Podríamos decir que las razones por las que se fundó la Orden Militar de Montesa fueron las de expulsar de la península a los musulmanes o cualquiera otras de tipo heroico, pero nada más lejos de la realidad. Jaime II también conocido por “el Justo” rey de Aragón y de Valencia, se propuso crear una Orden militar de carácter nacional para integrar todos los bienes que la extinta Orden del Temple tenía en Valencia y con ello evitar que pasasen a la Orden del Hospital, ofreciendo como sede de ésta el castillo de Montesa. Intentó justificar su propuesta ante el pontífice alegando que:
“No conviene a todo príncipe y señor tener súbditos demasiado poderosos, puesto que el exceso de poder suele provocar la rebelión.”
Pero se da de bruces con la oposición del papa Clemente V que tras la bula otorgada el de 22 marzo de 1312 ordenando la disolución de la Orden templaria, celebrado diez días antes el concilio de Vienne, ordena asignar todos sus bienes a la del Hospital.
Tras la muerte de este papa le sucede Juan XXII y el rey Jaime vuelve a intentarlo enviando una nueva embajada, en esta ocasión compuesta por su conseller Vidal de Vilanova y el obispo de Barcelona. Esta vez no se interrumpieron las negociaciones y tras diversas propuestas de una parte y de la otra, se llega a un acuerdo que queda reflejado en una bula con fecha 10 de junio de 1317 otorgada en Aviñón, y que llevaría el nombre de “Pía matris eclesia” también conocida como “bula de la fundación de la Orden de Santa María de Montesa”.
En ella se promulga además de la fundación de la Orden la recepción, una vez fundada, de todos los bienes de la Orden del Temple en Valencia junto con los bienes que igualmente poseyera en esta la Orden del Hospital, a excepción de los situados en la ciudad de Valencia y en un radio alrededor de media legua.
Cumple su palabra el rey Jaime y dona el castillo de Montesa para la construcción de un convento con intención de que sea su casa matriz, y se acuerda que los montesianos observen la Regla de Calatrava quedando incluidos por tanto en la rama del Cister y recibiendo por ello todos los privilegios de los caballeros calatravos, y dada la naturaleza de su fundación, también los de los templarios y los de los hospitalarios.
Se dispone también que el maestre calatravo envíe diez freiles de su Orden para la instrucción de los nuevos caballeros, y el mandato de que este visite una vez al año Montesa, para asegurarse del cumplimiento de la regla cisterciense.
El papa se reserva el derecho de nombrar al primer maestre, quedando la elección de los posteriores como facultad a los miembros de la nueva Orden reunidos en Capítulo, estableciéndose la condición de que en caso de que quedase vacante el cargo por más de tres meses, sería el maestre de Calatrava junto con uno de los prelados que formaron parte de la embajada del rey ante el papa, los encargados de designarlo. A cambio el monarca pidió que se incorporasen a los bienes de la recién fundada orden, aquellos que los calatravos poseían en la Corona de Aragón, obteniendo un sí del pontífice que contrarió profundamente al maestre de Calatrava, frey García López de Padilla, que entendía que Montesa no era una nueva Orden militar sino una filial de la de Calatrava, pero con maestre y gobierno propios.
Había corrido ya casi todo el año 1318 y aún no se habían cumplido las órdenes papales. Parece ser que frey López de Padilla andaba remiso a cumplirlas, y hubo el rey de quejarse al pontífice para que pudieran llevarse a efecto.
El 22 de julio de 1319 se convocó al comendador mayor de Calatrava Gonzalo Gómez, con facultad de maestre, en la capilla de Santa Águeda del Palacio Real de Barcelona para que diera hábito y profesión a varios caballeros del Hospital, admitiese la prelacía maestral de la Orden a favor de frey Pedro Alegre, abad de Santas Cruces, y celebrase la fundación “en forma y hecho” de la Orden de Montesa. Tras la ceremonia quedó investido primer maestre frey Guillén de E’rill que procedió seguidamente a imponer el hábito a ocho nuevos caballeros.
Poco tiempo disfrutaría el maestre E´rill del cargo porque moría el 4 de octubre de ese mismo año en Peñíscola, siendo nombrado el 27 de febrero de 1320 nuevo maestre frey Arnau de Soler, personaje muy allegado al rey Jaime II y miembro hasta ese momento de la Orden de San Juan del Hospital, que dedicaría los ocho años de su mandato a procurar la inserción social e institucional de la Orden en el Reino de Valencia, y a buscar un perfil propio para esta que nada tuviera que ver con el templario o el hospitalario.
De su gobierno destacan la redacción de las “definiciones” de la Orden, la aplicación del Fuero de Valencia en sus encomiendas y dominios, y la cesión de la bailía de Montcada a Vidal de Vilanova, para premiar su magnífica gestión diplomática ante Juan XXII, que había obtenido como resultado la fundación de la nueva Orden militar.
En una década Montesa había cuadruplicado sus miembros profesos y había conseguido gestionar con solvencia el legado patrimonial recibido. Uno de sus miembros más ilustres fue el propio infante don Jaime, hijo primogénito del rey Jaime II, que renuncia a la Corona en favor de su hermano Alfonso y decide vestir el hábito de los caballeros montesianos, iniciando con este gesto su retirada de la vida política y su entrega y dedicación a la religión y por ende a la Orden.
En un principio el acceso a Montesa era más flexible, en 1393 siendo maestre Berenguer March (1382-1409), este solicita al papa Clemente VII que los miembros que así lo deseen puedan ser armados caballeros según las reglas de caballería. Accede el pontífice a la petición mediante bula del 5 de agosto de 1393, dando lugar esta a una ceremonia de toma de hábito, conocida con el nombre de cruzamiento, que se desarrollará de la siguiente manera:
“...En el capítulo o iglesia donde su hubiere de dar el hábito estará el comendador o caballero que tuviere para esto su comisión asentado en una silla con su manto de choro, y el freile sacerdote en otra...entrará el que ha de tomar el hábito...luego el comendador o caballero ceñirán una espada dorada al caballero novicio y dos personas de hábito le calzarán unas espuelas doradas.
Hecho esto, el novicio hincará ambas rodillas, y el comendador o caballero sacará la espada del novicio de su vaina y tocarle ha con ella en el hombro derecho y en la cabeza y en el hombro izquierdo, diciendo estas palabras:
Dios todopoderoso os haga buen caballero, y Nuestra Señora y los bienaventurados San Benito, San Bernardo y San Jorge sean vuestros abogados. Y todos responderán: Amén...”
Con el tiempo el ingreso en la Orden se fue cerrando y se empezaron a exigir pruebas de nobleza y limpieza de sangre, ya recogidas en los ceremoniales de las otras tres Órdenes militares castellanas.
En un principio Montesa utilizó como insignia la de Calatrava, pero con la fusión con la Orden de San Jorge de Alfama en 1400, pasa a utilizarse la cruz roja de la del santo enfondada en la cruz flordelisada en sable de la de Santa María, este color en heráldica representa la prudencia, la simplicidad y la sabiduría, simbolizando la nueva venera la compenetración de ambas instituciones militares, y a partir de ese momento empieza a denominarse Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama, luciendo sus caballeros la nueva venera bordada en la parte izquierda del pecho y sobre el lado también izquierdo del manto de coro.
El nuevo hábito de caballero constará de un escapulario, que se llevará pegado a la piel, como símbolo de espiritualidad y desapego de las cosas materiales. El manto capitular quiere representar el recogimiento, la humildad y la obediencia. Los cordones que rodeaban el cuello serán símbolo de compromiso y lazos de unión con Dios. El birrete cubrirá la cabeza en señal de respeto y los guantes guardarán la desnudez de las manos. El birrete del caballero novicio será de color blanco con los vivos también en blanco, el del caballero profeso será blanco con los vivos en rojo y el de las dignidades de la Orden de color negro con los vivos también en rojo, sufriendo la uniformidad de este hábito diversas variaciones hasta llegar a nuestros días.
Con el resurgimiento de Montesa se convierte el cargo de maestre en deseado objetivo para muchas familias de la nobleza valenciana, que no dudaron para alcanzarlo en utilizar armas como el dinero y la influencia política. Tal es el caso de la familia Borja, posteriormente conocida como Borgia, de indiscutible relevancia histórica. Varios de sus miembros fueron comendadores de esta Orden manteniendo una estrecha relación con ella durante el Renacimiento, hasta el punto de que en la actualidad es reconocida la influencia de esta poderosa familia valenciana en la arquitectura y el arte de los edificios de la Orden.
Hubo un hecho relevante que propició la entrada de la familia Borja en la Orden militar. El sábado 5 de abril de 1544, después de un agotador Capítulo de más de quince horas, es elegido decimocuarto y último maestre de la Orden montesiana Pedro Luis Galcerán de Borja, que resulta investido a pesar de contar con tres votos menos que su rival el anciano clavero frey Guerau Bou.
Esta contienda entre los dos aspirantes no era más que la punta del iceberg de un conflicto de mayor trascendencia. La influyente familia, con la inapreciable ayuda de Roma, estaba disputando el maestrazgo de Montesa a la monarquía española. No parecía razonable esta pretensión, consumada la incorporación a la Corona de los maestrazgos de las otras tres Órdenes militares castellanas a finales del S. XV, pero eran muy conscientes los Borja de los acaudalados frutos de las encomiendas, de los distinguidos caballeros que militaban en las filas de esta Orden, y de la suculenta renta maestral que superaba los cinco mil ducados anuales.
Juan de Borja y Enríquez, duque de Gandía, había maniobrado en Roma aprovechando el ascenso al papado de Alejandro Farnesio, Paulo III, y el fruto de esta sutil estrategia fue el nombramiento de comendador mayor de la Orden a favor de su hijo Enrique de Borja y Aragón de diecisiete años, hecho este a espaldas de la Orden, en claro camino de ascenso al aspirado cargo de maestre.
Sin embargo, no llegó a alcanzar el hijo del duque el deseado maestrazgo porque fue promocionado a cardenal al morir su hermano Rodrigo, y esto le obligó a traspasar los derechos adquiridos en la Orden a su medio hermano Pedro Luís Galcerán, niño por entonces de 12 años.
Muere en 1543 el duque Juan de Borja y Enríquez, siendo el candidato Pedro Luís todavía menor de edad, por lo que se ve obligado a tomar las riendas del “aspirantazgo” el sobrino de Enríquez, Francisco de Borja, que acude nuevamente a Su Santidad para que interceda en la causa, consiguiendo del pontífice que el viejo clavero ceda en sus pretensiones, a pesar de contar con más votos, a favor del menor.
Se convertiría Galcerán y Borja en un peculiar maestre que conseguiría alterar los principios priores de la Orden apoyados en los votos de castidad, pobreza y obediencia al contraer matrimonio en 1558, abriendo con ello la puerta al casamiento a los caballeros montesianos, sometiendo este al permiso del maestre, circunstancia que acabó por ratificar la Santa Sede en bulas despachadas en 1584 y 1588.
Los intereses de la poderosa familia Borja habían prevalecido sobre los de la Corona. No quiso el emperador Carlos V oponerse a la intercesión papal y cedió consciente de que no era inteligente enfrentarse a Paulo III, por lo que el maestrazgo de Galcerán se prolongó durante casi medio siglo, provocando en muchos momentos la preocupación de su hijo el ya rey Felipe II, que contempló como el maestre Borja esquilmaba y saqueaba las arcas de la Orden en su beneficio por considerarlas patrimonio personal, y hubo de presionarlo en numerosas ocasiones para que, en 1592, terminara por “ceder” el maestrazgo a la Corona, eso sí, por un exorbitado precio. Para entonces ya la Orden había sufrido un irrecuperable deterioro.
Finaliza así un largo proceso iniciado por los Reyes Católicos, cuyo objetivo no era otro que incorporar Santiago, Calatrava y Alcántara a la Corona de Castilla y Montesa a la de Aragón. A partir de ese momento Montesa pasa a ser gobernada a través de un lugarteniente general, caballero de hábito en quién delegaba el rey su jurisdicción, y que necesariamente debía residir en el reino de Valencia. A partir de la supresión de los Fueros valencianos, en 1707, se suprime este cargo pasando la competencia de gobernación al Consejo de Órdenes.
A partir de entonces y hasta el día de hoy, las cuatro Órdenes militares han quedado reducidas a corporaciones nobiliarias de caballeros amparadas por la monarquía al unificarse los cuatro maestrazgos en la figura del rey, y eclesiásticamente en la figura del obispo de Ciudad Real que ejerce el cargo honorífico de obispo-prior de todas ellas.
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