ansiaba el maestrazgo y que una vez que consiguió verlo convencido y confiado, lo apresó y lo encarceló en la fortaleza pacense de Magacela autoproclamándose maestre apoyado por un buen número de caballeros.

Muerto en situación de abandono y soledad el verdadero maestre, Gómez de Solís, en 1473, y encarcelado el clavero, alcanza el maestrazgo de Alcántara Juan de Zúñiga, descabalgando de sus ambiciosas pretensiones a Francisco de Solís, gracias en gran parte a las generosas donaciones a la Orden de su padre Álvaro de Zúñiga, duque de Arévalo y a las confabulaciones y componendas de su madre, la intrigante Leonor de Pimentel, hija del conde de Benavente, duquesa consorte de Arévalo y condesa de Plasencia, llegando la casa Zúñiga a su máximo esplendor cuando Juan además de maestre de la Orden de Alcántara, llega a ser arzobispo de Sevilla y Primado de España.

Es este, el breve relato de un sinfín de intrigas palaciegas y traiciones a un inestable y vulnerable rey, incapaz de reinar con mano firme en una corte de ambiciosos e interesados nobles sin escrúpulos, que aprovecharon su debilidad en su propio beneficio. Un rey que, a pesar de todo, veló por evitar la guerra entre sus súbditos y al que es posible, sólo posible, que la Historia no le haya hecho del todo justicia, y dan fe de ello las emocionadas palabras de uno de los pocos hombres leales con los que contó, Diego Hurtado de Mendoza, que ante un ya fallecido rey pronunció una frase que resumió todo su reinado:

"Qué buen rey hubieseis sido majestad, si alguna vez hubieseis querido ser rey".

martes, 3 de enero de 2023

EL SACRO CONVENTO DE SAN BENITO, CASA MATRIZ DE LA ORDEN MILITAR DE ALCÁNTARA Y SU PERIPLO INCLEMENTE A TRAVÉS DE LA HISTORIA



Los freires de la Orden Militar de Alcántara habitaron diversos conventos hasta llegar a establecerse como sede principal en el Sacro Convento de San Benito sito en la villa cacereña de Alcántara.

En sus inicios, siendo la congregación religiosa del Pereiro, se afincaron en tierras portuguesas, a orillas del río Coa, a ocho leguas de Ciudad Rodrigo, en el Monasterio de San Julián. Después, tras la militarización de la congregación por impulso del monarca Fernando II en 1156, y ya convertida en Orden Militar, al aumentar el número de freires y milites, se desplazaron a otra iglesia de la zona conocida como “Santa María del Pereiro”.

Nos indica el cronista Rades y Andrada que bajo el mandato del maestre D. Diego Sánchez se trasladan de tierras del Pereiro a Alcántara pasando a instalarse en el “Convento Viejo” situado en la alcazaba o castillo de la Villa alcantarina.

Con posterioridad, siendo ya Orden de Alcántara y bajo el precepto del maestre D, Juan de Sotomayor, se “acomoda” este edificio que resultaba estrecho y corto, siendo bajo el mandato de su sobrino, el maestre Don Gutierre de Sotomayor, cuando se ordena edificar en él unas dependencias al lado de la iglesia para los maestres. Mientras se edificaban estas, los freires hacían el culto y la oración en la iglesia Santa María de Almocóvar quedándose incluso en algunos momentos a vivir en casas particulares cercanas a esta.

A pesar de las obras de acondicionamiento del viejo convento siguió siendo incómodo e inhóspito por lo que en 1498 se produciría una breve estancia fuera de la localidad en el conocido por “San Benito el Viejo”, que se construyó en una dehesa de la Orden conocida con el nombre de “El Cortijo”, junto a la ermita de Nuestra Sra. de los Hitos, buscando que tanto el prior como los freires vivieran en clausura.

En las obras de este nuevo monasterio intervino, hasta su muerte, en el año 1503, el maestro de cantería Bartolomé de Pelayos y sin embargo en el Capítulo general de Medina del Campo en 1504 se puso de manifiesto la poca salubridad del sitio donde se había edificado a lo que había que añadir la incomodidad de vivir fuera de la población. Se convino volver a la villa.

Data el también cronista y frey de la Orden Militar Alonso Torres y Tapias, los comienzos de la construcción del nuevo Sacro Convento en 1505 y lo sitúa en un lugar llamado “La Cañada” por donde hasta ese momento pasaban los animales camino del río Tajo.

El maestro encargado de realizar el proyecto, al menos en una primera etapa que va de 1505 a 1518, sería Pedro Larrea, pero fue apartado de este por sus constantes ausencias del trabajo. No queda claro cuál fue el devenir de las obras hasta el año 1545 en que toma las riendas de estas el maestro Pedro Ibarra, edificándose en esta segunda etapa la hospedería con sus arquerías exteriores y la iglesia conventual. Fallece el maestro Ibarra en 1570 sucediéndole su colaborador hasta ese momento Sebastián de Aguirre también hasta su muerte, que se producirá un lustro después, en 1575.Queda Alcántara en esa época desplazada de los intereses de la Corona volviendo a hacerse algunas reformas a mediados del S XVIII.

Pero realmente empiezan las dificultades en los inicios de este siglo por motivo de la Guerra de Sucesión a la Corona española cuando Felipe V, primer rey de la Casa Borbón visita el pueblo de Alcántara en 1703 donde estaba instalado el ejército francés a las órdenes del duque de Berwick.

Tras ponerse el rey Luis XIV del lado de Inglaterra, aunque en un principio lo había hecho del lado de Portugal, y entrar Francia a formar parte de la denominada Gran Alianza, Felipe V declara desde la villa cacereña la guerra a Portugal.

En 1706 el ejército de la Gran Alianza a las órdenes del marqués de las Minas se asienta en el convento de San Benito, los bombardeos y la ocupación posterior por las tropas portuguesas, con motivo de la guerra con Portugal, le ocasionan notables desperfectos entre los que destacan los producidos en la capilla mayor de la iglesia y en la sillería de la misma y en su parte oriental en la arquería de la hospedería y algunas galerías.

Estos daños fueron reparados entre los años 1744 y 1748 bajo el priorato de frey José de Loaysa Mayoralgo y Chaves, pero para colmo de males el seísmo de Portugal del año 1755, conocido vulgarmente por “el terremoto de Lisboa” que tantos daños ocasionó en multitud de edificios peninsulares, también afectó al conventual, concretamente al coro alto, por lo que el Consejo de Órdenes concede la cantidad de mil setecientos ochenta y nueve reales para su restauración.

Vuelven los problemas a principios del S. XIX a causa de la Guerra de la Independencia. Ya antes de que fuera declarada la guerra entre España y Francia, con motivo de la invasión francesa de Portugal, se instalaron en el conventual los generales franceses Junot y Laborde con cerca de cinco millares de soldados. Esta y otras “visitas” de las tropas francesas le ocasionaron múltiples y graves destrozos además del expolio de parte del patrimonio mueble de la Orden cobijado bajo los muros de este.

Siguieron las desgracias y el 13 de septiembre de 1813 se promulga un decreto por el que se determina la utilización de parte de los fondos de las Órdenes Militares para sufragar los gastos de la guerra, esto determina su postración, su comunidad disminuye notablemente en número, llegando a sufrir verdaderos problemas incluso de subsistencia.

El clima sociopolítico tampoco ayudó y durante el trienio liberal, 1820-1823, se suspenden los colegios y conventos de las Órdenes lo que ocasiona además de penurias económicas, el abandono en muchos casos de sus casas matrices.

Se volvieron a restaurar algunas partes del conventual en 1828 pero con la desamortización de Mendizábal de 1836, proceso en el cual se emitieron en los meses de febrero y marzo de ese año un conjunto de decretos de expropiación y venta de terrenos y otras propiedades de la iglesia católica, el conjunto monumental pasó al Estado siendo destinado a cárcel y escuelas, manteniéndose el prior frey Antonio de Zambrano como juez eclesiástico ordinario al cuidado de su iglesia.

En el cuidado y protección del templo sustituyó a Zambrano el frey Francisco Sánchez de Arjona, que llegó a mantener el edificio, incluso de su propio bolsillo.

Pero en enero de 1856 toma las riendas Francisco de Cárdenas y Chacón, caballero de Calatrava, lo que provoca su absoluta depredación y abandono, pasando parte de su mobiliario litúrgico a algunas iglesias de poblaciones cercanas, tal es el caso de los tubos del órgano que se aprovecharon para el de la iglesia de Santa María de Brozas, o el del altar mayor que sería llevado al nuevo templo parroquial de San Vicente de Alcántara.

Debido a este abandono, el edificio conventual es subastado el 22 de marzo de 1866, y adjudicado a Miguel de Amarilla de Sande (https://www.familysearch.org/tree/person/details/GCW5-4TC) y se pretende hacer lo mismo con la iglesia pero la oposición del pueblo y sus autoridades consigue que una Real Orden con fecha 11 de abril de 1872 paralice la subasta de esta.

Con posterioridad, el edificio conventual en su parte principal es adquirido por Hidroeléctrica española en 1961 con motivo de la construcción en el pueblo de Alcántara de una presa hidráulica a orillas del río Tajo y se adjudica el proyecto de restauración al arquitecto Miguel de Oriol Ibarra. Después la Diputación de Cáceres adquiere la parte restante, entre las que se encuentran la fachada oriental y los aledaños, e inicia también su restauración y rehabilitación adjudicando el proyecto al arquitecto Dionisio Hernández Gil.

Finalizadas ambas restauraciones y la rehabilitación del edificio, nace en 1985 la Fundación San Benito de Alcántara constituida por HE, hoy Iberdrola, la Orden Militar de Alcántara, la Diputación de Cáceres, el Ayuntamiento de Alcántara y la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Cáceres pasando a ser este conventual su sede y lugar de encuentro, estudio e investigación de la cultura extremeña.

Es por esto por lo que, ya recuperado su pasado esplendor como joya del renacimiento extremeño, empieza a acoger entre sus muros parte relevante de los eventos culturales de la villa alcantarina.

También acoge acertadamente entre ellos, concretamente en las estancias sitas en la fachada occidental de la iglesia de San Benito, al Centro de identidad de Órdenes de Caballería – Alcántara. No podría este centro cultural encontrarse situado en un lugar más acorde a su función.

Para finalizar, señalar que es un orgullo para mí como alcantareña, observar como este imponente conventual ha sobrevivido solemne a todo un periplo de inclementes circunstancias históricas en sus más de cinco siglos de existencia superando guerras, expolios, seísmos, desamortizaciones y abandono sin perder un ápice de su monumentalidad e importancia

lunes, 19 de diciembre de 2022

EL ORGIEN DE LA ORDEN MILITAR DE ALCÁNTARA; DEL PERAL A LA CRUZ FLORDELISADA



Concebida esta Orden como institución religioso militar junto con la de Calatrava y Santiago, Montesa fue considerada siempre como “hermana menor”, surgen en el contexto de la Reconquista.

En 1166 el rey Fernando II de León conquista la localidad extremeña de Alcántara, volviendo está a manos musulmanas en 1172 cuando es atacada por el emir almohade Abub-Jacob-Yusuf.

Para su reconquista el monarca impulsa la militarización de una comunidad de freires nacida en 1156 en la ribera del río Coa, en Portugal, que había crecido bajo su amparo; se trata de la congregación religiosa de San Julián del Pereiro denominada así por estar enclavada su iglesia, la de San Julián o monasterio del Pereyro, en una zona poblada de perales silvestres.

Este territorio era entonces parte del reino de León y pertenecía al obispado de Ciudad Rodrigo.

Así lo refleja Fernández Llamazares en su libro “Historia compendiada de las cuatro órdenes militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara” y a tal tenor expone:

“… el sitio donde se establecieron está a cuatro leguas de Sabugal, una de Castel Rodrigo, media de Ruy Gadas y media de cinco Villas. Estaba lleno de perales silvestres, y junto a la iglesia había uno muy crecido, y por esa razón se denominó al Convento y a la Orden, de San Julián del Pereyro …”

En 1183 sufre esta comunidad un cambio en la naturaleza de su institución dirigiéndose el papa Lucio III a su prior, D. Gómez Fernández Barrientos, como maestre y aludiendo a un nuevo estatuto jurídico para la comunidad del Pereiro. Se había producido la transformación de congregación religiosa a Orden militar y de caballería, aunque esto no impediría que la institución y sus miembros se siguieran rigiendo por la regla de San Benito.

Durante el reinado de Fernando II (1157 -1188) los sanjulianistas colaboran en su empresa reconquistadora de tierras extremeñas por lo que trasladan uno de sus conventos a Trujillo y combaten junto a su congregación militar llegando a compartir ambas el mismo maestre, D. Gómez Fernández y a trasladar a la hermandad trujillana su regla del Cister.

No logra sin embargo el monarca reconquistar la localidad alcantarina durante su reinado y es su hijo Alfonso IX de León y Galicia, en 1213, el que la trae de vuelta a manos cristianas.

En 1217 el mismo Alfonso IX entrega la villa y el castillo de Alcántara a la Orden de Calatrava para su defensa tras su reconquista a los musulmanes, pero a esta Orden castellana le resulta muy difícil proteger una población tan lejana a su territorio y su maestre, D. Martín Fernández, cede en 1218 la villa al maestre del Pereiro, D. Nuño Fernández, por lo que pasa a denominarse desde ese momento “Orden de San Julián del Pereiro y Alcántara”.

Los primitivos caballeros sanjulianistas, posteriores caballeros alcantarinos, mantuvieron una relación de discordia con los caballeros calatravos cuando fueron dependientes de estos, tornándose esta en amistosa cuando recuperaron su independencia. Aun así, las dos Órdenes siguieron vinculadas durante algún tiempo ya que la de Alcántara estuvo obligada a recibir visitadores e inspectores de la de Calatrava, y a cambio el maestre de la Orden alcantarina participaba en la elección del maestre calatravo.

A principios del siglo XVI al no cumplirse los acuerdos establecidos con la Orden de Calatrava en cuanto a la elección de su maestre, la Orden de Alcántara queda liberada de esta dependencia mediante bula papal de Julio II.

Es en 1253 cuando la Orden pierde definitivamente el primer nombre y pasa a ser conocida únicamente como “Orden militar de Alcántara” y el convento de San Julián del Pereiro y las demás haciendas portuguesas devienen en encomiendas de la Orden alcantarina.

Se produce, a raíz de esto, un cambió en sus armas aceptando las dos trabas de Calatrava e incluyendo un peral en medio de su escudo en clara alusión a sus ascendientes sanjulianistas.

Contó con tres tipos de miembros dentro de sus filas, los caballeros, los legos y los clérigos. Se desconoce cómo era en origen su hábito, pero se sabe que vestían chías de paño negras.

Al frente de la Orden, en el plano militar se encontraban el maestre, el comendador mayor, el clavero, el alférez y los comendadores y en el plano religioso, los priores, subpriores y el sacristán mayor.

El papa Benedicto XII, en 1397, mediante bula, autoriza a la Orden a cambiar de hábito, a tal tenor se lee en ella la cláusula siguiente:

“ … Del tenor que una petición que ante Nos, de vuestra parte fue presentada, hemos entendido que según los estatutos regulares de la Orden del Cister que profesáis (para que mejor se conozca el estado y condición de vuestra Orden de Caballería de Alcántara), acostumbrasteis a traer debajo de vuestras ropas unos escapularios con unas capillas asidas a ellos que salían hacia arriba sobre las demás ropas …”

Puede deducirse de este párrafo que el hábito de Alcántara era prácticamente análogo al de Calatrava.

En la misma época obtuvieron ambas Órdenes bula para derogar la anterior y cambiar el escapulario por la cruz de cuatro brazos iguales rematados en los extremos por flores de lis, pasando a ser la de Calatrava de color grana y la de Alcántara de color verde.

Afirma Luis Corral Val en su obra “La Orden de Alcántara: Organización institucional y vida religiosa en la Edad Media” que una vez instituida la Orden de Alcántara como cuerpo militar debió ser aprobada y confirmada por la iglesia, y que tras esta aprobación pontificia adoptó definitivamente la regla de San Benito.

De marcado carácter extremeño, fue esta la menos importante económicamente de las tres grandes Órdenes militares. Sus primeras posesiones se ubicaron más al norte de lo que luego sería el núcleo principal de su asentamiento.

Es relevante señalar que se hace más difícil el estudio de esta Orden que el de otras debido a la “desaparición” de su archivo, custodiado en el Convento de San Benito sito en villa alcantarina, a comienzos del S. XIX durante la Guerra de la Independencia y el posterior proceso desamortizador que agravó la escasez de testimonios sobre los orígenes de la Orden.

Las Órdenes Militares supusieron un gran muro de defensa contra el enemigo en tierras fronterizas pero tras la toma de Granada y la cristianización de este, los caballeros de estas Órdenes se van transformando en señores de vasallos y de castillos situados en encomiendas que producían no pocas rentas llegando a suponer una seria amenaza para la estabilidad del reino.

Se plantea como solución su incorporación a la Corona, proceso que culmina en el reinado del emperador Carlos V mediante bula papal de Adriano VI de 4 de mayo de 1523. El rey de España será desde ese momento su gran maestre y administrador perpetuo.

domingo, 20 de noviembre de 2022

LOS FRATRES DE CÁCERES, ORIGEN DE LA ORDEN MILITAR DE SANTIAGO



La congregación de Los fratres fue fundada por Fernando II de León y por el obispo de Salamanca Pedro Suárez de Deza en 1170, en la ciudad extremeña de Cáceres tras arrebatársela a los musulmanes.

El rey asignó a un grupo de caballeros leoneses, que se constituyeron como fraternidad militar y religiosa con voto de obediencia y lucha, la misión de defender la ciudad del ataque musulmán además de proteger a los peregrinos que realizaban el Camino de Santiago.

Establecieron su primer convento fuera del recinto monumental de la ciudad. Sobre los restos de este templo se levantó con posterioridad una edificación renacentista que es la actual iglesia parroquial de Santiago de los Caballeros. La reforma fue encargada por la familia Carvajal, cuyo escudo aparece repetidamente en la edificación, y llevada a cabo por Rodrigo Gil de Hontañón. Destaca en la iglesia por su antigüedad la pila bautismal ornamentada con cruces y veneras y el retablo mayor, de cuatro pisos, con escenas del Jesucristo y varios santos, obra inconclusa de Berruguete que finalizaron los discípulos de su taller en 1565, cuatro años después de su muerte.

Cuando en 1174 es atacada Cáceres por el Emir almohade Abub-Jacob-Yusuf de camino a la conquista de Ciudad Rodrigo, los fratres liderados por Pedro Fernández de Fuente Escalada, posterior primer maestre de la Orden de Santiago, armados de espadas se dispusieron a defender la ciudad no con buena fortuna porque acabaron muchos de ellos degollados en la conocida “Torre de Bujaco”, contracción vulgar de Abub-Jacob-Yusuf, y reconquistada de nuevo la ciudad extremeña por los musulmanes.

Previamente, en 1172, y bajo el mando de este temido Emir también había caído en manos musulmanas la localidad cacereña de Alcántara, conquistada por Fernando II en 1167, por lo que para su reconquista el monarca impulsó la militarización de una congregación religiosa creada bajo su amparo conocida por el nombre de su fundador San Julián del Pereiro, ermitaño salmantino, y que estaba llamada a convertirse, ya bajo el reinado de Alfonso IX, en la más importante Orden militar extremeña y una de las cuatro Órdenes Militares por excelencia, la Orden Militar de Alcántara.

Pero volviendo a los designios del rey para la ciudad de Cáceres, que no eran otros que la reconquista y protección de esta por parte de la congregación caballeresca, estos se vieron obstaculizados por la iniciativa del arzobispo de Santiago, Pedro Gudestéiz, que hizo una oferta a los freires que no pudieron rechazar y es que los invitó a ponerse al servicio de la Iglesia de Compostela bajo el estandarte del Apóstol a cambio de sustanciosas rentas y donaciones, se incluyó en el acuerdo como condición que no deberían reclamar la restauración de la sede arzobispal de Mérida, que fue trasladada temporalmente a Santiago. Los nuevos caballeros se convirtieron en una especie de guardias de corps del arzobispo.

Fernando II no vio con malos ojos que “sus caballeros” establecieran una nueva vinculación con el apóstol, pero no desistió de su objetivo reconquistador de Cáceres y Badajoz en el que les había asignado a estos un papel principal.

Sin embargo, no alcanzó el rey a darse cuenta de que con este acuerdo empezó la transformación de la congregación de los fratres de Cáceres, posteriormente conocida por Hermanos de la Espada y después por Caballeros de la Orden del Señor Santiago, en la Orden Militar de Santiago a la que el arzobispo compostelano además regaló una bandera e hizo canónico de Santiago al maestre Fernández de Fuente Escalada.

El primer documento que se conserva de la Orden santiaguina es de 1171 y en él se recoge la dotación por parte del arzobispo de nombre y hábito a los nuevos caballeros.

Su primer hecho de armas relevante fue la toma de Cuenca, participando después en la reconquista de Extremadura consolidando con ello su poder económico, político y militar.

Las Órdenes Militares vinieron a suponer un muro defensivo contra el enemigo musulmán, es por esto por lo que los caballeros alcantarinos junto con los santiaguistas asumieron un definitivo papel al final del reinado de Alfonso IX, hijo de Fernando II, en el que Cáceres se erigió como el gran objetivo a reconquistar. Se localizaron las encomiendas de la Orden de Alcántara en la mitad norte de Extremadura y las de la Orden de Santiago en la mitad sur. Podríamos situar a día de hoy las alcantarinas en la provincia de Cáceres y las santiaguistas en la de Badajoz.

No hemos de olvidar que los iniciales fratres cacereños reconvertidos después en caballeros de la Orden de Santiago, dejaron su particular herencia en la ciudad ya que dieron origen a los linajes de Espadero y Cáceres, que adoptaron en sus escudos de armas muebles heráldicos del primitivo de la Orden de Santiago heredero a su vez de el de aquellos heroicos y poco reconocidos freires cacereños.

viernes, 11 de noviembre de 2022

EL CRISTO NEGRO DE CÁCERES Y SU ORIGEN TEMPLARIO



Uno de los procesos más famosos de la Edad Media, fue el juicio a los templarios acontecido a principios del S. XIV en el que fueron acusados sus caballeros de apostasía, idolatría y homosexualidad, con el resultado final, probablemente por falta de una adecuada defensa legal, de la disolución de la Orden del Temple por el Papa Clemente V, quien emitió Decreto de disolución el 3 de abril de 1311, y que fue posteriormente ratificado en el concilio de Vienne el 12 de marzo de 1312, siendo el propio Maestre de la Orden, Jacques de Molay, quemado en la hoguera en París el 18 de mayo de 1314.

Este Papa decidió además incorporar el patrimonio de esta Orden supranacional a otra Orden militar también internacional, la del Hospital, exceptuando de esta medida a la Península Ibérica que quedó pendiente de una posterior resolución pontifica.

El único país que acogió y respetó a los veinte caballeros del Temple que lograron huir de Francia y a los maltrechos restos patrimoniales y privilegios de la Orden fue Portugal.

El rey portugués Dionis, conocido por el Trovador, con el permiso del Papa Juan XXII funda en 1319 la Orden de Cristo en clara referencia al origen de los caballeros del Temple, es decir a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén. Deviene por tanto esta nueva Orden en la continuadora de la del Temple en Portugal convirtiéndose por tanto en la heredera de su patrimonio.

Cuentan las crónicas locales que los caballeros templarios nada más tomar asiento en la villa portuguesa de Tomar, sede de la Orden, deciden mandar tallar un magnífico crucifijo en madera de iroko, árbol de madera oscura procedente de Etiopía, muy venerado por diversas culturas en la creencia de que en él habitaban espíritus.

La talla de autor anónimo, hay quien la atribuye a Paulus de Colonia artista que intervino en la ornamentación del monasterio de Guadalupe, está datada a mediados del S. XIV y representa a Jesús de Nazaret agonizando crucificado con tres clavos sobre cruz de nudos y la cabeza inclinada hacia el lado derecho. Se representa con barba corta, boca entreabierta y delgada nariz en un rostro muy expresivo de rasgos etíopes. El cuerpo cuenta con algunas desproporciones como la de unos enormes pies, pero en general presenta una gran limpieza de formas. Señala el actual Mayordomo de la Venerable Cofradía de este Cristo Antonio Javier Corrales, autor de la obra de investigación “La Historia de la Hermandad del Cristo Negro”, que no existe en Europa otra talla de Crucificado con esos rasgos y esa forma de rostro.

El 3 de mayo de 1490 los caballeros de esta portuguesa Orden de Cristo y algunos de la Orden de Alcántara fundan la Venerable y Pontificia Cofradía de la Hermandad Penitencial del Santo Cristo de Santa María de Jesús, popularmente conocida como la Cofradía del Cristo Negro, cuya sede se establecerá en la Concatedral de Santa María de la ciudad extremeña de Cáceres y allí será trasladada la talla.

Surge desde entonces el fervor y la devoción de la nobleza cacereña hacia este Cristo y prueba de ello es que en el S. XV la familia Ovando costea la modificación del pelo y el paño de pureza de la talla por un total de 1500 maravedíes. No fue la única, este Santo Crucifijo ha sufrido más de tres modificaciones en sus casi siete siglos de existencia.

Ha sido testigo de excepción en la primera visita a Cáceres de la Reina Isabel La Católica el 8 de mayo de 1477, también en otra posterior que realizó el regio matrimonio el 27 de febrero de 1479, acompañado por el Gran Maestre de la Orden de Alcántara, el noble cacereño D. Alonso Golfín.

Con el tiempo este fervor llegó al pueblo llano. Tanto es así que estuvo el Cristo presente en ajusticiamientos del Santo Oficio, siendo el rostro de este lo último que veía el reo antes de morir. También fue testigo de juicios, a solicitud del procesado, en los que, se cuenta, no llegó nunca a emitirse un veredicto de condena.

Esta misma nobleza se encargó del cuidado y mantenimiento de la talla, encomendando a mendigos e indigentes su limpieza con cebolla y vinagre, en la creencia de que todo aquel que tocase o mirase a los ojos al Cristo “sin devoción” o estando en pecado, encontraría la muerte ese mismo año o correría el riesgo de quedarse ciego. Actualmente se sigue limpiando esta talla con guantes y nadie se atreve a tocarlo o mirarlo fijamente sin rezar después un padrenuestro.

La Cofradía del Cristo Negro es refundada en 1986, contando en la actualidad con númerus clausus de cofrades que lo acompañan de entre 50 y 59, volviendo a procesionar el Crucificado a partir de entonces en la madrugada del Miércoles al Jueves Santo.

El ceremonial comienza a las 12 de la Noche previo ritual, de reminiscencias templarias, que celebran los cofrades a puerta cerrada. Estos visten hábito benedictino, cíngulo prendido a la cintura y guantes y zapatos negros y llevan la cabeza cubierta con capuchas.

Una vez celebrado este rito, por la puerta lateral de la Concatedral de Santa María aparece el Muñidor acompañado por dos hermanos y detrás de ellos el Alcalde Mayordomo. Todos, alumbrados por antorchas, se dirigen a la puerta por donde saldrá el Cortejo Fúnebre.

Adelantándose el Mayordomo unos pasos dará tres golpes en esta pronunciando en alto la frase:

“Que salga la Hermandad del Cristo negro; Dios lo quiere así”

Empieza entonces un culto austero y sobrecogedor que recorre las medievales calles de la Ciudad Monumental, sin poder sobrepasar sus límites más allá de la muralla histórica según los estatutos de esta Cofradía, bajo el voto de silencio de sus cofrades sólo interrumpido por un solitario y desentonado timbal, una esquila de bronce que porta el Muñidor y los golpes de las horquillas en los adoquines de los hermanos portadores.

Y es que este impresionante Cristo Negro, del que algunos cuentan que se percibe un agradable olor a flores cuando estás a su lado, ha estado arropado siempre por un halo de misterio y una singular energía que lo hace a su vez ser temido y adorado.

lunes, 22 de agosto de 2022

LA PÉRDIDA Y SUSTRACCIÓN DE LOS ARCHIVOS DE LA ORDEN MILITAR DE ALCÁNTARA, FALSOS MITOS Y CREENCIAS



Hasta ahora se ha tenido como cierta la creencia de que gran parte de los archivos de la Orden de Alcántara desapareció durante la Guerra de la Independencia, pero después de ahondar en el gran trabajo de investigación realizado por D. Dionisio Martín Prieto, D. José María López de Zuazo y Algar y D. Bartolomé Miranda Díaz que lleva por título “Supuesta pérdida y dispersión de los archivos de la Orden Militar de Alcántara desde 1807”, se puede deducir que esta teoría es errónea. Quiero hacer constar que mi único afán es exponer muy resumidamente lo que a ellos les habrá supuesto un gran esfuerzo temporal en su labor de investigación.

Pues bien, después de la Reconquista de Alcántara, a principios del S. XIII, la Orden del Pereiro trasladó su convento matriz, situado en la localidad del mismo nombre en la ribera del rio Coa, a la villa del puente romano pasando a llamarse esta Orden del Pereiro y Alcántara y finalmente sólo de Alcántara. Situó su sede, como es bien conocido, en el Sacro Convento de San Benito sito en esta localidad Cacereña y en él, el Archivo de la Orden en el que quedaron custodiados no sólo documentos, también dinero y otros bienes pertenecientes a esta.

Por frey Alonso de Torres y Tapia, prior de la Orden de Alcántara hasta su muerte en 1638 y cronista de esta, se sabe que el lugar donde se ubicó el Archivo de papeles fue el claustro bajo entre la portería y la iglesia del Conventual. Durante la guerra de Sucesión fue alcanzado este por una bomba justamente en el flanco sur del claustro donde estaba el Archivo y se perdieron algunos documentos.

Se realizaron varios inventarios durante el tiempo que permaneció el Archivo en el Sacro Convento, uno de los más importantes fue el que realizó Alonso Antonio Mateos, experto en letras antiguas, en 1749 que inventarió, resumió y rotuló todos los documentos quedando el Archivo organizado en doce papeleras y dos estantes que fueron reubicados en la sala prioral alta. El libro índice de este se encuentra conservado en el A.H.N.

El Archivo se mantuvo sin alteraciones hasta la guerra de la Independencia, durante la que el ejército francés al mando del general Junot en su paso para ocupar Portugal en 1807, entró en Alcántara y de este hecho nace la tan rememorada anécdota "del recetario" que sustrajeron los franceses con las recetas tradicionales de la cocina alcantarina y que el famoso cocinero Auguste Escoffier popularizó años después haciéndolas suyas. También se popularizó la creencia de que fue este ejército el que expolió el Archivo custodiado en el Convento, pero sostienen los autores anteriormente citados que, si esto hubiera ocurrido realmente el prior y los demás freiles no hubieran permitido que documentación importante como bulas, privilegios, escrituras, rentas de yerbas etc. hubieran caído en manos francesas porque toda ella daba fe de sus propiedades y derechos. Por otro lado, tampoco existe ningún escrito del prior narrando semejante desastre que, de haber ocurrido, hubiera sido elevado por este al Consejo de Ordenes.

Sostienen estos autores que es posible que hubiera una entrega pactada e irrelevante de documentación por parte del prior a los franceses, que posteriormente exageraron para mitificar su potencial como ejército.

La verdadera destrucción del Archivo empieza cuando el gobierno liberal de Riego decretó en 1820, dentro del Trienio Liberal, la supresión de todos los conventos incluidos los de las Órdenes Militares. Durante este Trienio se produjeron robos de los bienes y reliquias de las iglesias, destrucciones de retablos y sustracción de libros y documentos. El edificio del Conventual paso por ello, pero no pudo ser vendido por su alto valor y fue destinado a Contaduría de Rentas, cárcel, juzgados, almacén militar e incluso en algún momento a salón de baile para representaciones teatrales.

Retomado el poder absoluto por Fernando VII en 1823, se restablece el Real Consejo de Órdenes Militares y con ello sus conventos y monasterios. Sin embargo, el golpe certero llegaría con los decretos del 25 de julio y 11 de diciembre de 1835 cuando los desamortizadores volvieron a suprimir los monasterios y conventos y destinaron sus bienes a saldar la deuda pública y al mantenimiento de las tropas Isabelinas durante las guerras Carlistas. En 1838 se devolvieron a los conventos matrices los documentos que no tuvieron interés para la administración pública.

Vuelve por tanto el Archivo a Alcántara, pero cinco años después, el gobernador eclesiástico D. Francisco Sánchez Arjona manifiesta al Tribunal de Órdenes su preocupación por el abandono del Convento y el estado de deterioro de su Archivo, este Tribunal atendiendo la petición de Sánchez Arjona, aprueba su traslado a Madrid y así en 1836 empieza a remitir documentación al A.H.N. y otros archivos como el de Pruebas y Pleitos de Toledo, donde fue nuevamente ordenada y clasificada en un largo proceso que, todavía continua a día de hoy.

Por todo lo expuesto podemos concluir que la destrucción del Archivo de la Orden de Alcántara no se produjo tanto por el ejército francés durante la Guerra de la Independencia y sí más por los decretos desamortizadores del pasado S. XIX que descompusieron sus fondos documentales propiciando el extravío de muchos y la apropiación de otros por manos particulares.

lunes, 1 de agosto de 2022

EL ORIGEN DE LA INVESTIDURA DE ARMAS; LA EXPRESIÓN "ARMAR CABALLERO"​


El caballero (eques) hasta el S. XI era considerado un mero soldado a caballo, fue a finales de este siglo cuando esta figura empezó a considerarse “honorable”, lo demuestra el hecho de que el que no era noble podía llegar a serlo a través de este estatus. Se trataba de una nueva forma de nobleza.

La investidura de armas se materializaba en un acto de entrega de estas al caballero que tenía su precedente en la imposición del “Cíngulo” (cinturón) militar de los Romanos y la entrega solemne de la espada de los Germanos, tal y como nos indica el profesor Alvarado en su libro “La Ceremonia de armar Caballero y otros estudios.”

También las Partidas de Alfonso X recogen bastantes usos y costumbres de Europa en lo concerniente a la investidura de armas.

Así, en la 2ª Partida en su Ley Primera del Título XXI, se recoge el origen etimológico del concepto “Caballería”, cuyo tenor literal es:

“Caballería fue llamada antiguamente a la compañía de los nobles hombres que fueron puestos para defender las tierras; y por eso le pusieron nombre en latín militia, que quiere tanto decir como compañías de hombres duros y fuertes escogidos para sufrir males, trabajando y penando en pro de todos comunalmente. Y por ello hubo este nombre de cuento de mil, pues antiguamente de mil hombres escogían uno para hacerle caballero, más en España llaman caballería no por razón de que andan cabalgando en caballos, más porque bien así como los que andan a caballo más honradamente que en otra bestia, otrosí los que son escogidos caballeros son más honrados que todos los otros defensores.”

En la Ley Segunda de este mismo Título, se recoge la necesidad de que el Caballero proceda de noble linaje:

“Y por esto sobre todas las otras cosas miraron que fuesen hombres de buen linaje, porque guárdense de hacer cosa por la que pudiesen caer en vergüenza, y porque estos fueron escogidos de buenos lugares y algo por eso los llamaron hijosdalgo, que muestra tanto como hijos de bien. Y en algunos otros lugares los llamaron gentiles, y tomaron este nombre de gentileza, que muestra tanto como nobleza de bondad, porque los gentiles fueron hombres nobles y buenos, y vivieron más ordenadamente que otra gente. Y por eso los hijosdalgo deben ser escogidos, que vengan de derecho linaje de padre y de abuelo hasta en el cuarto grado, a los que llaman bisabuelos. Y esto tuvieron por bien los antiguos, porque de aquel tiempo en adelante no se pueden acordar los hombres, pero cuanto de allí en adelante más de lejos vienen de buen linaje, tanto más de lejos vienen de buen linaje, tanto más crecen en su honra y en su hidalguía.”

En la Ley Tercera también del Título XXI queda recogido el concepto de “Hijodalgo”:

“Hidalguía, según dijimos en la ley antes de esta, es nobleza que viene a los hombres por linaje, y por ello deben mucho guardar los que tienen derecho en ella, que no la dañen ni la mengüen, y pues que el linaje hace que la tengan los hombres así como herencia, no debe querer el hidalgo que él haya de ser de tan mala ventura que lo que en los otros se comenzó y heredaron , mengüe o se acabe en él, y esto sería cuando él menguase en lo que los otros acrecentaron, casando con villana o el villano con hijodalgo. Pero la mayor parte de la hidalguía ganan los hombres por la honra de los padres, pues cuando la madre sea villana y el padre hijodalgo, hijodalgo es el hijo que de ellos naciere, y por hidalgo se puede contar, más no por noble, más si naciere de hijadalgo y de villano, no tuvieran por derecho que fuese contado por hijodalgo.”

Y en la Ley Cuarta, queda recogida la necesidad del caballero de portar armadura y armas para mostrar fortaleza haciendo referencia expresa a la espada:

“Y otrosí como en las armas que el defensor sitúa ante sí para defenderse muestran fortaleza, que es virtud que hace al hombre estar firme a los peligros que le vienen, así en la manzana es toda la fortaleza de la espada, pues en ella se sufre el mango, y el arriaz y el hierro, pues bien, así como las armaduras que viste y las armas con que hiere, y son así como la virtud de la mesura entre las cosas que se hacen de más o de menos de lo que deben, bien a esa semejanza es puesto el arriaz entre el mango y el hierro de ella; y bien otrosí como las armas que el hombre tiene en las manos enderezadas para herir con ellas allí donde conviene, muestran justicia que tiene en sí derecho e igualdad, otrosí lo muestra el hierro de la espada, que es derecho y agudo y taja igualmente de ambas partes.”

De todo lo anteriormente expuesto nace la expresión “armar Caballero” que conlleva la entrega de armas en un ceremonial cuyo acto más significativo será el de ceñir la espada en el “cíngulum militae”, tal era así, que si el caballero era desposeído del honor de serlo, se materializaba el hecho en el acto de cortar dicho cinturón con la consiguiente caída aparatosa de la espada.

Con el tiempo este ceremonial se irá volviendo más complejo y la iglesia tendrá un papel relevante, así el ritual más completo de investidura de armas oficiado por un sacerdote, fue redactado en 1285 por Guillermo de Durand, obispo de Mende, con el título de “benectione novi militis” que tuvo gran aceptación en Europa y fijó el ceremonial de investidura de armas. La intervención de los obispos en la ceremonia de entrega de la espada sirvió para reforzar el estatus de caballero lo que contribuyó a su generalización entre la nobleza.

Nos indica también Alvarado que este fue la fuente principal para la redacción del posterior pontifical romano, efectuado en 1485 por Johannes Burcardus y Augusto Patrizi Piccolomini por orden del Papa Inocencio VIII, que luego Clemente VIII promulgaría como único texto litúrgico válido y obligatorio mediante la Bula “Ex quo in Ecclesia Dei”.

A finales del S. XIII, Alfonso XI de Castilla intentó delimitar la intervención de la iglesia en el ceremonial de investidura del caballero para evitar que esto diera lugar a una dependencia señorial de esta institución.

martes, 24 de mayo de 2022

LA OBTENCIÓN DE LA “MERCED DE HÁBITO” EN UNA ORDEN MILITAR CASTELLANA , CARÁCTER PATRIMONIALIZADOR DE LA MISMA. LA MERCED DOTAL Y EL “PASO DE HÁBITO”.

La obtención de la “merced de hábito” era el primero de los pasos necesarios para ingresar como caballero o religioso en una Orden militar castellana, merced real sin la cual no podía iniciarse el necesario “expediente de pruebas”.

Será la corona la responsable de conceder “la gracia” aunque el Consejo de la Orden se encargará de llevar a cabo la fase inquisitorial del procedimiento, pudiendo asesorar al monarca en la concesión de esta merced que tendrá como finalidad agradecer méritos y servicios prestados. Ha de señalarse, sin embargo, que en algunos momentos dicha concesión quedó en manos de instituciones a las que el rey otorgó licencias para la venta de dichas mercedes ante las necesidades de la corona.

A la “merced de hábito” le precedía el proceso de solicitud de la misma que se remitía directamente al monarca, o se tramitaba a través del Consejo de la Orden, las Cámaras de Castilla o Indias u otras instituciones de menos relevancia, que hacían de intermediarias haciendo llegar al rey las solicitudes recibidas acompañándolas, en algunos casos, de las indicaciones que se estimaban pertinentes.

Recibida la solicitud el rey podía iniciar o no consulta para la toma de decisión. El hecho de que dicha solicitud estuviese tramitada a través de una institución no significaba que si se iniciaba la fase consultiva por parte del monarca, fuese esa misma institución la consultada.

Hemos de señalar, sin embargo, que era el rey el único con potestad para la concesión de la merced y que podía prescindir de dicha consulta optando por la vía ejecutiva a través del Decreto ejecutivo. En los últimos años del reinado de Carlos II y durante la primera mitad del siglo XVIII predominó el Decreto ejecutivo frente a la consulta, lo que no agradaba a Consejos y Cámaras porque les restaban poder y competencias. En los primeros años de reinado de Felipe V se invirtió esta tendencia ya que el joven monarca consultó con asiduidad a Cámaras y Consejos para la toma de decisión.

En el procedimiento de solicitud era importante “el Memorial” cuyo cometido era reflejar y exponer los servicios y méritos del solicitante, tanto propios como heredados. Podían incluirse alguna recomendación de patronazgo o individuo influyente. Tales méritos podían ser la participación en alguna campaña bélica, la pertenencia a algún ilustre linaje, desempeño de cargo u oficio determinado o realizar o haber realizado actividad militar lo que siempre era muy valorado para la obtención de la merced.

El Consejo, si así lo solicitaba el monarca, realizaba una labor de auditoria para comprobar las credenciales y méritos del solicitante, aun así si el informe era desfavorable, no era vinculante a la hora de tomar la decisión y el rey podía optar por la concesión de la merced o por la posibilidad de concederla con posterioridad.

Desestimada la “merced de hábito”, se podía volver a solicitar en cuantas ocasiones se considerara oportuno, asumiendo, eso sí, los costes de las diligencias en la Corte, gastos ordinarios y extraordinarios. Reseñar también, tal y como indica Giménez Carrillo en su tesis doctoral, que el monarca podía otorgar estos honores “motu propio” sin ni siquiera haber realizado la solicitud el futuro agraciado.

Normalmente en el momento de la concesión de la merced no quedaban determinados de manera definitiva ni el hábito de la Orden que se pretendía ni el aspirante a la misma, pudiendo afirmarse por esto que no tenía carácter ni personal ni intransferible ya que el solicitante, el acreedor de los méritos y el beneficiario podían ser diferentes personas. Ejemplo de esto fue Baltasar Tovar en 1695 que recibió una “merced de hábito” para su hijo Manuel Tovar pero transcurridos los años cambió de parecer y decidió beneficiarse el mismo de esta, logrando el hábito en 1707.

Entre los candidatos posibles cabría distinguir entre quienes presentaban méritos familiares y aquellos que lo hacían por méritos personales, también aquellos que sirvieron a la monarquía de una u otra manera. En cualquiera de los casos, y previamente a la presentación de la solicitud, los aspirantes y sus familias debían contar con los medios necesarios para “sostener” la tramitación del consiguiente expediente administrativo hasta la obtención del ansiado hábito, viéndose el linaje familiar recompensado con el ingreso del caballero ya que por esta vía veía abrirse la puerta a la hidalguía y al prestigio social.

Decidido ya el linaje a solicitar la merced, el acceso del pretendiente se iba preparando con mucha antelación incluso antes del nacimiento del posible candidato, se llegó hasta el punto de buscar un matrimonio idóneo para él, que le permitiera cumplir con los requisitos del "expediente de pruebas". Tal es el caso del frey don Álvaro de Ulloa Paredes, cura de Villanueva de la Serena, que remitió una carta a don Diego de Aponte y Aldana haciéndole ver que la familia de su mujer, doña María de Zúñiga Reinoso,

… al ser muy noble no tendrá problemas cuando se hagan las informaciones para el hábito de sus hijos …

Se llegaron a dar casos de “competición” por el honor del hábito entre familias como es el caso del linaje de los Aponte con el linaje de los Topete, ambos oriundos de la villa de Alcántara, para la obtención del hábito de caballero de esta Orden.

Pero la patrimonialización de la “merced de hábito” se materializó cuando empezó a ser recibida como merced dotal para una mujer, generalmente hija, nieta o sobrina, a la que aumentar la dote. Se dieron casos como el de Francisca Gamarra que había presentado como dote matrimonial una merced y, al haber fallecido su marido Juan Espinosa sin llegar a tramitarla, la utilizó para Ignacio Barreda Villalobos con el que contrajo matrimonio en segundas nupcias en 1688.

En el caso de que el marido no desease tramitar la merced para sí mismo, cabía la posibilidad de la venta privada de la misma o incluso la conmutación monetaria por parte del monarca, es decir el carácter dotal lo adquiría la merced cuando era destinada a engrosar la aportación matrimonial de una mujer soltera. También podía ser objeto de sucesión testamentaria pudiendo llegar a ser incluida en la declaración del bienes del causante como cualquier otra propiedad e incluso se dieron casos de permutas de una “merced de hábito” de una Orden Militar castellana por otra de la Orden establecida por Carlos III.

Cabía también la posibilidad del cambio de titularidad de la merced  siempre y cuando no se hubiera hecho uso con anterioridad de esta. Este traspaso se conoció vulgarmente como “paso de hábito” que quedaba desde el punto de vista procedimental únicamente a expensas de la solicitud de la “Cédula de hábito”, todo esto provocó que ceremonias de “toma de hábito” acaecidas bajo el mandato de un monarca procedieran de mercedes otorgadas por monarcas anteriores o que en algunos casos se mantuvieran sin tramitar hasta medio siglo, como el caso de Pedro Maldonado que obtuvo la merced en 1642 y no sería hasta la segunda década del siglo XVIII cuando su biznieto Íñigo José Salcedo Maldonado iniciase el expediente correspondiente para pretender el hábito de la Orden militar de Alcántara

lunes, 9 de mayo de 2022

LA CONCESIÓN DEL HÁBITO AL PRETENDIENTE A CABALLERO EN LA ORDEN MILITAR DE ALCÁNTARA

Es difícil reflejar el número de personas que solicitaron la concesión del hábito de Caballero en esta Orden Militar castellana, y cuántas realmente llegaron a obtenerlo debido a la dificultad para localizar la documentación que acreditaba el procedimiento de solicitud de "merced de hábito", o los memoriales elevados al Rey por los particulares.

También contribuyó poderosamente a esto, la desaparición de los archivos de la Orden custodiados en su sede central sita en el Conventual de San Benito en la villa de Alcántara (Cáceres) durante la Guerra de la Independencia.

El proceso para la toma de hábito de caballero   se iniciaba cuando el Rey, una vez recibida la información sobre la veracidad del memorial del solicitante, decidía si este era merecedor de dicha "merced de hábito". Aceptada la solicitud, se enviaba al Consejo de la Orden un Real Decreto que pondría en marcha el procedimiento administrativo para la obtención del mismo.

Este procedimiento  se dividía en dos fases: 

La primera que se iniciaba con la apertura de tres expedientes a nombre del pretendiente; el del Secretario, el del Escribano de Cámara  y el de Pruebas.

La segunda que abarcaba desde la finalización del expediente de Pruebas hasta que se producía la profesión del caballero, después de un año como caballero novicio.

Además de todo lo dicho, el aspirante al hábito tendría la obligación de asumir unos deberes espirituales y temporales.

Según nos indica el autor A. Álvarez de Araujo y Cuellar en su libro Ceremonial de las Órdenes Militares de Calatrava, Alcántara y Montesa” (Madrid 1893) para tomar el hábito de la Orden militar de Alcántara, el pretendiente deberá tener al menos diez años de edad, no en todas las órdenes militares esta edad será la misma,  y haber superado las pruebas de legitimidad, limpieza y nobleza de sangre, según Bula del Papa Gregorio XV..

El hábito deberá recibirse en el Conventual de San Benito, sin embargo  esto podrá producirse en otro sitio a elección del pretendiente si se cuenta para ello con licencia del Rey.

Antes de recibirlo el aspirante ha de confesar con un sacerdote, preferentemente de la Orden, y comulgar después de haberlo recibido.

En cualquier caso, si  se recibiere este con protestación, cuestionamiento del derecho a recibir el hábito de Caballero por falta de cualidades o los requisitos necesarios para ello, y en algún momento quedare probado que el receptor no goza de las cualidades de nobleza y limpieza de sangre que alega,  podrá verse despojado de él y expulsado de la Orden.

Recibido el hábito, y dentro del año de su aprobación, deberá permanecer el caballero novicio un mes en el convento para aprender y practicar  la Regla de San Benito, Regla Benedictina que Benito de Nursia elaboró a principios del S. VI, destinada a los monjes cuyo principal mandato era “ora el labora. De igual manera deberá aprender y celebrar las ceremonias de la Orden. 

Todos los miembros de la Orden de Alcántara, monjes y caballeros,  quedarán obligados a vivir con arreglo a dicha Regla manteniendo los votos contraídos, observando los ayunos y silencios y rezando "las Horas" reunidos en el Coro.

Deberán asistir también  los caballeros novicio a  los Oficios Divinos y no podrán poseer cabalgadura, ni perros, ni aves, tampoco más de un criado.

La profesión, o confirmación del hábito, no podrá hacerse ante de los diez y siete años de acuerdo con el Concilio de Trento,  Concilio ecuménico de la Iglesia católica desarrollado en periodos discontinuos durante veinticinco sesiones entre los años 1545 y 1563y por supuesto ha de haberse cumplido el año de aprobación o noviciado  previamente.

El que no profesare después de ese año tendrá una pena de cien ducados y otros cien por cada año que pasare sin profesar. 

viernes, 6 de mayo de 2022

“LA PRAGMÁTICA DE LOS ACTOS POSITIVOS” PARA LA OBTENCIÓN DEL HÁBITO DE CABALLERO EN LAS ÓRDENES MILITARES CASTELLANAS. “LINAJUDOS” Y “AGENCIAS DE MEDIACIÓN”

Los “controles de calidad” establecidos por el Consejo de las Órdenes militares castellanas para la concesión de la “merced de hábito” al pretendiente a caballero, entraban en confrontación con la “política clientelar” del monarca, por lo que se le solicitó a este, por parte de la corona, que actuara con tolerancia en las “exigencias de idoneidad” para ingresar en las Órdenes, tanto para aspirantes que servían y apoyaban a la monarquía, como para aquellos  que pudieren ser de utilidad en empresas futuras.

Por esta razón se puso a disposición de este tipo de aspirantes una serie de vías alternativas para que, aún no reuniendo las condiciones exigidas por el Consejo, pudieran llegar a alcanzar el ansiado hábito. Este tipo de pretendiente no era poseedor de un rancio linaje y sin embargo había conseguido un rápido ascenso social a través de cargos ocupados en la administración, el gobierno, el ejército o el comercio y ambicionaba ocupar posiciones de nobleza.

El 19 de febrero de 1623 se produjo un importante hecho; Felipe IV decretó la “pragmática de actos positivos”, que fue confirmada por el Papa Urbano VIII en 1624, lo que supuso la apertura de la puerta de las Órdenes Militares castellanas a los comerciantes. Esta pragmática permitía lograr a un linaje una sentencia en firme que acreditara la nobleza de sus descendientes si éste la demostraba en tres generaciones, o lo que es lo mismo, si obtenía tres actos positivos  y de los tres  que era necesario acreditar, al menos uno debía emanar del Consejo de Órdenes. Como era de esperar esta institución se opuso a tal resolución alegando  que la única manera de certificar la idoneidad para ostentar el hábito era a través de las comprobaciones establecidas, es decir, enviando informantes a los lugares de origen del pretendiente para la obtención de pruebas y testimonios que acreditasen la nobleza e hidalguía del pretendiente y sus ascendientes. No es difícil determinar que esto creó un gran malestar entre los miembros del Consejo que vieron mermadas sus atribuciones.

Los expedientes de pruebas por actos positivos fueron menos voluminosos que los formales, aún así se nombraban informantes quienes recibían los testimonios de estos actos para su comprobación, y realizaban unas breves averiguaciones sobre el pretendiente.

En vano intentó el Consejo que se practicaran las pruebas de los aspirantes con rigor y limpieza. Se produjo un aumento de malas prácticas para la obtención del codiciado hábito y la  proliferación de solicitudes de merced lo que ocasionó el surgimiento de una serie de “personajes” que participaban de manera fraudulenta en las pruebas de honor, tales como falsos testigos, escribanos, archiveros o deshonestos genealogistas creadores de ficticios linajes y falsos blasones .

Se dieron también numerosos casos de archiveros y escribanos que facilitaron información confidencial o la suplantaron o eliminaron. Por todo ello el Consejo de Órdenes determinó que la documentación original debía inspeccionarse en Madrid por sus ministros para comprobar su autenticidad.

Surge en estos inciertos momentos la figura del “linajudo”, profesional con un vasto conocimiento de linajes, que aparece en el momento de la práctica de las pruebas y que en algunos casos se hace acompañar de un falsificador documental. Este individuo aprovecha estos conocimientos para sobornar y extorsionar al pretendiente con la amenaza de aportar pruebas falsas o acusaciones a su expediente de pruebas  en el que participa como profesional.

En principio los “linajudos” eran archiveros con acceso a información comprometida o escribanos con afición genealógica. Con el tiempo se sofisticaron llegando en algunos casos a beneficiarse de un valioso legado que fue pasando de padres a hijos, en un negocio que dejó sustanciosos beneficios.

Fue por esto por lo que Felipe IV prohibió que se acumulara información de linajes, libros, catálogos o registros con penas de quinientos ducados y dos años de destierro. A pesar del decreto emitido, se mantuvieron estas prácticas. Fueron tan conocidas en la sociedad castellana, que algunos pretendientes al hábito llegaron a contactar con estos “linajudos” en busca de acuerdos antes de entregar las genealogías al Consejo, otros por el contrario optaron por no iniciar la tramitación del hábito ante el miedo de caer en manos de alguno  que acabase con su honra o su hacienda, o ambas,  de no ceder al chantaje.

Pero también existieron, tal y como señala Giménez Carrillo, “agencias intermediarias” en la tramitación del hábito sitas en la Corte. Algunos pretendientes acudieron a ellas al tener serías dificultades para lograr la aprobación del Consejo de Órdenes. A tal efecto contaban con una serie de estrategias e instrumentos para lograr que un aspirante pudiera lucir el hábito a pesar de no cumplir con las exigencias de idoneidad o tener alguna mácula en la genealogía. Estas agencias ejercían presión para que fuesen nombrados determinados informantes en los procesos de pruebas o planificaban las testificales que debían evitarse en estos procesos, por no decir que tenían contacto con archiveros y religiosos que permitían acceder a la documentación confidencial que supuestamente custodiaban. En definitiva, el concurso de estas “agencias intermediarias” garantizaba la obtención del hábito al pretendiente.

Estas prácticas tan poco honestas motivaron que el Consejo de Órdenes endureciera fuertemente los requisitos y probanzas para la obtención del hábito. Así en los inicios del siglo XVII, el Consejo se estableció como el principal tribunal ante el que probar la nobleza. Ni siquiera haber sido examinado por la Inquisición suponía garantía de pureza y a pesar de el uso de “atajos” “trucos” o “trampas” para la obtención del hábito de caballero, el expediente de pruebas constituyó un certificado fehaciente y veraz acreditativo de limpieza de sangre  y nobleza de linaje a la hora de obtener el tan preciado hábito de caballero de una Orden militar castellana.