miércoles, 27 de agosto de 2025

TRAICIONES Y VENGANZAS EN LA CASTILLA DE LA EDAD MEDIA ¿UN JUEGO DE TRONOS MEDIEVAL?

 

PARTE II

Narra la parte primera de este relato las andanzas amorosas del rey Pedro I que después de enamorarse perdidamente de María Padilla, la dejó para casarse con Juana de Castro en 1374 y de cuyo matrimonio nació un hijo varón y aun así, la abandonó pocos meses después del enlace para volver a su antigua vida amorosa plagada de amantes y de hijos ilegítimos.

No cabe duda de que con estas y otras andanzas, además del innumerable número de muertos que dejó a su paso en cada alzamiento, iba engrosando la ya enconada lista de enemigos que esperaban el momento de vengarse del que tenían por un desalmado y despiadado soberano; pero de todos ellos el odio mayor lo despertó en su hermanastro Enrique de Trastámara, que no le perdonó que instigara o al menos permitiera bajo su reinado la ejecución de su madre, Leonor de Guzmán.

Pedro por su parte también tenía cuentas pendientes con su medio hermano cuya madre y el favoritismo que el rey Alfonso XI sentía por ella hicieron que repudiara a la suya, María de Portugal, dejándole a él durante toda su infancia y adolescencia fuera de la corte en el Alcázar de Sevilla, criado y educado por Vasco Rodríguez de Cornago, maestre de la Orden de Santiago.

Sus hermanastros sin embargo crecieron gozando de la presencia de su padre el rey, que vivió con Leonor veintitrés años, y que los agasajó con posesiones y títulos nobiliarios. Así a Enrique le fue otorgado el condado de Trastámara y Fadrique, su hermano gemelo, llegó a ser gran maestre de la orden santiaguina.

Esta inquina entre hermanos provocó que en los primeros años de reinado de Pedro I sus hermanastros Enrique, Fadrique, Sancho y Tello se levantasen en armas contra él, y a pesar de que en 1352 Enrique le hizo creer que estaba arrepentido y rogó su perdón, que obtuvo, poco tardó en provocar nuevos alzamientos, esta vez apoyados por la nobleza que había perdido el favor real con Alburquerque a la cabeza. Las órdenes militares se dividieron en este enfrentamiento entre el rey y sus adversarios contando el soberano con el apoyo de maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, la neutralidad del maestre de la Orden de Alcántara, Ferrán Pérez Ponce, que no quiso involucrarse en el conflicto y la absoluta hostilidad del maestre de la Orden de Santiago, que no era otro que su hermanastro Fadrique Alonso.

Hubo de sofocar la rebelión el monarca con mercaderes y la baja nobleza que todavía estaba de su lado, acabando de manera brutal y despiadada con los levantiscos nobles conspiradores, y de entre ellos con el valido y privilegiado de su madre Juan Alfonso de Alburquerque.

Con estos hechos consolidaba el controvertido soberano sus sobrenombres de “el Cruel” o “el Justiciero” dependiendo del juicio del juglar que narrase la crónica del alzamiento en la plaza del pueblo. Pero como quiera que fuere contada esta historia, siempre acababa con Enrique huyendo a refugiarse a Francia, y sin embargo este no fue su final porque cuando Pedro I se enfrentó a Pedro IV declarando la guerra a  Aragón, conocida por el nombre de “La Guerra de los dos Pedros” que duró de 1336 a 13339, utilizando como pretexto un incidente naval entre la flota aragonesa y naves genovesas, Enrique de Trastámara luchó junto a Pedro IV obteniendo victorias significativas como la de “La batalla de Araviana”,  debilitando con ello enormemente la posición de su hermanastro y fortaleciendo la suya en su pugna por el trono castellano.

El conflicto terminó con la muerte de Pedro I en 1339, asesinado por su hermano Enrique, que ascendió al trono Como Enrique II de Castilla conocido con el sobrenombre de “el Fratricida”.

Pero hasta el asesinato del rey a manos de su hermanastro estuvo motivado por el tremendo odio que se profesaron en muchos años de enemistad.  Y es que aceptada la derrota por el soberano, trató de huir del Castillo de Montiel contando para ello con la inesperada ayuda del francés Bertrand du Guesclin, que simuló favorecer su salida aprovechando un descuido de los franceses, pero este no era más que otro acto de felonía propiciado por Enrique que lo esperaba a las afueras del castillo, y que sin compasión ni posibilidad de defensa alguna ajustició al hijo de su mismo padre, cercenando con ello cualquier posibilidad de acuerdo de paz posterior entre dos ramas del mismo linaje.

Y es que en estas luchas intestinas entre hermanos siempre fueron los mismos los vencedores; aquellos ricoshombres que no tuvieron ningún tipo de pudor en situarse de un lado o de otro, siempre en pro de su riqueza y sus privilegios.

Es de suponer que estas conspiraciones y deslealtades tan viejas como el mundo siguieron rigiendo por encima de reyes, estirpes o linajes y ejemplo de ello fue el reinado de Juan II, biznieto de Enrique de Trastámara y padre entre otros de Enrique IV e Isabel “la Católica”, cuyo valido, Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre de la Orden de Santiago, sufrió en sus propias carnes el arbitrario descrédito y la pérdida de confianza de un rey voluble e indolente, mal e intencionadamente aconsejado por envidiosos cortesanos ávidos de poder para  los que el privilegiado  había caído en desgracia.

fue el propio Juan II quien ordenó la detención y ejecución de su valido en 1453, acusándole de usurpación del poder y apropiación de rentas reales, después de casi cuatro décadas a su servicio. No le perdonaron sus enemigos al valido el poder casi absoluto que acumuló durante el reinado del monarca ni la dependencia que este tenía de Luna, y movieron los hilos hasta conseguir que el rey ordenara su detención y fuera juzgado en un proceso que más que un juicio fue una farsa. Le cortaron la cabeza en Valladolid el 2 de junio de1453 siendo su cadáver decapitado enterrado en la Iglesia de San Andrés de Burgos, donde se daba sepultura a los criminales.

Su patrimonio fue objeto de rapiña y su memoria defenestrada por terribles coplillas como esta:

 

Pues aquel gran condestable

maestre que tuvimos tan privado,

No cumple que de él se hable

sino sólo que le vimos degollado.

Sus infinitos tesoros,

sus villas y lugares,

su mandar.

¿Qué le fueron sino lloros?

¿Qué fueron sino pesares al dejar?

 

Sólo el tiempo se encargó de devolver la honra a su memoria cuando sus restos fueron trasladados a Toledo y enterrados en la Capilla del Condestable.

Juan II de Castilla consumido por los remordimientos sobrevivió apenas un año a su amigo y consejero, elevando con su muerte al trono a su hijo el inconstante y errático Enrique IV.

Pero esa historia ya la he contado.


Narra la parte primera de este relato las andanzas amorosas del rey Pedro I que después de enamorarse perdidamente de María Padilla, la dejó para casarse con Juana de Castro en 1374 y de cuyo matrimonio nació un hijo varón y aun así, la abandonó pocos meses después del enlace para volver a su antigua vida amorosa plagada de amantes y de hijos ilegítimos.

No cabe duda de que con estas y otras andanzas, además del innumerable número de muertos que dejó a su paso en cada alzamiento, iba engrosando la ya enconada lista de enemigos que esperaban el momento de vengarse del que tenían por un desalmado y despiadado soberano; pero de todos ellos el odio mayor lo despertó en su hermanastro Enrique de Trastámara, que no le perdonó que instigara o al menos permitiera bajo su reinado la ejecución de su madre, Leonor de Guzmán.

Pedro por su parte también tenía cuentas pendientes con su medio hermano cuya madre y el favoritismo que el rey Alfonso XI sentía por ella hicieron que repudiara a la suya, María de Portugal, dejándole a él durante toda su infancia y adolescencia fuera de la corte en el Alcázar de Sevilla, criado y educado por Vasco Rodríguez de Cornago, maestre de la Orden de Santiago.

Sus hermanastros sin embargo crecieron gozando de la presencia de su padre el rey, que vivió con Leonor veintitrés años, y que los agasajó con posesiones y títulos nobiliarios. Así a Enrique le fue otorgado el condado de Trastámara y Fadrique, su hermano gemelo, llegó a ser gran maestre de la orden santiaguina.

Esta inquina entre hermanos provocó que en los primeros años de reinado de Pedro I sus hermanastros Enrique, Fadrique, Sancho y Tello se levantasen en armas contra él, y a pesar de que en 1352 Enrique le hizo creer que estaba arrepentido y rogó su perdón, que obtuvo, poco tardó en provocar nuevos alzamientos, esta vez apoyados por la nobleza que había perdido el favor real con Alburquerque a la cabeza. Las órdenes militares se dividieron en este enfrentamiento entre el rey y sus adversarios contando el soberano con el apoyo de maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, la neutralidad del maestre de la Orden de Alcántara, Ferrán Pérez Ponce, que no quiso involucrarse en el conflicto y la absoluta hostilidad del maestre de la Orden de Santiago, que no era otro que su hermanastro Fadrique Alonso.

Hubo de sofocar la rebelión el monarca con mercaderes y la baja nobleza que todavía estaba de su lado, acabando de manera brutal y despiadada con los levantiscos nobles conspiradores, y de entre ellos con el valido y privilegiado de su madre Juan Alfonso de Alburquerque.

Con estos hechos consolidaba el controvertido soberano sus sobrenombres de “el Cruel” o “el Justiciero” dependiendo del juicio del juglar que narrase la crónica del alzamiento en la plaza del pueblo. Pero como quiera que fuere contada esta historia, siempre acababa con Enrique huyendo a refugiarse a Francia, y sin embargo este no fue su final porque cuando Pedro I se enfrentó a Pedro IV declarando la guerra a  Aragón, conocida por el nombre de “La Guerra de los dos Pedros” que duró de 1336 a 13339, utilizando como pretexto un incidente naval entre la flota aragonesa y naves genovesas, Enrique de Trastámara luchó junto a Pedro IV obteniendo victorias significativas como la de “La batalla de Araviana”,  debilitando con ello enormemente la posición de su hermanastro y fortaleciendo la suya en su pugna por el trono castellano.

El conflicto terminó con la muerte de Pedro I en 1339, asesinado por su hermano Enrique, que ascendió al trono Como Enrique II de Castilla conocido con el sobrenombre de “el Fratricida”.

Pero hasta el asesinato del rey a manos de su hermanastro estuvo motivado por el tremendo odio que se profesaron en muchos años de enemistad.  Y es que aceptada la derrota por el soberano, trató de huir del Castillo de Montiel contando para ello con la inesperada ayuda del francés Bertrand du Guesclin, que simuló favorecer su salida aprovechando un descuido de los franceses, pero este no era más que otro acto de felonía propiciado por Enrique que lo esperaba a las afueras del castillo, y que sin compasión ni posibilidad de defensa alguna ajustició al hijo de su mismo padre, cercenando con ello cualquier posibilidad de acuerdo de paz posterior entre dos ramas del mismo linaje.

Y es que en estas luchas intestinas entre hermanos siempre fueron los mismos los vencedores; aquellos ricoshombres que no tuvieron ningún tipo de pudor en situarse de un lado o de otro, siempre en pro de su riqueza y sus privilegios.

Es de suponer que estas conspiraciones y deslealtades tan viejas como el mundo siguieron rigiendo por encima de reyes, estirpes o linajes y ejemplo de ello fue el reinado de Juan II, biznieto de Enrique de Trastámara y padre entre otros de Enrique IV e Isabel “la Católica”, cuyo valido, Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre de la Orden de Santiago, sufrió en sus propias carnes el arbitrario descrédito y la pérdida de confianza de un rey voluble e indolente, mal e intencionadamente aconsejado por envidiosos cortesanos ávidos de poder para  los que el privilegiado  había caído en desgracia.

fue el propio Juan II quien ordenó la detención y ejecución de su valido en 1453, acusándole de usurpación del poder y apropiación de rentas reales, después de casi cuatro décadas a su servicio. No le perdonaron sus enemigos al valido el poder casi absoluto que acumuló durante el reinado del monarca ni la dependencia que este tenía de Luna, y movieron los hilos hasta conseguir que el rey ordenara su detención y fuera juzgado en un proceso que más que un juicio fue una farsa. Le cortaron la cabeza en Valladolid el 2 de junio de1453 siendo su cadáver decapitado enterrado en la Iglesia de San Andrés de Burgos, donde se daba sepultura a los criminales.

Su patrimonio fue objeto de rapiña y su memoria defenestrada por terribles coplillas como esta:

 

Pues aquel gran condestable

maestre que tuvimos tan privado,

No cumple que de él se hable

sino sólo que le vimos degollado.

 Sus infinitos tesoros,

sus villas y lugares,

su mandar.

¿Qué le fueron sino lloros?

¿Qué fueron sino pesares al dejar?


Sólo el tiempo se encargó de devolver la honra a su memoria cuando sus restos fueron trasladados a Toledo y enterrados en la Capilla del Condestable.

Juan II de Castilla consumido por los remordimientos sobrevivió apenas un año a su amigo y consejero, elevando con su muerte al trono a su hijo el inconstante y errático Enrique IV.

Pero esa historia ya la he contado.





 

 


domingo, 24 de agosto de 2025

TRAICIONES Y VENGANZAS EN LA CASTILLA DE LA EDAD MEDIA, ¿UN JUEGO DE TRONOS MEDIEVAL?


PARTE I



No es difícil imaginar lo acontecido en aquellos reinos españoles en la época medieval en los que el poder lo era todo hasta el punto de que matar a sangre fría a tu hermano o conspirar contra tu padre podría estar justificado, si ello implicaba heredar la Corona o ascender a los más altos escalafones de la Nobleza.

Buen ejemplo de ello fue Castilla donde personajes como Enrique de Trastámara, Pedro I o Álvaro de Luna pusieron al reino castellano en el pico más alto de conspiraciones, deslealtades e intereses enfrentados entre miembros del mismo linaje, y por lo tanto de la misma sangre.

Pero no hemos de olvidar que esta historia tuvo un comienzo que bien pudiera ser, o no, el conflicto por la sucesión al trono y el rechazo a las decisiones paternales de Alfonso X y su hijo Sancho.

En 1274 el rey Alfonso había señalado a su primogénito el infante Fernando de la Cerda como sucesor al trono, pero este muere prematuramente en 1275 en la actual Ciudad Real a la edad de veinte años, generando con ello un tremendo conflicto sucesorio.

Su padre, el rey Sabio, había puesto en marcha un plan unificador y codificador de leyes a través de un cuerpo normativo que culminaría en sus célebres Siete Partidas, y estas modificaban la línea sucesoria establecida hasta ese momento.

Consuetudinariamente en Castilla si moría el primogénito era su hermano mayor de edad el aspirante al trono, pero con la entrada en vigor de Las Partidas estos derechos sucesorios pasaban a corresponder a los hijos del fallecido, es decir a los hijos del infante de la Cerda, dejando sin posibilidades de reinar a su hermano Sancho al que en un primer momento su padre había señalado como su sucesor en caso de fallecimiento del primogénito.

Ni que decir tiene que el "desentronado" Sancho entabló una furibunda lucha contra su progenitor para defender lo que entendía como su legítimo derecho; pero el rey de Francia, Felipe III, tío de los hijos del infante de la Cerda, presionó al rey castellano para que cumpliera con lo establecido en Las Partidas, y ante la rebelión de su hijo Sancho optó por desheredarlo.

A gran parte de la nobleza castellana esta drástica decisión le pareció injusta y apoyaron a Sancho, quedándose el rey Alfonso apoyado únicamente por Murcia, Badajoz y Sevilla y aunque durante el resto de su reinado recuperó parte de los apoyos perdidos, a su muerte en 1284, y sin respetar su voluntad, Sancho fue coronado como Sancho IV de Castilla en Toledo.

El reinado de Alfonso XI, nieto de Sancho IV, también fue paradigma de lo que aquí se narra.

Nacido el monarca en la ciudad de Salamanca en 1311, ya hubo de sufrir apenas con un año de vida la extraña muerte de su padre, Fernando IV “el Emplazado”, debiendo tomar por ello las riendas de la regencia su abuela María de Molina hasta su ascenso al trono al alcanzar la mayoría de edad, que entonces era a los catorce años, en 1325.

Durante su infancia se había buscado entre las niñas de la nobleza castellana e incluso de la realeza portuguesa una candidata idónea. Resultó ser Constanza Manuel de Villena y Barcelona hija del poderoso infante don Juan Manuel, autor de “El Conde Lucanor”, que contaba tan solo con nueve años cuando las Cortes de Valladolid ratificaron el matrimonio, el novio apenas había cumplido los catorce.

A pesar de su juventud el rey Alfonso XI daba claras muestras de autoritarismo, vehemencia y promiscuidad y no le tembló el pulso a la hora de poner fin a las tretas de algunos nobles levantiscos que pretendieron hacer saltar la Corona de Castilla por los aires. Entendía que para mantenerse en el trono debía establecer lazos más robustos con Portugal y para ello no dudó un momento en proponerle matrimonio a la hija del rey luso Alfonso IV y de la reina Beatriz de Castilla, después de repudiar a la joven e inocente Constanza alegando que no se había llegado a consumar el matrimonio, consiguiendo con ello que este enlace fuese anulado por la Iglesia.

Poco le importó despertar con ello las iras del infante don Juan Manuel, que no parecieron arredrar al joven monarca, porque se negó a entregar a la repudiada esposa a su progenitor.

En 1328 contrae nuevas nupcias con María de Portugal y de este enlace nacerán dos hijos y de entre ellos el futuro rey Pedro I, conocido por sus detractores como “el Cruel”, y a pesar de ello pronto se cansará de su segunda esposa y empezará a marginarla en favor de la joven y guapa Leonor de Guzmán, cuya belleza y personalidad harán enloquecer al monarca castellano. No preocupó mucho al soberano incrementar su lista de suegros agraviados con ganas de venganza.

La fascinante Leonor era además bastante fértil y dio a luz una decena de vástagos, no todos sobrevivieron pero los que lo hicieron entablarían posteriormente encarnizadas luchas por el trono castellano con el descendiente legítimo Pedro; tal es el caso de su hermanastro Enrique II que fue el fundador de la Casa Trastámara.

También demostró la taimada Leonor ser inteligente porque no quiso enfrentarse a la repudiada María, incluso fingió no conocer ese repudio, pero fue situando a sus hijos en lugares preferentes a la hora de aspirar al trono, demostrando gran perspicacia y habilidad política, convirtiéndose con ello en una de las mujeres más poderosas e influyentes de Europa.

Sin embargo, y a pesar de la marginación sufrida, María de Portugal también encontró la manera de mover los hilos de forma determinante en favor de su hijo y futuro rey Pedro I.

Era de esperar que, a pesar de la discreta postura de Leonor, cuando murió Alfonso XI en el asedio y sitio de Gibraltar, en 1350, víctima de la peste, la reina María “levantase sus armas” contra Leonor en defensa de los derechos dinásticos de su hijo Pedro, declarándola su enemiga acérrima, y junto a su favorito Juan Alfonso de Alburquerque ejerció una verdadera regencia en los primeros años de reinado de su hijo, intentando durante todo este tiempo apartar de todo atisbo de poder a los hijos de su rival.

Leonor intentaba mover sus fichas con destreza en esta intrincada partida de ajedrez con María de Portugal, y maniobró astutamente para casar a su hijo Enrique con Juana Manuel de Villena, otra de las hijas del poderoso infante don Juan Manuel. Sin embargo, no estuvo sagaz a la hora de calibrar hasta qué punto iba a irritar a la reina madre este movimiento, y acabó encarcelada en el Castillo de Carmona y posteriormente en el de Talavera de la Reina donde sería ejecutada en 1351, a la edad de treinta y un años. Aunque nunca pudo probarse, es más que probable que la orden de ejecución saliera de los labios de la reina María.

Después de tan terrible acontecimiento, y como era de prever, se desata la guerra entre los partidarios del rey Pedro I y los de su hermanastro Enrique, por lo que para afianzar en el reinado al nuevo rey la reina madre y su valido, apoyados por el papa Clemente VI, entienden necesarios reforzar los lazos con Francia y acuerdan un matrimonio de conveniencia entre Pedro I y Blanca de Borbón, hija del segundo duque de Borbón, cuya dote matrimonial quedaría fijada en trescientos mil florines.

El 3 de junio de 1353 se celebra el matrimonio en Valladolid después de no pocas dilaciones de sus Cortes, que no acababan de estar de acuerdo con el enlace, aunque la razón económica fue determinante para la obtención de la sanción final. Poco duraría esta unión de conveniencia debido fundamentalmente a la falta de interés de los contrayentes, pero también fue relevante el que Francia no cumpliera con el pago de la dote de la novia.

El monarca empezó a mostrar interés por una joven, María de Padilla, hija de un noble castellano cuya influencia determinó que el soberano apoyara a la baja nobleza castellana en detrimento de los de más alta alcurnia a cuya cabeza se encontraba el valido Alburquerque, que empezaba a caer en desgracia y había perdido gran parte de su antiguo poder. Esta determinación del rey de situarse al lado de la baja nobleza provocó una revuelta de aquellos otros altos nobles descontentos con sus innovadoras reformas, que acaba por elevarlos de nuevo al poder, pero que proporciona al monarca un nuevo sobrenombre, el de “el Justiciero”, entre sus defensores a pesar de no haber obtenido los ansiados objetivos.

Y sin embargo y pese a la pasión que María Padilla había despertado en el impetuoso monarca, Pedro I se casa dos años después de haber conocido a esta con Juana de Castro.


Pero esta historia bien vale una segunda parte.

domingo, 3 de agosto de 2025

ANA BOLENA, LA OBSESIÓN DE ENRIQUE VIII

 


“DEL TRONO AL PATÍBULO”

¡CUIDADO CON EL KARMA!


Quizás no fue consciente nuestro personaje de hasta qué punto “se estaba jugando el físico” o quizás confió demasiado en ella y en sus “artes” o malas artes, pero lo cierto y verdad es que sin verlo venir esta bella mujer acabó dando con sus huesos en el patíbulo y no quiero con esto que esta sea una historia Real muy real que empezó por el final.

Ana Bolena – Anne Boleyn – nació en 1501 0 1507, no se sabe a ciencia cierta, en Hever Castle en Kent en el seno de una familia inglesa aristocrática y acomodada; sus padres fueron Tomas Boleyn e Isabel Howard, ambos pertenecientes a familias de rancio y flemático abolengo. El padre de Ana era un reputado diplomático muy conocido por su facilidad para los idiomas y altamente respetado por el rey Enrique VIII al que había honrado con sus servicios en numerosas ocasiones, también a su padre Enrique VII que lo envió al extranjero en misiones diplomáticas con excelentes resultados.

Fue educada con esmero bajo el auspicio de Margarita de Austria en los Países Bajos y posteriormente en Francia siendo dama de la reina Claudia de Valois, lo que la enseñó a moverse en los selectos ambientes diplomáticos europeos como pez en el agua. Además de una carismática y refinada mujer de armoniosa belleza, profundos ojos negros y larga melena oscura, era una dama inteligente, culta y docta en música y danzas que además tocaba maravillosamente varios instrumentos, cantaba muy bien y era una excelente bailarina, lo que la convertía en una mujer altamente odiable por cualquiera otra insegura, envidiosa o las dos cosas.

Parece ser, aunque no está probado, que sufría polidactilia, tenía seis dedos, en la mano izquierda y un enorme lunar o marca de nacimiento en el cuello, que se esmeraba en ocultar con joyas. Ambos rasgos físicos fueron interpretados por sus detractores como símbolos del diablo.

Era pequeña de estatura, pero grácil y aparentemente frágil lo que otorgaba a su figura una apariencia etérea a la que sabía sacar partido con una neutra pero firme elegancia. Sus enemigos decían de ella, sin embargo, que era extravagante, rencorosa, malhumorada, ambiciosa y neurótica.

En marzo de 1522 Catalina de Aragón había dejado de participar en la vida de la corte durante algún tiempo. Estaba sumida en una terrible depresión; todos sus hijos varones nacían muertos o habían fallecido prematuramente y además había sufrido varios abortos; sólo la pequeña princesa María parecía querer sobreponerse al tiempo e iba creciendo sin demasiados problemas de salud. Soportaba la reina a duras penas la preocupación e impaciencia de su marido por tener un hijo varón heredero al trono, que asegurara la continuidad de la dinastía Tudor y evitara con ello una guerra civil.

Una noche de ese frío mes debutó la cautivadora Ana Bolena en un baile de disfraces en palacio, interpretando junto a su hermana María, que había sido amante del rey, una sugerente danza que fascinó a todos los presentes, sobre todo al monarca que no había reparado hasta ese momento en la sofisticada belleza de una de las damas de compañía de la reina Katherine, su mujer. Pasó desde esa noche a ser la mujer más deseada y envidiada de la corte. Todos buscaban su compañía, pero ella buscaba la del rey. Sin embargo, cuando él se acercó con la intención de hacerla su amante ella lo rechazó con mucha sutileza, lo que provocó en el monarca un interés por ella aún mayor; ¡estaba perdido! había caído en una red tejida con paciencia y mucha dosis de inteligencia.

Ana Bolena se convirtió en una obsesión para Enrique VIII que le escribía cartas manifestando su pasión por ella y sus ganas de tenerla en su real cama; Ana se mostraba cariñosa pero distante, no se iba a conformar con ser su amante. Esto volvía aún más loco al regente que llegó a concederle en 1532 el marquesado de Pembroke, título hereditario propio sin dependencia de varón, que era la primera vez que se otorgaba a una mujer soltera; hecho insólito en aquella época.

Con el título llegaron cuantiosos ingresos y un lugar destacado en la corte inglesa; el rey veía cada vez más cerca la posibilidad de hacerla su esposa y empezaba a hacer desplantes y desaires a su esposa Catalina sin ningún tipo de tacto ni recato. No contaba el monarca con que su deseo por Ana Bolena se iba a topar con la negativa del papa a bendecir ese nuevo matrimonio, y lo que empezó siendo un conflicto conyugal acabó convirtiéndose en una revolución que cambiaría la historia de Europa para siempre. No hemos de olvidar que la reina Catalina había estado casada con anterioridad con el hermano mayor de su marido, el príncipe Arturo, y que este matrimonio había sido aprobado por el papa. Aunque Catalina sostenía que el matrimonio con su primer marido no había llegado a consumarse por lo que podía anularse sin problema, el rey Enrique sostenía que hubo consumación y por tanto el que era nulo o anulable era el suyo y para fundamentar su tesis se apoyaba en un pasaje de la Biblia:

“Si un hombre toma a la mujer se su hermano, será una abominación; serán sin hijos”

(Levítico 20-21)

A pesar de que el monarca buscó todo tipo de argumentos legales, académicos y religiosos el papa Clemente VII no cedió no tanto por el tema religioso más por el miedo a las represalias del emperador Carlos V, que era sobrino carnal de la reina Catalina ya que su madre Juana de Castilla era su hermana, que ya había invadido Roma en 1527. No se atrevió el santo padre a plantarle cara abiertamente al rey, pero sí fue dándole largas. Enrique cansado de que Su Santidad no acabara de tomar una decisión que le fuera satisfactoria decidió romper con Roma y alejar a Inglaterra de su control y para ello se apoyó en Cranmer, un teólogo con ideas reformistas al que posteriormente nombraría arzobispo de Canterbury, que ese mismo año, 1534, declaró nulo su matrimonio con la reina Catalina. Previamente, El 23 de mayo de1533, se había reunido un tribunal en Dunstable para validar la unión entre el rey y Ana Bolena.

Abrazaba ahora el rey la Iglesia Anglicana; tanto fue así que se autoproclamó mediante el Acta de Supremacía jefe y cabeza de la misma estableciendo el anglicanismo como religión oficial de Inglaterra, dando con ello al pontífice una poco católica patada en sus santas posaderas.

Ya llevaba un tiempo la Bolena comportándose como una reina, se sentaba en el asiento destinado a Catalina en los banquetes, lucía suntuosas joyas y espléndidos vestidos púrpura, color destinado a la realeza, y hacía que la servidumbre se inclinara en reverencia a su paso. Pocos sabían que ya había contraído nupcias con el rey un año antes, y una vez declarado nulo el matrimonio de su adorado Enrique con Catalina de Aragón no había impedimento alguno para su coronación.

Superó la suya en fastos a la de sus predecesoras, ahora solo faltaba darle un hijo varón al rey y su posición y el poder de los Bolena se consolidaría sin fisuras a la vez que se aseguraba la continuidad de la dinastía Tudor. Pronto se anunció el embarazo.

Todo trascurría con la normalidad prevista también los escarceos del rey con otras mujeres ante el embarazo de la reina, pero mientras que las anteriores consortes los habían aceptado con regia resignación la Bolena afeó la conducta al monarca con calificativos que lo disgustaron profundamente; no contribuyó a apaciguar los ánimos el nacimiento no del ansiado varón sino de otra niña, la futura Isabel I.

El desánimo del monarca iba en aumento, y sin embargo era necesario asegurar el nuevo matrimonio frente a Roma por lo que otorgó la sucesión a su recién nacida hija Isabel en detrimento de su otra hija, María hija de Catalina, declarando además en ese acto que todo aquel que se negara a reconocer a su nueva hija como sucesora al trono, mientras no se produjera el nacimiento de un hijo varón, sería condenado a muerte por alta traición. Fue excomulgado por ello.

Pronto volvió la reina a estar encinta, pero apenas había trascendido la noticia cuando sufrió un aborto; quizás el exceso de presión le estaba pasando factura. Enrique frustrado se había entregado a “bailes y jolgorios”, lo que provocaba reacciones iracundas en Ana que cada día estaba más desquiciada y fuera de sí.

El golpe final al maltrecho matrimonio real se lo dio la noticia de que el rey se había encaprichado con una bella joven llamada Jane Seymour, había sido dama en la corte de Catalina y después en la de Ana, y la había hecho su amante. El karma empezaba a pasarle su implacable factura a la bella pero ya ajada Ana, y este no era mas que el principio de su calvario.

Era muy consciente la Bolena de que sólo podía salvarla de las garras del repudio un nuevo embarazo, y puso todo su afán en atraer de nuevo al rey a su lecho.

Cuando el 7 de enero de 1536 murió la reina Catalina con la misma dignidad con la que había vivido, ese mismo día sufrió un nuevo aborto Ana que se hallaba embarazada de varios meses, esta vez si era varón. ¡Paradójico!; volvía el karma a hacer de las suyas.

El rey Enrique al enterarse de la devastadora noticia entró en la más absoluta de las desolaciones, circunstancia que aprovechó Cromwell para presentarle unas más que dudosas pruebas, obtenidas mediante engaño y tendiendo una trampa a la reina, de adulterio con varios miembros de su Consejo Privado, conspiración para matar a su majestad y poder reinar como regente del hijo que llevaba en su seno y hasta de incesto después de haber seducido a su propio hermano.

No hubo clemencia para la Bolena que fue decapitada con un golpe de espada el 19 de mayo de 1536 en la Torre de Londres ante las impertérritas miradas de su idolatrado y cruel Enrique VIII y su amante Jane Seymour.

Se casaron diez días después.

martes, 15 de julio de 2025

MARIA ANTONIETA Y EL ESCÁNDALO DEL COLLAR

 

UN ASUNTO QUE ARRUINÓ SU YA DETERIORADA REPUTACIÓN PARA SIEMPRE

La mañana del 15 de agosto el Palacio de Versalles estaba atestado de gente, se celebraba la festividad de la Virgen de la Asunción motivo por el cual los allí presentes habían acudido temprano para poder escuchar la liturgia. Todos esperaban la aparición de los reyes Luís XVI y María Antonieta, uno de los más impacientes era el cardenal de Rohan que vestía las prendas litúrgicas para la celebración.


Con el rostro tenso y la mirada fija se acercó al religioso el limosnero mayor que ese día sustituía al oficial de limosnas, ¡en mala hora!, y plantado ante él le dijo con voz solemne,

Por el poder que me viene conferido por S.M. el rey Luís XVI me veo en la obligación de comunicar a usía que queda usted arrestado, le pido por favor que no se resista.

Hacía mucho tiempo que la nobleza francesa no asistía a una humillación semejante, el rostro del cardenal se había tornado de un tono céreo y miraba fijamente al limosnero sin alcanzar a articular palabra.

No lograba comprender el porqué de tan desafortunado apresamiento cuando era él el primer ultrajado. Intuía que con este gesto el rey pretendía defender de cualquier sospecha el más que cuestionado honor de la soberana.

París ya no quería a Maria Antonieta; lo que empezó siendo un idilio acabó por convertirse en hostilidad. Los franceses sabían del sentimiento de preminencia de la delfina que vivía bajo la convicción de la superioridad de los Habsburgo, su familia, sobre los Borbones.

Cuando en mayo de 1774 su marido ascendió al trono tras la repentina muerte de Luís XV, quiso hacer valer su voluntad por encima de la obediencia y sumisión conyugal que de ella se esperaba, empezando a hacer caso omiso a los deberes que la Corona francesa le imponía. El rey se mostraba indulgente ante la conducta de su díscola y caprichosa pero bella mujer, a pesar de las críticas que por ello recibía. No ayudaba la falta de medida de la reina a la hora de gastar en vestidos y joyas. La ostentación de María Antonieta a la hora de vestirse, peinarse y adornarse empezaba a provocar el escándalo del pueblo francés, y sin embargo esta vez era totalmente ajena al escándalo.

¿Puedo saber de qué se me acusa? Preguntó el prelado.

¡De estafa! exclamó, no sin cierta indignación, el limosnero mayor.

¡Por favor no me detengáis aquí, dejadme hablar con su majestad! Suplicó el purpurado ante la poca clemencia del canciller.

Una semana después de la detención del cardenal María Antonieta escribió a su hermano, el emperador José II, para darle cuenta de lo acaecido.

En 1772 Bohemer y Bassenge, dos orfebres parisinos, elaboraron un magnífico collar de esplendor y grandeza nunca antes contemplados. La fastuosa joya de 2.800 kilates llevaba engarzados casi 700 diamantes y había sido concebida por los joyeros con la intención de vendérsela al rey Luís XV para que pudiera agasajar a su nueva amante Madame du Barry, pero la inesperada muerte del monarca desembocó en la expulsión de la cortesana por el nuevo rey Luís XVI, a petición de su esposa María Antonieta, lo que sumió en la más absoluta desolación a los orfebres ante la posibilidad de encontrarse con un costosísimo collar de más de dos millones de libras y ningún interesado en adquirirlo.

La candidata perfecta para lucirlo era la nueva reina, sin embargo no mostró ningún interés por él ante la sospecha de que pudiera haber sido concebido para resplandecer en el escote de Madame du Barry. Alegó que la Corona francesa tenía más necesidad de navíos que de collares, provocando con ello la sorpresa y satisfacción de los franceses, y recomendó a los joyeros que lo desmontasen y lo vendieran por piezas; creyó que con esta solución ponía fin al asunto.

No fue así, Bohemer y Bassenge no estaban dispuestos a desmontar su sublime joya porque entendían que iban a perder mucho tiempo vendiéndola por partes y además nunca estas alcanzarían el precio que iba a pagarse por el collar como pieza única. Tomada esta decisión buscaron una salida airosa que no deteriorara más sus ya maltrechas economías, habían invertido demasiado dinero en su obra.

En este orden de cosas entra en escena el cardenal de Rohan, antiguo embajador en la corte austríaca en Viena, hombre sin escrúpulos, depravado y libertino a quien María Teresa de Austria, madre de María Antonieta, no dudó en definir como “un tipo espantoso y sin moral”, opinión que probablemente influyera en la decisión de su hija de mantenerlo lejos de Versalles.

Para un hombre como el cardenal este destierro suponía un descrédito que lo sumía en una humillación insoportable y se propuso ganarse el favor de la reina para recuperar su sitio en la corte.

Para pergeñar su acercamiento a la soberana no dudó en forzar una simulada amistad con Jeanne de la Motte perteneciente a una estirpe ilegítima de la dinastía de Valois y esposa de Nicolás de la Motte, oficial de gendarmes que supo aprovechar la descendencia noble de su mujer para ascender socialmente y alcanzar un condado, el de la Motte,  al que habría de añadírsele el prestigioso apellido Valois que tantos privilegios reportó a la pareja.

Para cuando Rohan conoció a Jeanne esta alternaba su matrimonio con una relación clandestina con un proxeneta y falsificador llamado Retaux de Villete, que intuyó desde el principio la intención del cardenal de ganarse el beneplácito de la reina a través de Jeanette y quiso sacarle partido a su desmesurada ambición. Para ello sería necesario que Jeanette se hiciese amante del prelado y lo convenciera de la estrecha cercanía que mantenía con María Antonieta, aunque realmente ni siquiera la conocía personalmente.

No fue difícil persuadirlo y Villete y Jeanette urdieron un plan para estafarlo a él, a la Corona y a los orfebres que consistía en hacer creer al religioso que la reina había mostrado interés por el collar pero no quería ser vista gastando los fondos de los franceses.

“Picó el anzuelo” con facilidad el cardenal que accedió con satisfacción a encontrarse clandestinamente con la que creyó que era la soberana pero que realmente era una prostituta, Nicole d´Oliva, de gran parecido con María Antonieta que acudió esa noche a la Arboleda de Venus, en los Jardines de Versalles, con un traje de muselina blanco muy parecido a los usados por la soberana. Consiguió Nicole, ayudada por la penumbra, engañar a Rohan que quedó totalmente convencido de que se había reunido con la reina.

A partir de ese momento Jeanette y Villete empezaron a pedir periódicamente cantidades de dinero al cardenal que accedía gustoso a pagarlas en el convencimiento de que con ello estaba cada vez más cerca de ganarse las simpatías de la reina, y para que no flaqueara en su creencia le hicieron llegar una falsa carta de la soberana con el encargo de que fuera él quien comprara personalmente el collar a los orfebres y lo mandara a palacio. La carta estaba firmada con un “María Antonieta de Francia” que fascinó al cardenal pero que puso de manifiesto la falsedad de la misma; cualquiera que supiera de los protocolos de palacio y de las costumbres de la reina sabría que jamás habría acabado una carta con esa firma.

Bohemer y Bassenge estaban pletóricos ante la nueva de que por fin iban a poder vender el collar y negociaron con Rohan un descuento. Acordaron que el cardenal pagara por él un millón seiscientas mil libras en cuatro plazos de acuerdo con las instrucciones de la monarca.

Poco después Villete haciéndose pasar por correo de la reina pasó a recoger la joya al taller de los orfebres, la desmontó y se la entregó a Nicolás, el esposo de Jeanette, que la vendió por piezas a joyeros de Londres obteniendo con ello sustanciosos beneficios de los que repartió una parte entre sus cómplices.

Rohan ajeno a la estafa esperaba ansioso el día de la Candelaria en el que la reina luciría el collar, pero el día pasó y la reina no lo lució. Pasaron meses y ni a la reina le llegó la joya a palacio ni los orfebres recibieron pago alguno por su magistral obra.

Bohemer desesperado mandó carta a palacio preguntando a la reina si el collar había sido de su agrado, la soberana que no entendió a qué se refería el joyero simplemente la quemó.

Al no recibir respuesta de su majestad cundió el pánico; los orfebres empezaron a ser conscientes de que habían sido víctimas de un engaño y mandaron nueva misiva a palacio por medio de madame Campan, una allegada a María Antonieta, afirmando que la reina sabía que les debía dinero. La soberana desconcertada pidió explicaciones de lo que allí pasaba y madame Campan le enseñó unas cartas con su firma falsificada, en las que quedaba de manifiesto que los joyeros habían estado tratando con el cardenal la compra del collar por petición suya. Enterado el rey pidió a Rohan que acudiera al Palacio de Versalles el 15 de agosto con motivo de las celebraciones de la Virgen, y allí mando detenerlo.

De poco valieron las torpes explicaciones que el cardenal dio a Luís XVI, el soberano estaba enfurecido y las infamias que corrían por todo París sobre la reina no contribuían a apaciguarlo. No acababa de entender que Rohan no se hubiera dado cuenta de que la reina no firmaba como “María Antonieta de Francia”, su carrera diplomática le obligaba a conocer este tipo de detalles protocolarios. ¿Cómo era posible que alguien con una carrera diplomática tan extensa y exitosa, hubiera pasado por alto un detalle tan obvio? Todo lo acontecido le llevó a pensar que el cardenal estaba detrás de las falsificaciones y por ello lo mandó detener y lo envió a la Bastilla donde permaneció casi un año a la espera de juicio.

Jeanette y su marido fueron apresados poco después al despertar sospechas por las ingentes cantidades de dinero que gastaban y ellos entregaron a la prostituta y al estafador Villete, ideólogo de la trama.

Todos fueron juzgados en el Parlamento de París y condenados menos Rohan cuya defensa consiguió demostrar que su único error había sido el de ser un hombre confiado. Pero la mayor condena la sufrió la reina María Antonieta a la que acusaron de haber sido infiel al rey con el cardenal. Aprovecharon los franceses para hacer pagar a la soberana su fama de promiscua y manirrota.

Nunca volvió a levantar cabeza la reina,

¡ni siquiera para que se la cortaran!



domingo, 29 de junio de 2025

"LA ÚLTIMA CENA" DE LEONARDO; LOS ENIGMAS DEL LEGADO DE UN GENIO

 


PARTE II:

 DA VINCI "EL HEREJE",

LOS SÍMBOLOS OCULTOS DE "LA ÚLTIMA CENA"



Los extravagantes hábitos de trabajo de Leonardo fascinaban al público, pero empezaban a exasperar al prior que ya se había quejado al duque.

Hubiera deseado que jamás abandonara el pincel, tal y como los monjes no abandonan hasta no haber acabado de cavar el huerto del convento, le dijo en reiteradas ocasiones a Sforza.

Ludovico no quería que el abad apreciara que él también empezaba a impacientarse; las excentricidades del pintor le crispaban y a pesar de ello no dudaba en dar dos palmaditas en la espalda al prior cuando lo despedía después de alguno de sus frecuentes paseos matutinos por la ciudad, solicitando de él templanza.

Los artistas son así, decía, no debemos incomodarlo con nuestra prisa.

Pero estas palabras no parecían resignar al religioso que volvía a insistir en el siguiente paseo; tanto se obstinó en su cuita que el duque le hizo saber que Leonardo amenazaba con representar a Judas Iscariote con su cara si no paraba de importunarlo. A partir de ese momento el prior dedicó su tiempo a apremiar a los monjes jardineros y dejó en paz a Da Vinci.

El pintor estaba dedicado en cuerpo y alma a su obra, tanto que se olvidaba de comer y permanecía subido en el andamio desde el amanecer hasta la puesta de sol. Estaba obsesionado con crear la sensación de que la pintura fluía de izquierda a derecha, de que tenía movimiento.

En el centro de tan magistral escena está sentado Jesús con talante sereno, es el único que lo tiene, los apóstoles sin embargo aparecen representados con gestos de emoción, asombro, preocupación e inquietud casi teatrales ante la noticia de que unas horas después de esa reunión uno de ellos iba a traicionar al Hijo de Dios. Buscaba con ello el artista que el observador pueda percibir con nitidez que algo acababa de suceder en esa cena, y para que estas reacciones parecieran más humanas pintó a los discípulos sin halo de santidad en contraposición con la figura de Jesucristo al que, aunque tampoco lo tiene, quiso otorgar un aura de misterio mediante la casi imperceptible apariencia de ser de tamaño un poco mayor que sus apóstoles. Para ello utilizó un truco que había aprendido de su maestro Verrocchio que consistía en situar objetos o figuras humanas sobre un fondo luminoso, de ahí que situara tres ventanas como símbolo de la Santísima Trinidad, detrás de Jesús desde las que poder contemplar un resplandeciente paisaje del paraíso. Para resaltar aún más su figura coloreó la capa de azul con lapislázuli, el pigmento más caro.

También buscó Da Vinci que todo aquel que observara con un poco de detenimiento su obra fuera capaz de reconocer al traidor de entre los doce apóstoles por su expresión corporal y su gesto facial, sin que fuera necesario colocarlo inquisitiva y explícitamente al otro lado de mesa. No lo puso difícil el pintor si tenemos en cuenta que lo representó con una bolsa de monedas en la mano y lo situó en un plano de sombra con expresión corporal de huida. Su poco agraciado rostro representado con el mentón prominente, tez oscura y expresión facial agria dejaba poco lugar a la duda. No desechemos tampoco el detalle de que la mano izquierda de Judas está dirigida hacia un plato, el mismo al que va dirigida la derecha de Cristo, tal y como lo describen las Sagradas Escrituras:

El que meta la mano conmigo en el plato será el que me traicione.

Ni que al lado de la mano en la que porta la bolsa de las treinta monedas de plata, precio de la traición, aparece un salero volcado. La sal derramada en la mesa para los romanos era símbolo de desgracia; para Leonardo representaba la traición.

Desviemos ahora la atención hacia el mantel que viste la mesa de esta premonitoria cena porque tiene un nudo en uno de sus picos, en la parte derecha de la mesa para el observador e izquierda para Jesucristo.

¿Qué enigma guarda ese nudo? ¿Qué representa? Parece ser que este símbolo casi oculto quiere indicar que hay una mujer en la escena. Aparentemente no la vemos pero si nos fijamos más detenidamente, a la derecha de Jesús y a su lado está sentado el joven apóstol San Juan pero que por sus rasgos afeminados bien podría ser una mujer, María Magdalena, con la cual Cristo podría haberse unido en matrimonio y engendrado un o más hijos. Esa aparente distancia física que los separa en forma de V podría interpretarse como el símbolo del Santo Grial, pero no como la representación del cáliz, que por cierto no aparece entre los enseres utilizados en la cena, sino como el de la sangre del linaje de Jesucristo y Magdalena. No olvidemos que Leonardo habría sido gran maestre del Priorato de Sion que fundamentó su génesis en la de la orden templaria.

Si observamos con perspectiva la composición de las figuras de Magdalena y Jesús, parecen formar una M que bien podría ser alegórica a la maternidad, al matrimonio o al propio nombre de Magdalena. Quizás estemos yendo demasiado lejos, pero lo cierto y verdad es que si extrapolásemos las figuras de Jesús y de la supuesta Magdalena de la escena, colocándola a ella a la izquierda de él y derecha del observador, encajarían milimétricamente formando una composición perfecta. No debemos obviar tampoco el detalle de que el rostro de esta supuesta Magdalena encajaría a la perfección si lo colocásemos encima de el de la Virgen de su cuadro “La Virgen de las Rocas”, otro detalle que nos lleva a pensar que podría tratarse realmente de una mujer. Pero entonces falta un apóstol; ¿Dónde está representado el joven San Juan en esta cena?

Analicemos ahora los cuatro grupos de tres que formaban los apóstoles y hagámoslo de izquierda a derecha. El primer grupo lo componen Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés; los tres se muestran sorprendidos por las palabras que acaba de pronunciar Jesús. Bartolomé parece aturdido, Santiago quiere alargar una mano hacia el Hijo de Dios como muestra de lealtad, pero Andrés va más allá levantando las suyas como queriendo dejar clara su inocencia. El segundo grupo está formado por Judas Iscariote, Simón Pedro y Juan. De Judas y de Juan ya hemos hablado, pero no de Pedro, “soy Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, que se muestra con un cuchillo escondido en la mano derecha como símbolo de su temperamento y futuro comportamiento, hemos de recordar que negó a Jesús tres veces antes de que cantara el gallo. Fijémonos además en que la otra mano parece querer apoyarla en el hombro de la que podría ser María Magdalena. ¿Pudiera con ello querer indicar Leonardo que la Iglesia Católica con Pedro, su primer papa, a la cabeza debería apoyarse en la descendencia de Jesucristo y Magdalena, y no en esa otra Iglesia más terrenal y opulenta que olvida el voto de pobreza matando, de ahí el cuchillo, con ello sus ideales y fundamentos primeros?

El lector debe tener presente que a Da Vinci se le acusó en numerosas ocasiones de pertenecer a los cátaros, cristianos que fueron acusados en el S. XIII de herejes por defender a la Iglesia de Juan y Magdalena donde se ponderaba la pobreza y la humanidad por encima de la divinidad de Cristo, en contraposición con la Iglesia de Pedro más terrenal y fatua plagada de banal ostentación.

Estos proponían una dieta bastante frugal en la que no estaba contemplada la carne, observemos que entre las viandas que aparecen sobre la mesa de “La Última Cena” no está este alimento, vestían túnicas blancas y no creían en la crucifixión de Jesús; Da Vinci era vegetariano, vestía siempre de blanco y entre sus obras no hay ninguna representación de Jesucristo crucificado. Estos “disidentes” medievales simbolizaban la Inquisición y la persecución a la que esta los sometió con la figura un perro; pues bien, en estudios recientes realizados a la obra de “La Virgen de las Rocas” se ha encontrado camuflada entre los montes del fondo del cuadro la figura de un perro aparentemente sentado y con una correa al cuello. ¡curioso!, aun así hemos de decir que no ha quedado demostrado que Da Vinci fuera cátaro.

Pero volvamos al análisis de la actitud de los apóstoles; en el tercer grupo, ya a la izquierda de Jesús, se encuentran Tomás, Santiago el Mayor y Felipe. Tomás es representado con el dedo hacia arriba, recordemos que este apóstol pecó de incrédulo porque exigió a Jesús pruebas de su resurrección y para ello metió un dedo en sus aún sangrantes yagas, Santiago el Mayor muestra un gesto compasivo hacia su maestro y Felipe parece turbado por la noticia de la traición, dirige sus manos hacia el pecho como queriendo preguntar al Hijo de Dios:

¿Acaso soy yo maestro quién ha de traicionaros esta noche?"

No hemos de olvidar tampoco que Leonardo da Vinci representó a San Juan Bautista con el dedo índice de su mano derecha levantado hacia arriba en varias de sus obras. Este gesto simbolizaba el papel profético de este apóstol que anunció la venida del Cordero de Dios. ¿Buscó el artista sincretizar en la figura de Tomás a los dos apóstoles?

El último y peculiar grupo está formado por Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote que parecen discutir, pero ¿sobre qué discuten que quieren darle la espalda a Jesús?

Mientras que Mateo pretende hacer ver a Tadeo y a Simón que es Judas quien traicionará a Jesucristo y por ello parece señalarlo con la mano, Tadeo permanece absorto reflexionando sobre las palabras escuchadas a Jesús. Si nos fijamos en su rostro tiene un gran parecido con un autorretrato de Leonardo; pudiera ser que el artista quisiese inmortalizarse en su colosal obra de esta sibilina manera. El tercer apóstol del grupo, o sea Simón, está representado con la cara de Platón en clara alusión a la sabiduría y a la influencia que este filósofo griego ejerció sobre el pintor; quizás con este gesto Da Vinci quisiese poner en valor las ideas neoplatonianas frente a la fe, de ahí que estuviera representando a Judas Tadeo, es decir a sí mismo, de espalda a Jesús. ¿Le llamaban al artista “el hereje” por este tipo de actitudes?

¡Maestro! … ¡maestro! ¿está usted bien?

Era Ambrogio de Predis, su aprendiz, quien, asustado, pretendía despertarlo a toda costa.

Da Vinci hubo de hacer un esfuerzo para abrir los ojos, y al hacerlo encontró el rostro consternado de su discípulo frente al suyo.

No os apuréis Ambrogio, estoy perfectamente. Me he quedado dormido, nada más.

Deberíais vigilar vuestra dieta y dormir al menos cuatro horas diarias señor, si me permitís que os lo recomiende. Veo que vuestra salud empieza a deteriorarse, le indicó su alumno.

¡Tonterías Ambrosio!, estoy perfectamente.

Anda súbete al andamio, quiero que repases las dobleces del mantel. Le rogó.

De todos era conocido que el maestro presentaba a veces dificultad para centrar su atención, actualmente se sabe que padecía déficit de atención e hiperactividad, y que tenía conductas erráticas apenas comprendidas y generalmente achacadas a las excentricidades de un genio, actualmente se sabe que también padecía bipolaridad. Con este complicado diagnóstico es fácil de entender que emprendiera con ahínco múltiples empresas y que dejase sin terminar la mayor parte de ellas; pero también que manejara con maestría catorce ramas del saber aunque esto no le impidiera fracasar en Florencia y en Milán, probablemente influido por sus traumas familiares que determinaron su personalidad esquiva.

En el rato que permaneció dormido había soñado con su madre Caterina, conocida como “la schiava”, la esclava árabe de un notario ilustre, Piero Da Vinci, a la que liberó al enterarse de que estaba embarazada porque tenía otra familia en la que aquel hijo bastardo no tenía cabida. Para el pintor la figura materna estará subliminalmente presente siempre en sus obras y prueba de ello es que representó a su “Mona Lisa” sin cejas, las mujeres musulmanas no las lucían. Es fácil deducir contemplando sus excepcionales pinturas que lo persiguió toda su vida la soledad y el abandono; la melancolía del rostro de “La Gioconda” lo demuestra.

Finalizo aquí este viaje temporal por “La Última Cena” no sin reconocer haber disfrutado imaginando escenas del artista subido al andamio pintando tan sublime obra plagada de enigmas. También lo he hecho paseando por detalles de la vida de tan inmenso pintor o por la personalidad de un inteligente hombre zurdo y disléxico que escribía al revés.

Poco importa que fuera hereje o buen cristiano, filósofo o científico; lo verdaderamente fascinante es la historia de superación de un joven que vivió intentando sobreponerse primero a la falta de reconocimiento de su padre y posteriormente al abandono de su madre, luchando por sobrevivir entre el fracaso y la excelencia. Hombre de curiosidad sin límites al que la muerte no ha logrado arrebatar la inmortalidad que supo ganarse en vida.

sábado, 28 de junio de 2025

TÍTULOS NOBILIARIOS Y GRANDEZAS DE ESPAÑA


TIMBRES HERÁDICOS Y TRATAMIENTOS

El hecho de que el Rey Felipe VI haya otorgado recientemente algunos títulos nobiliarios motivan esta breve pincelada nobiliaria y también un poco heráldica.

Si acudimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua encontraremos varias acepciones para la naturaleza del sustantivo “título” dependiendo de su contexto, pero si a lo que queremos referirnos es al entorno nobiliario conviene tener en cuenta la de “renombre o distintivo con que se conoce a alguien por sus cualidades o sus acciones” o la de “persona que posee dignidad nobiliaria”; y si hablamos de tratamiento, también en este contexto, es bastante acertada la de “título de cortesía que se le da una persona” por lo que podemos afirmar que el título se refiere a la dignidad y el tratamiento hace referencia al título de cortesía que va parejo a esa dignidad.

En España nobiliariamente hablando hemos de distinguir entre dos grandes grupos, Títulos de la Casa Real y Títulos del Reino. En el primero recogeremos aquellos graciables que se otorgan al monarca y a los miembros de la Familia Real con carácter vitalicio, príncipe de Asturias, rey, infante etc., aunque el monarca tiene la facultad de poder conceder la dignidad de infante de España a personas ajenas a su familia. En el segundo grupo tenemos a aquellos concedidos por el rey en atención a una cualidad o mérito, estos son los conocidos como títulos nobiliarios que aunque actualmente no otorgan ningún privilegio, tienen carácter hereditario, salvo los concedidos con carácter personalísimo que son vitalicios y regresan a la Corona a la muerte del reconocido por el honor, están regulados por la legislación estatal, no pueden ser ni comprados ni vendidos y su uso indebido o usurpación están penalizado por la ley, siendo la Diputación permanente de la Grandeza de España la entidad a quién corresponde la representación y gobierno de la nobleza titulada de nuestro país, y al Ministerio de Justicia a quien corresponde gestionar los aspectos legales y administrativos de los títulos nobiliarios.

Como nota curiosa hacer constar que los títulos nobiliarios no son propiedad del titular que lo ostenta sino de la Corona Española y vuelven a ella cuando quedan vacantes, también que estos no empezaron a ser hereditarios hasta los Trastámaras. Así durante la alta Edad Media un conde era el tenente o poseedor de un territorio que gobernaba con ese título de forma temporal y como mucho de manera vitalicia. Actualmente un título nobiliario puede transmitirse inter vivos, a través de la cesión que no podrá perjudicar al pariente de mejor derecho, o mortis causa.

En algunos momentos de la Historia Nobiliaria española algunos monarcas establecieron leyes especiales que no perduran en la actualidad, tal es el caso de Felipe IV que dispuso en 1664 que no se podría obtener el título de conde ni el de marqués sin haber sido antes vizconde, o el de Carlos III que en 1775 dispuso que no se concedieran títulos a quienes no hubieran servido al rey o al público.

Como podemos observar las normas que regulan la nobleza española ha sufrido incesantes variaciones hasta nuestros días. El último privilegio, suprimido en 1984 mediante el Real Decreto 1023/1984, fue el derecho a pasaporte diplomático del que gozaban los grandes de España, Los títulos sin grandeza nunca tuvieron este privilegio.

Volviendo al grupo de los Títulos del Reino existen en él dos categorías: los títulos de nobleza aparejada, duque, marques, conde varón etc., y aquellos otros de nobleza no titulada entre los que se encuentran los de caballero, hidalgo, maestrante o señor.

Hemos de tener en cuenta además que algunos títulos de nobleza pueden ir asociados a la dignidad añadida de Grandeza de España, lo que les otorga un plus en la jerarquía nobiliaria, aunque esta grandeza también puede concederse por sí sola como grandeza personal sin ir asociada a ningún título.

A la hora de establecer la jerarquía de los títulos nobiliarios españoles primero van los ducados después los marquesados luego los condados, los vizcondados las baronías, los señoríos y por último las dignidades nobiliarias (por ej. Almirante, adelantado mayor, mariscal etc.) y todos ellos, como no, conllevan un tratamiento de dignidad. Para los títulos de duque y todos aquellos que tengan Grandeza de España es el de Excelentísimo, para los títulos de marqués, conde y vizconde sin Grandeza de España es el de Ilustrísimo y para el de barón o señor es Señoría.

Conviene aclarar para evitar confusiones que existe también un orden protocolario de escritura en el que primero va el tratamiento, después el nombre y apellidos y por último el título nobiliario, ej. S.E. Maria del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba, aceptándose también escribir primero el título nobiliario, después el tratamiento para finalizar con el nombre y apellido de beneficiado o reconocido como noble; siguiendo el ejemplo anterior sería La duquesa de Alba, S.E. Maria del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva.

Expuestos estos conceptos, parece relevante hacer un breve análisis de los elementos heráldicos que diferencian los escudos de armas de los títulos nobiliarios, pues este nos permitirá reconocer ante qué noble nos encontramos con un simple vistazo del emblema familiar. Aun así, hemos de tener en cuenta que la heráldica es una ciencia compleja y que cada escudo es único pues en él está reflejada la historia, los honores y la nobleza de un linaje familiar.

La diferencia fundamental en estas insignias es el tipo de corona que lidera el escudo siendo este el elemento distintivo principal, pero no hemos olvidarnos de el conjunto que constituye la panoplia y otros ornamentos heráldicos como lambrequines, tenantes y otros símbolos alegóricos que singularizan cada emblema y determinan el linaje.

La que preside el escudo de armas del duque es una corona abierta compuesta por un cerco de oro adornado de perlas y pedrería y decorada con ocho florones en forma de hoja de apio, de los cuales cinco son visibles, que se sostienen sobre puntas elaboradas con el mismo metal que la base. Si el ducado conlleva Grandeza de España estará cubierta por un bonete de terciopelo rojo, forro de gules, rematado en un botón de oro.


Corona ducal sin y con Grandeza de España

La corona en el escudo de marqués, aunque a simple vista pueda parecerse a la ducal está compuesta por un cerco de metal precioso y pedrería decorado con cuatro florones y cuatro ramos, compuestos por tres perlas cada uno. Florones y ramos están situados sobre puntas elaboradas con el mismo metal que la base; y de la misma manera que la ducal si el marquesado conlleva Grandeza de España estará cubierta por un bonete rojo que puede ir rematado con una perla.



Corona de marquesado

El que la corona esté cubierta por un bonete de terciopelo rojo en el caso de que exista Grandeza de España representa simbólicamente el hecho de cualquier noble con dicha gracia si usase su corona en presencia del rey no estaría obligado a descubrirse, quedando cubierto ante el monarca gracias al forro de gules, no así aquellos sin grandeza que deberán destaparse.


La corona que adorna el escudo de armas de un conde se representa con un aro de oro engastado con piedras preciosas con nueve puntas visibles rematadas con perlas, la del vizconde tiene el mismo aro pero las puntas visibles son cincos, tres más altas las de los extremos y el centro, y todas ellas rematadas con perlas. La corona de barón se representa con el mismo aro de oro engastado en piedras preciosas pero esta vez abrazado por ocho tirantes de perlas rematados también en perlas.


Coronas de conde, vizconde y barón

La coronas de señor e hidalgo son una derivación de la de barón pero en el caso de la del señorío los tirantes son cuatro y no tienen remates en perlas y la de hidalgo, al ser nobleza no titulada, sólo se representa con el aro de oro engastado con piedras preciosas.



Coronas de señor y de hidalgo
 
Los hidalgos generalmente eran portadores de armas en el blasón pues su nobleza estaba íntimamente ligada con el hecho de haber prestado servicios de defensa a la Corona, y por tanto solían ser hidalgos los caballeros de las órdenes militares españolas o aquellos pertenecientes a las reales maestranzas de caballería

Otro elemento heráldico considerado junto con la corona ornamento exterior que suele aparecer en los blasones de los nobiliados es el yelmo porque timbra el estatus del propietario. Su posición y diseño, si es abierto o cerrado, o su color pueden indicar la posición de a quien representa dentro de la nobleza o de la familia.

Así los yelmos de barón, vizconde y conde van terciados y mirando a la diestra, son de plata y llevan visera con cinco rejas. A partir de marqués, todos miran de frente. El de marqués es de plata, lleva visera, claveteado y siete rejas de oro, el de duque es de plata, lleva visera, claveteado, ribeteado y nueve rejas de oro. El yelmo de la monarquía que también mira de frente es de oro para diferenciarlo de el de duque o marqués.

Hablemos ahora de los yelmos de la nobleza no titulada:

El yelmo del hidalgo se sitúa de perfil, es de acero y está claveteado de oro. La visera está entreabierta y sin rejillas. Los nobles menores de treinta años, no envestidos aún caballeros, llevarían este yelmo. El de caballero sin embargo se sitúa también de perfil, también es de acero, pero el claveteado, el ribete y las rejillas, son de oro. Lleva visera y tres rejillas

Mención hemos de hacerle al yelmo del bastardo que está siniestrado, es decir que mira a la izquierda o siniestra del escudo. Es de acero, claveteado de oro, lleva la visera entreabierta pero no lleva rejillas.

Es este sólo un breve esbozo del apasionante reto que puede llegar a ser el de “descifrar” el escudo de armas de un linaje familiar; descodificar cada uno de sus ornamentos, tanto interiores como exteriores, sus figuras y muebles heráldicos y la colocación de ellos dentro de cada cuartel, o sus metales y colores porque todo en el blasón tiene un significado, nada está al azar.

Es emocionante entender que toda la información obtenida, si está bien interpretada, nos situará frente a la intrahistoria de una familia, frente a su nobleza, sus principios y valores.



¡Cómo se puede contar tanto con una sola imagen!