sábado, 27 de septiembre de 2025

EL PRÍNCIPE CARLOS DE AUSTRIA

 

EL TRASTORNADO Y SÁDICO

 PRIMOGÉNITO DEL “REY PRUDENTE”


En la Corte se decía que fue una trepanación la que llevó al príncipe Carlos a sufrir daños cerebrales irreversibles cuando era un adolescente, y que estos le provocaron una agresividad incontrolable y serios problemas de salud mental.  Puede ser, pero no es menos cierto que la endogamia también hizo de las suyas, tenía cuatro bisabuelos en vez de ocho y seis tatarabuelos en vez de dieciséis. Quizás también pudo tener que ver la malaria que padeció cuando era apenas un niño.

Probablemente todo lo expuesto contribuyó en mayor o menor medida a que el primogénito de Felipe II, llamado a heredar el mayor Imperio de su tiempo aquel donde nunca se ponía el sol, viviera una compleja, azarada e inestable existencia; pero también amargó la de su padre y contribuyó poderosamente al nacimiento de la “Leyenda Negra” que sobrevoló la figura del monarca durante todo su reinado.

Carlos de Habsburgo nació en Valladolid el 8 de julio de 1545 fruto del matrimonio de Felipe II con María Manuela de Portugal, que murió cuatro días después del parto. Parece ser que la personalidad de Don Carlos se deterioró en tres fases: la primera cuando su padre partió a Inglaterra en 1554 a casarse con su tía María Tudor, era prima hermana de su padre, dejándolo bajo la custodia de sus tías.

Hasta ese momento el príncipe daba muestras de ser un niño normal, pero desencadenó una clara regresión en el infante el hecho de que su padre estuviera ausente durante casi cinco años. Esta ausencia tuvo como consecuencia que aprendiera a leer y escribir muy tarde y mal, de manera que a los veintiún años mostraba una caligrafía irregular y mal formada y una baja instrucción que llevó a su preceptor, Honorato Juan que también lo fue de Felipe II, a reconocer que no había nada que hacer para que el joven príncipe mostrase interés y aprendiese. Su inteligencia media-baja tampoco contribuyó a hacer de Carlos un joven formado y erudito.

La segunda fase se produjo en torno a los once años cuando una plaga de malaria asoló la Corte y afectó especialmente al vulnerable príncipe que desde ese momento y en adelante empezó a padecer ataques de fiebre alta repetida e inesperadamente. La tercera y última fase se produjo en 1562, mientras se encontraba en la Universidad de Alcalá de Henares asistiendo a clases, cuando cayó por una escalera sufriendo graves lesiones en la cabeza que le provocaron ceguera durante un tiempo y una pérdida de movilidad que acabó por dejarlo inválido. La trepanación cerebral a la que lo sometió el gran Vesalio parece ser que le salvó la vida, recuperó la vista y después de seis meses pudo volver a andar, pero ya no volvió a ser el mismo.

Empezaron a ser notorios los ataques de ira y los desplantes del príncipe, su carácter se tornó agresivo y violento y desarrolló una crueldad sin límites que hizo que gozara asando liebres vivas o cegando a los caballos del establo real. Contaban en palacio que en una ocasión tiró por la ventana a un paje que le llevó la contraria, llegó a atacar con un cuchillo al duque de Alba por afearle la conducta, hizo comerse a su cordonero, después de cocerlos, unos escarpines que no le ajustaban bien y a otro zapatero lo tiró por el balcón de sus aposentos como castigo por hacerle unas botas que le quedaron estrechas y le hacían daño.

Su padre, el rey, se resistía a aceptar que Carlos padeciera algún tipo de trastorno mental a pesar de los brutales episodios que llegaban a sus oídos. Con el tiempo hubo de aceptarlo y en el otoño de 1567 se desencadenó una gran crisis entre ambos que llevó al príncipe a verbalizar a su confesor que tenía la intención de matar a “un hombre”. Preocupó enormemente al rey Felipe la información que obtuvo su hermanastro Don Juan de Austria, también conocido por Jeromín, del entorno cercano del heredero de que Carlos tenía ahorrado dinero y sus intenciones eran las de huir a los Países Bajos.

El 17 de enero de 1568 el monarca regresó a Madrid, después de pasar las navidades en El Escorial, y convocó a sus consejeros y teólogos para someterles a una consulta sobre el camino a seguir. Debió haber unanimidad de criterio en la reunión porque la noche siguiente Felipe II en persona con casco y espada encabezó una partida de consejeros y guardias, y los condujo por los oscuros y fríos pasillos del Alcázar de Madrid dispuesto a arrestar al heredero.

Al despertarse y hallarse rodeado de hombre armados, Carlos preguntó:

¿Qué quiere vuestra majestad? ¿Viene a matarme o sólo a prenderme?

¡Ni lo uno ni lo otro hijo! Respondió el rey.

Pero el joven príncipe ya había echado mano de la pistola que guardaba siempre debajo de la almohada y pretendía usarla.

No llegó a apretar el gatillo, pero fue acusado de intentar atentar contra la vida de su padre por lo que fue arrestado de inmediato. Probablemente esta fuera una de las noches más duras y tristes de la existencia del monarca.

El príncipe fue confinado, como ya lo había sido en su momento su bisabuela Juana “La Loca”, y se le trasladó al mismo lugar donde también estuvo encerrada su tatarabuela Isabel de Portugal, la abuela demente de su abuela Juana. El sitio elegido para el destierro fue la torre del Castillo de Arévalo que se había reparado hacía apenas un año, y se le puso como guardián al hijo del brutal carcelero de su abuela. Era de todos conocido que los arrebatos de ira de la reina, provocados por tantos años de encarcelamiento, los “resolvía” el carcelero a golpe limpio, y que el emperador Carlos V, su hijo, lo permitía.

Todos en palacio se estremecieron, a nadie le habían pasado inadvertidas tantas coincidencias.

Un sentimiento de tristeza y vergüenza invadió al rey, pero prohibió llorar a la reina y le pidió a Juan de Austria que abandonara el luto que vestía en señal de duelo por el encierro. Despidió a todos los que hasta ese momento habían formado parte de la Casa del príncipe y se sumió en horas de oración.

El carácter del monarca que de por sí era ya marcadamente melancólico se volvió lúgubre y sombrío. Paseaba por los jardines del Alcázar apesadumbrado y taciturno, Giuseppe Verdi compondría siglos después una de sus más famosas óperas; “Don Carlo” inspirándose en este triste suceso que marcaría el inicio de la “Leyenda Negra” que perseguiría al monarca hasta el final de su vida.

El paso de los días acabó por diluir los comentarios y “el asunto” se tornó en algo meramente administrativo. Nadie quería hablar de ello.

El encierro al que fue sometido el príncipe no hizo más que deteriorar del todo su ya maltrecha salud mental. Carlos pasó de hacer tremendas huelgas de hambre, adelgazando hasta llegar a estar al borde de la muerte por lo que le forzaban ocasionalmente a tomar al menos un poco de sopa, a tragar compulsivamente todo lo que caía en su mano incluida tierra que arrancaba de la pared o su propio anillo de diamantes. Su comportamiento se volvió tan extremo, incongruente  y desordenado que acabó muriendo de hambre el 24 de julio de ese mismo año.

El pueblo se compadeció del rey y comprendió su sufrimiento; todos creyeron que la muerte del príncipe se había producido por inevitables causas naturales debido a un comportamiento iracundo, errático e impredecible. Y Aun así, empezó a crecer el rumor de que había algo más detrás de aquella trágica muerte.

Unos dijeron que había llegado a oídos del soberano que su hijo iba a traicionarlo fugándose a Flandes para una vez allí proclamarse rey; la propaganda holandesa acusó directamente al rey de ordenar el asesinato de su hijo que lo único que pretendía era acabar con la tiranía de su padre en los Países Bajos.  

Otros se atrevieron a asegurar que la verdadera razón de la muerte del príncipe Carlos fue un desliz con la mujer de su padre Isabel de Valois.

Era cierto que el príncipe y su madrastra se tenían cariño y pasaban tiempo juntos, también lo era que Carlos hacía regalos a la reina y que la noche anterior a su arresto había estado en los aposentos de la soberana jugando con ella a las cartas, pero no era menos cierto que la reina Isabel vivía entre sus damas, y de entre ellas destacaba por rígida y austera la duquesa de Alba que en modo alguno hubiera hecho la vista gorda ante tanto desatino.

En cualquier caso el chismorreo estaba servido, y no contribuyó a acabar con él el ataque de ansiedad seguido de un llanto desconsolado que provocó en la reina la noticia de  la muerte del heredero.

Era más seductor para las procaces mentes de la Corte ver dobleces en la pena de la reina, que entender que probablemente entre ellos hubiera existido una sana amistad ya que ambos eran de la misma edad.

 La “leyenda negra” en torno al último de los Austrias mayores no hizo más que crecer en el tiempo debido a algunas desacertadas decisiones políticas posteriores tomadas por el monarca, y a la muerte de su mano derecha Antonio Escobedo.

No hemos de olvidar no obstante, que el primer hijo de Felipe II fue el máximo exponente de las consecuencias de la endogamia que practicaron con habitualidad los Habsburgo, Felipe y María Manuela de Avis eran primos hermanos por parte de padre y de madre, y que la malaria y los demás incidentes ya narrados pudieron contribuir a deteriorar sus ya deficientes genes. El príncipe era portador de un grado de consanguinidad del 0,211 % que es casi el mismo que resulta de una unión entre hermanos, solo Carlos II “el Hechizado” su sobrino nieto lo superó en grado pues tenía un 0,254 %, y que su atormentado padre no tuviera tanto que ver en su desgraciado final. Para colmo de desdichas hubo de ver todavía el monarca morir siendo todavía infantes a dos hijos varones más, Fernando y Diego, antes de que el atolondrado Felipe, que reinaría como Felipe III, se convirtiera en príncipe de Asturias.

A día de hoy va a ser difícil que otra versión de los hechos, que tal vez fuera más veraz que la propia leyenda, diera al traste con esta magnífica pero terrible historia, sobre todo si en ella hay morbo.

¡Y en esta lo hay!

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario